Una constante que se desdibuja
Crecimos en un mundo cambiante que pocos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, emergió con una realidad bipolar clara. La Guerra Fría se libró entre dos bloques definidos y cuando décadas después la Unión Soviética se disolvió, el mundo se sumergió en un veloz proceso de transformación en el marco de lo que conocimos como un Nuevo Orden donde fronteras y gobiernos cambiaban cada tanto y movimientos locales trastocaban el escenario regional o incluso, esgrimiendo el terror como arma, alteraron el escenario global. Aún así, había una constante, la alianza atlántica que fue formalizada en Washington en 1949 y que, estable, vigorosa y en continua expansión, alcanzó otras áreas de concertación más allá de lo militar y dio sustento a un consenso occidental que fomentó relaciones sólidas en materia política, económica y cultural. Un ambiente de estrecha cooperación de amplio espectro que se reflejó en el G7 y forjó lazos con otros espacios geográficos. La llamamos la época de la Pax Americana. Hoy, parece que el atlantismo podría llegar a su fin: un Nuevo Orden Global se está gestando.
Ucrania no es la cuña, está en medio de la disputa
La fractura atlántica, cada vez más visible, comenzó a preocupar a los políticos, estrategas y analistas a ambos lados del océano a partir de declaraciones de Donald Trump en su campaña presidencial de 2016. El reiterado desdén del entonces candidato hacia la OTAN, sus múltiples expresiones públicas calificando a la Alianza Atlántica de obsoleta y a sus aliados europeos de abusivos con Estados Unidos, sentó las bases de un distanciamiento que hoy se consolida. Con el regreso de Trump a la Casa Blanca, el choque con Europa se ha agudizado no solo por la cuestión de la OTAN y la guerra en Ucrania, sino por la guerra arancelaria que el presidente estadounidense ha intensificado contra sus socios europeos –en la línea de sus primeras medidas proteccionistas en 2018 y 2019, ahora mucho más radicalizadas–.
En 2019, cuando las tensiones comerciales se recrudecieron entre Estados Unidos y China, la Unión Europea buscó salvar la relación trasatlántica impulsando acuerdos de libre comercio parciales con Washington. Sin embargo, Trump ya había amenazado con imponer gravámenes adicionales a productos europeos –especialmente en los sectores del acero, el automóvil y la agroindustria– si no había un reparto de cargas militares “justo”. Ahora, en 2025, la posición del gobierno estadounidense ha endurecido estas políticas al declarar que los socios europeos deben financiar plenamente la defensa de Occidente o “atenerse a las consecuencias” en el ámbito comercial. Así, la “guerra arancelaria” se formalizó con la imposición de nuevos aranceles a productos clave de la Unión Europea.
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Este paso provocó reacciones inmediatas en Bruselas. Los europeos, presionados para encontrar un mercado alternativo a sus exportaciones, se han planteado contraatacar con aranceles punitivos a bienes estadounidenses, disparando la tensión en múltiples foros. Los gobiernos europeos denuncian lo que consideran una “instrumentalización” de la seguridad colectiva por parte de la Casa Blanca para obtener ventajas económicas unilaterales.
Una OTAN en entredicho y un continente en rearme
Los desencuentros entre los aliados se hicieron frecuentes en las reuniones de la OTAN desde la campaña de 2016 de Trump, particularmente en la de Londres en 2019, donde se produjeron roces personales inéditos entre Trump, Trudeau y Macron. La difícil comunicación entre jefes de Estado y de Gobierno complica de manera excesiva la discusión y el acuerdo sobre temas críticos: el futuro de la Alianza Atlántica, el financiamiento compartido de la defensa y, ahora, la posibilidad de que Estados Unidos realice acuerdos diplomáticos con Rusia sin tomar en cuenta a la Unión Europea.
El gobierno de Biden (2021-2025) ofreció una “pausa” que moderó temporalmente los desencuentros. Con el retorno de Trump, que insiste en que Europa no aporta lo suficiente a la defensa, varios países europeos han decidido acelerar sus planes de rearme. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha recalcado que el dividendo de la paz se agotó y que el actual gasto de armamento será un escudo ante posibles críticas desde Washington sobre la “falta de corresponsabilidad” en el sostenimiento de la OTAN.
Ucrania y el tablero de la negociación
A la par de la guerra arancelaria, el conflicto en Ucrania sigue marcando la agenda de seguridad europea. Para Europa, esta agresión –que comenzó con la anexión de Crimea en 2014 y se intensificó de forma dramática en febrero de 2022– representa la expansión rusa hacia el oeste. Con matices, la visión europea coincidiría con la de la administración Trump en cuanto a que Rusia no debe ser premiada por su agresión, pero las posturas chocan en la forma de enfrentar el conflicto. Mientras el gobierno estadounidense prioriza su estrategia global para contener a China y presiona para un fin al conflicto en Ucrania, Bruselas exige mayor unidad transatlántica para detener a Rusia con sanciones y, de ser necesario, presencia militar efectiva en la región.
Europa y Estados Unidos pasaron tres años, de febrero de 2022 a febrero de 2025, tratando de construir y operar una postura contundente contra Moscú. Pero la fractura en torno a la dinámica de seguridad en Europa, se ha agravado con los últimos choques arancelarios y la renovada retórica trumpista, que cuestiona abiertamente la utilidad de la OTAN. A pesar de los cientos de miles de millones de dólares invertidos en ayuda militar y económica a Ucrania, la falta de consenso en la estrategia frente a Rusia hace que la Alianza se muestre más dividida que nunca.
Como sucedió con los Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, Europa pretendía asumir cierto liderazgo en la negociación de un cese al fuego entre Ucrania y Rusia. Sin embargo, hoy el proceso se encuentra en manos de Estados Unidos, que ha emprendido contactos indirectos con Moscú en Arabia Saudita. Ucrania insiste en que Europa y la misma Ucrania participen directamente en la mesa de negociación, recordando que se trata de un conflicto en suelo europeo; no obstante, la Casa Blanca prefiere mantener la iniciativa a fin de controlar la negociación con Rusia y, sobre todo, de condicionar los pasos a una lógica centrada en su competencia con China.
Mientras tanto, la Unión Europea advierte que el retroceso de Washington en el apoyo a Kiev –o la búsqueda de acuerdos bilaterales con Moscú– puede sentar un precedente muy peligroso. La línea argumental europea sigue siendo la de una firmeza colectiva ante Rusia: si Occidente no está unido en su propósito de forzar la retirada rusa de territorio ucraniano, Europa debe reforzarse militarmente. Alemania, Francia y Reino Unido, así como los países del Este, han aumentado drásticamente su gasto militar, conscientes de que “si uno de los pilares de la OTAN se derrumba, el otro debe sostener el edificio”.
La disputa arancelaria en tiempos de rearme
Mientras aumenta la presión para elevar los presupuestos de defensa, la guerra arancelaria con Estados Unidos pone contra las cuerdas a varias industrias europeas, temerosas de perder competitividad en el mercado norteamericano. El sector automotriz alemán, el aeronáutico francés, los vinos y licores de diversos países, y numerosos productos agrícolas se han visto golpeados por la escalada de aranceles ordenada por el presidente Trump. Como respuesta, la Unión Europea ha impuesto gravámenes equivalentes a bienes estadounidenses como productos tecnológicos, motocicletas y whiskey, despertando el fantasma de una espiral proteccionista que dañe aún más la relación transatlántica.
Esta situación entorpece la coordinación necesaria para responder de forma contundente al desafío ruso. El ambiente en la última cumbre de la OTAN, celebrada en abril de 2025, fue especialmente tenso; varios líderes europeos expresaron su frustración, acusando a la administración Trump de presionar comercialmente a sus aliados, mientras reclama mayor colaboración militar frente a Moscú.
Además, las tensiones entre Moscú, Washington y Bruselas se trasladan también a otros escenarios geoestratégicos. Rusia expande su presencia militar en el Ártico, aprovechando las rutas marítimas que se abren con el deshielo y las inmensas reservas minerales de la región. Europa, más consciente de la necesidad de cuidar sus flancos, se plantea establecer nuevas capacidades de vigilancia y presencia militar en Groenlandia y las zonas polares. Para la administración Trump, en cambio, lo prioritario sigue siendo una “defensa costeada” por los europeos; la Casa Blanca ha condicionado su cooperación en el Ártico al establecimiento de acuerdos más favorables en materia de comercio y defensa, reforzando la idea de que la seguridad se ha convertido en moneda de cambio.
La agenda interna de Trump como ariete en Europa
En un momento en el que las distancias entre Europa y Estados Unidos crecen, dos rasgos de la política de la administración de Trump se convierten en vectores que complican aún más el panorama.
En febrero, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente estadounidense JD Vance al anunciar que el pueblo (¿el mundo?) tenía en Trump un nuevo alguacil (“there is a new sheriff in town under Donald Trump’s leadership”), usó su discurso para criticar a Alemania e indirectamente a otros países de Europa por ignorar las voces que propugnan por un mayor control de la migración y (en clara referencia a la participación de la extrema derecha en las próximas elecciones en Alemania) restringir la libertad de discurso que tendrían que tener todos los partidos contendientes.
JD Vance aprovechó su participación en ese foro para reiterar la posición de Trump y criticar que los europeos no “estuvieran aportando lo suficiente para la OTAN e invirtiendo en su propia defensa”.
Elon Musk, por su parte, ha tenido célebres intervenciones en la política interna del Reino Unido para apoyar posiciones de la derecha más radical.
Por otro lado, la ya comentada ambición de Trump por lograr una posición de dominio estratégico en Groenlandia, no sólo ha provocado airadas protestas de Dinamarca, sino que ha suscitado una respuesta de la Unión Europea en contra de la pretensión estadounidense.
El fantasma de un “divorcio transatlántico” definitivo
Esta combinación de tensiones –la persistente guerra en Ucrania, la ambición expansionista trumpista que llega a Groenlandia, las fracturas en la OTAN, las disputas arancelarias y la necesidad de un rearme europeo costoso– ha intensificado el temor a un divorcio transatlántico. Ahora las presiones estadounidenses para que Europa “haga más” han venido acompañadas de una política comercial beligerante que amenaza con romper uno de los pilares tradicionales de la relación: la interdependencia económica. Los líderes europeos se enfrentan a la difícil tarea de conjugar la necesidad de mantenerse unidos frente a Rusia y la urgencia de proteger a sus industrias de los embates arancelarios ordenados por Trump.
Entretanto, el presidente de Estados Unidos sostiene que el gasto militar de Europa sigue siendo insuficiente y que los europeos han abusado durante décadas del mercado estadounidense. El fantasma del “destino manifiesto” de Washington, enfocado en contener a China y dispuesto a redistribuir su presencia global según sus intereses comerciales, hace temer una retirada estratégica estadounidense del viejo continente. Para Kiev, esta deriva podría significar un abandono progresivo de la causa ucraniana en favor de un gran acuerdo de equilibrio con Rusia y China, dejando a Europa la responsabilidad casi exclusiva de detener la expansión rusa.
El desenlace de esta triple tensión –guerra de Ucrania, guerras arancelarias y crisis de la OTAN– sigue siendo impredecible. Los europeos están obligados a replantearse sus esquemas de defensa, sopesando la posibilidad de un rearme masivo que incluya capacidades nucleares más integradas. Por otro lado, la idea de recurrir a los fondos rusos congelados para sostener parte de este esfuerzo y para la reconstrucción de Ucrania, va ganando adeptos en Bruselas, aunque conlleva dilemas legales y diplomáticos de gran calado.
En paralelo, la Casa Blanca de Trump continúa usando el arancel como arma de presión política, amenazando con nuevos gravámenes a productos europeos si no ve cumplidas sus expectativas en materia de gasto militar. A la par, Moscú se beneficia de la brecha cada vez mayor entre Estados Unidos y Europa, pues la falta de una respuesta coordinada reduce la efectividad de las sanciones occidentales. Pekín, por su parte, observa con cautela, entendiendo que la fractura transatlántica puede otorgarle más espacio para expandir su influencia económica y política.
Mientras el orden internacional se reconfigura aceleradamente, Ucrania permanece en el centro de una pugna geopolítica de alcance global. El “momento Múnich de 1938” vuelve a citarse en los discursos europeos, recordando los riesgos de ceder ante un agresor; pero la unidad de Occidente está cada vez más cuestionada por la pugna comercial y las desconfianzas recíprocas en la OTAN. Al final, el verdadero interrogante es si la Alianza conseguirá sobrevivir a un escenario en el que Estados Unidos aplica sanciones arancelarias a sus principales aliados, y éstos, a su vez, buscan mantener su autonomía militar y económica mientras lidian con la amenaza rusa.
Lo único claro es que la fractura entre Estados Unidos y Europa se ha profundizado con la nueva guerra arancelaria, y que ni el esfuerzo por un cese al fuego en Ucrania ni el rearme europeo parecen capaces de cerrar la creciente brecha transatlántica, que se perfila como la gran cuestión estratégica del momento, con implicaciones que podrían transformar por completo el equilibrio de poder global en el futuro próximo.