#ANTOJOSDEVIAJERO

No todo está perdido, Ignacio

En diciembre del año pasado leí tu columna en “Siete Caníbales”, Ignacio Medina, esa en la que te despedías del periodismo gastronómico; te entiendo y te creo. | Yoab Samaniego

Créditos: Cortesi´a EITB
Escrito en YO SOI TU el

En diciembre del año pasado leí tu columna en “Siete Caníbales”, Ignacio. Esa en la que te despedías del periodismo gastronómico. Te entiendo. Y te creo. Eran palabras cargadas de hartazgo, pero también de honestidad. Entonces no tenía casa editorial donde responderte con el eco que merecías. Hoy sí. Y no pienso dejar pasar la oportunidad.

Tu adiós fue el diagnóstico de una enfermedad que ya venía devorándonos: la banalización del oficio. Ese periodismo que se cocinaba a fuego lento, entre fondas, sobremesas y crónicas con cuerpo, ha sido invadido por un ejército de influencers que no escriben, no investigan y mucho menos cuestionan. Se conforman con la cortesía, con el platillo “invitado por la casa”, con el trueque barato de una story por una entrada y un postre.

Han reducido la crítica a un filtro. La narrativa a un caption. El rigor a un emoji de fueguito.

Pero rendirse no es opción. No ahora, cuando la cocina se está vaciando de contexto y llenando de hashtags. El periodismo gastronómico no puede entregarse al algoritmo. Tiene que defender el criterio, la memoria y la verdad. Incluso cuando eso incomode.

¿Quién va a contar la historia del cocinero que cocina desde el silencio? ¿Quién va a explicar por qué un tamal bien hecho tiene más complejidad que ese nigiri con caviar que todos presumen? ¿Quién va a señalar los abusos detrás de restaurantes que explotan a su brigada mientras sirven discursos de sostenibilidad? Los que comen gratis no lo harán. Y los que tienen miedo de perder la invitación, tampoco.

Esto no es una despedida. Es una advertencia.

Necesitamos reapropiarnos del relato. Volver al origen, a las cocinas sin WiFi, a los mercados que huelen a historia. Hacer las preguntas que no caben en un reel. Y sostenerlas aunque eso no sume vistas ni seguidores. ¿Difícil? Claro. Pero nunca fue fácil. Y eso es justamente lo que lo vuelve necesario.

Sí: muchos medios claudicaron. Las redacciones se encogen. Las vistas mandan. Y las relaciones públicas se han tragado a no pocos cronistas. Pero hay nuevas generaciones que escribimos con hambre –de verdad, no de cortesías–. Que no vendemos la pluma por un menú de degustación. Que no confundimos visibilidad con conocimiento. Que no buscamos fama, sino sentido.

Cortesi´a Siete Canibales

Ignacio, tu legado no se va. Y no te irás del todo, Porque mientras haya quien todavía se atreva a decir que el emperador va desnudo cuando todos aplauden el montaje para Instagram; mientras haya alguien que le escriba con respeto a una salsa espesa hecha en metate; mientras exista una voz que no le tema a la incomodidad, ahí seguirá viva la cocina contada con verdad.

Nos vemos en la siguiente sobremesa. La lucha sigue. Y el hambre también.

Colofón

- Y mientras algunos tiran la toalla, otros como Santiago Hiriart la amarran a la cintura y se meten a la cocina. Literalmente.

Amigo de la infancia, cocinero con alma y verbo, e hijo de quien siempre vi como un tío -Pablo Hiriart, figura del periodismo nacional y otrora director de La Crónica, La Razón y El Financiero-, Santiago empezó su camino culinario en San Miguel de Allende, ese semillero de cocinas híbridas y sueños fermentados.

Hoy cocina fuerte y sabroso desde The Mexican, en Dallas, Texas. Y lo suyo -créanme- no es “comida mexicana”, es cocina con mayúsculas.

- Mi excompañero en “El tragón de oro”, que se transmitía en televisión nacional, estrenó Santas garnachas en Netflix. ¡Que sea de éxito, mi querido Peluche!