Los domingos suelo salir a pedalear, aunque rara vez participo en el Muévete en Bici o en el Ciclotón. Prefiero recorrer distintas zonas de la ciudad. La conozco bien, pero siempre hay algo nuevo que descubrir.
Este domingo llegué al pueblo más oriental de la Ciudad de México: San Nicolás Tetelco, en Tláhuac. Desde ahí crucé hacia San Juan Tezompa, Santa Catarina Ayotzingo y San Pablo Atlazalpan, ya en Chalco. Continué por Temamatla y Tlalmanalco. En todo el trayecto por el Estado de México vi una constante: anuncios de "Se venden terrenos" por todos lados, desde lonas improvisadas hasta letreros metálicos en cada cuadra urbanizada.
Recorrí calles pavimentadas y sin pavimentar, vi construcciones nuevas de tabique y también viviendas precarias con techos de lámina. Uno de los anuncios ofrecía terrenos de 220 mil pesos con mensualidades de dos mil.
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Después de pedalear más de 40 kilómetros y subir 300 metros acumulados, estaba agotado. Tomé un autobús suburbano de regreso a la ciudad. El domingo, el trayecto hasta Viaducto y Zaragoza me costó 36 pesos y duró 90 minutos. No quiero imaginar ese mismo recorrido un lunes por la mañana.
La realidad es triste: la ciudad sigue expandiéndose hacia la periferia. Son los más pobres quienes pagan el costo más alto: tiempo. Dos horas y media diarias para llegar a los centros de empleo; más de un día a la semana perdido en traslados, más de cien pesos diarios en transporte.
Mientras pedaleaba y luego en el autobús, pensaba en los errores que seguimos repitiendo. Los trenes interurbanos que se están construyendo no resolverán la pobreza suburbana. A pesar de las inversiones multimillonarias, tendrán pocas frecuencias y beneficiarán a una minoría. El autobús foráneo seguirá siendo más competitivo en horarios y cobertura.
El verdadero cambio debería venir de otro lado. Pero no hay señales de que el gobierno esté dispuesto a facilitar el acceso a vivienda en zonas céntricas. Seguimos fallando en dos frentes: por un lado, no se detiene la expansión horizontal porque no hay oferta en el centro; por otro, no hay servicios de transporte suburbano de media velocidad que garanticen tiempos de viaje razonables, humanos.
Clara Brugada, jefa de gobierno de la Ciudad de México, anunció una serie de medidas contra la gentrificación. Pero no están enfocadas en lo fundamental: producir vivienda. En una zona metropolitana con más de 22 millones de personas, hacen falta decenas de miles de nuevas viviendas cada año. Sin embargo, la producción va en picada.
Parece inverosímil, pero entre 2019 y 2024, la Ciudad de México apenas registró 8,539 viviendas nuevas ante el Registro Único de Vivienda. Eso es menos que Durango o Colima. Muy lejos de Nuevo León, que construyó 140,587, Jalisco con 81,192, o el Estado de México con 60,420.
Las medidas anunciadas van en dirección correcta, pero se quedan cortas y algunas conllevan riesgos. No simpatizo con el control de rentas, pues desalienta la inversión en vivienda para renta. Sin embargo, vincular aumentos a la inflación podría ser razonable, si se aplica con cuidado.
La Ciudad de México estuvo a punto de cambiar el rumbo durante la gestión de Claudia Sheinbaum. Como diría el Perro Bermúdez: la tenía, era suya, la dejó ir. Me refiero al Programa de Regeneración Urbana y Vivienda Incluyente (PRUVI). Planteaba una veintena de corredores con infraestructura adecuada, donde se podía aumentar la densidad mediante un mayor Coeficiente de Utilización del Suelo. Pero entre los cambios constantes en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda y la falta de comprensión de los instrumentos de planeación, el PRUVI quedó en el olvido y sin resultados: era por ahí la ruta de solución a la escasez de vivienda.
La ciudad, la metrópoli y el país ganarían mucho si se apostara por la densificación y la vivienda bien localizada. La inversión en trenes puede sumar, siempre que responda a las necesidades reales de la población y no a sueños de ferrocarriles que se llevan todo el presupuesto para una demanda raquítica y de clases acomodadas.
Aplaudo algunas medidas de Clara Brugada, pero son incompletas y podrían generar efectos adversos. Urge facilitar la producción de vivienda, reducir el peso del suelo en su precio final y dotar de transporte público rápido a la periferia. Sin vivienda accesible ni movilidad digna, no hay justicia urbana posible.
