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El chef está desnudo, pero todos le aplauden

El chef —ese emperador moderno— ya no cocina: desfila. Entre vajillas de diseño y discursos inflados, se le venera aunque no pruebe, no sazone, no sude. | Yoab Samaniego

Escrito en OPINIÓN el

En esta mesa no hay menú. Solo hay aplausos.

El chef —ese emperador moderno— ya no cocina: desfila. Entre vajillas de diseño y discursos inflados, se le venera aunque no pruebe, no sazone, no sude. Y detrás, una corte de foodies embusteros lo acompaña: repiten su narrativa, presumen el plato y aplauden cada espuma, cada reducción sin alma, como si fueran dogma.

Aunque el sabor no llegue, aunque la técnica falle, el show debe continuar. Hay luces, hay storytelling, hay selfies. Y hay silencio. Porque en esta escena, como en el viejo cuento, quien se atreve a decir que el chef está desnudo, molesta. Y aquí no se puede molestar. No si quieres seguir siendo invitado.

El problema no es solo del chef, es del sistema que lo sostiene. Una industria donde los influencers suplantaron a los periodistas y las cortesías reemplazaron el criterio. Donde la crítica se diluye entre likes, y los medios —cuando hay— no tienen presupuesto para cubrir una comida completa, mucho menos para sostener una opinión impopular.

Lo viví de cerca. Me invitaron a un restaurante de comida del Medio Oriente. El chef, con amabilidad aparente, me pidió retroalimentación. La di. Real, directa, basada en un sistema serio que valora el sabor, la técnica y la narrativa. Pero no le gustó. Se molestó. ¿Para qué me había invitado entonces? ¿Para escuchar lo que quería oír? ¿O para que le aplaudiera como todos los demás?

Hacer periodismo gastronómico serio, como lo hizo Pete Wells en Nueva York —quien se retiró el año pasado por los estragos que sufrió su cuerpo tras comer fuera tantos días a la semana—, es casi imposible en México. No solo por lo que cuesta comer, sino por lo que cuesta hablar. Cuando se dice la verdad, el emperador manda al crítico a la horca. Y lo peor: la mayoría de sus súbditos aplauden mientras lo hacen.

Pero alguien tiene que decirlo. Hay que volver a probar con la lengua, no con el algoritmo. Hay que recuperar el juicio, la crítica, el oficio. Porque no todo lo que brilla en Instagram alimenta en la vida real. Y porque aplaudirle al humo nos ha dejado sin fuego.

Al final del cuento, el niño que se atrevió a señalar al emperador fue reivindicado. Ojalá lo mismo ocurra aquí. Porque nuestra gastronomía no necesita más aduladores. Necesita verdad.

Yoab Samaniego

@yoabsabe