Conocí por fin el Tren Maya. Lo abordé en un recorrido corto, simplemente para probarlo. En términos de infraestructura, luce como un proyecto con potencial: la vía permite altas velocidades, las estaciones están bien construidas y podría, en teoría, ser un servicio moderno y eficiente para la Península de Yucatán. Pero lo que hoy se ofrece es una versión raquítica y frustrante, limitada por una mediocre operación militarizada que asfixia cualquier posibilidad de éxito.
Como se ha dicho una y otra vez, las estaciones son bonitas, sencillas… y están en medio de la nada. Me sorprendió, eso sí, la cercanía de la estación Chetumal con el aeropuerto local, sólo hay que cruzar una calle. Las otras estaciones que visité fueron Bacalar y Chacchoben-Limones, entre las que hice un recorrido de ida y vuelta.
La información para planear un viaje es un desastre. No hay una tabla clara de horarios ni un portal que permita comparar rutas. En la taquilla de Chetumal me imprimieron una hoja en papel bond con los horarios, la recortaron con tijeras y me entregaron un tríptico improvisado. En las otras dos estaciones, ni eso. Las máquinas expendedoras obligan al usuario a seleccionar un origen y destino para entonces mostrarle los horarios posibles en una sola dirección. No hay manera de planear con anticipación ni de entender la lógica completa del sistema.
Te podría interesar
En Bacalar, llegué con 20 minutos de antelación y ya me apuraban a entrar. Me detuve a tomar unas fotos y los oficiales no ocultaron su impaciencia. La actitud militar puede ser amable o intimidante, dependiendo del momento. Los andenes son estrechos —unos tres metros—, con guías táctiles para personas con discapacidad visual y una franja de seguridad cerca de las vías, ambas en amarillo. Crucé la guía para débiles visuales y me regañaron. Mientras tanto, otros militares mantenían a los pasajeros literalmente replegados contra la pared mientras llegaba el tren.
Una vez a bordo, la presencia de los militares no disminuye. La vigilancia es constante, excesiva, incómoda. Está prohibido introducir alimentos —una norma absurda en un trayecto de varias horas—, aunque vi a varias personas comiendo tacos que no se venden a bordo. Yo mismo desafié la regla con unas galletas. Esta vez, no me reprendieron.
El tren de ida alcanzó los 120 km/h; el de regreso 130. Ambos usaron la misma vía y ambos llegaron con retraso. Está claro: el Tren Maya aún no está terminado. La falta de señalización moderna es evidente. No vi “balizas” en las estaciones (las balizas son señales electrónicas que se colocan entre las vías), lo que sugiere una operación basada en control humano en vez de sistemas automatizados, aumentando el riesgo de errores.
En Chacchoben, conversé con un supervisor del personal de limpieza: un sargento retirado del ejército. Ese pequeño detalle revela una gran verdad: los militares no solo vigilan y operan el tren, también subcontratan a empresas ligadas a sus mandos, que a su vez emplean a ex militares.
Mientras el servicio opere con una o dos frecuencias por tramo —excepto entre Mérida y Cancún, que tiene seis—, la demanda no despegará. Se cumplirá el “efecto Mohring”: poca oferta desincentiva la demanda, y refuerza el uso de otras alternativas como autobuses y vagonetas, además de que la carretera en paralelo es eficiente.
La baja demanda también se debe a que el tren aún no está terminado ni en infraestructura ni en señalización. Pero el potencial está ahí: trenes a 160 km/h, paradas selectivas, frecuencias cada 30 minutos. El problema no es la obra; es quién la opera y cómo.
Una operación profesional requeriría folletos bien diseñados, información clara en línea, conexión con transportistas y operadores turísticos, y una estrategia de marketing real. Pero cuando la atención al usuario depende de soldados que imprimen trípticos en papel bond y los recortan con tijeras, el resultado es un insulto a la inteligencia del viajero. No dudo que los militares puedan construir. Pero no deberían operar ni diseñar productos de servicio civil. Su entrenamiento no está orientado al servicio al cliente. Todos los que tramitamos la cartilla militar en México lo sabemos.
En resumen: el Tren Maya tiene potencial para ser un éxito. Pero será un fracaso si no se concluyen las obras y si se sigue operando como un cuartel. Se necesitan más frecuencias, más flexibilidad, mejor integración con el entorno local y turístico, y una lógica centrada en el usuario, no en la vigilancia. Si no se corrige el rumbo, los costos operativos lo devorarán. Y quedará claro que quienes advertimos sobre las prisas, los costos y las afectaciones ambientales, teníamos razón.
