#CARTASDESDECANCÚN

Carta a la Excma. Dra. Alicia Bárcena

Donde se revisan los trágicos ecocidios que se han registrado en años recientes en el Caribe mexicano. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMA. MTRA. DOÑA ALICIA BÁRCENA IBARRA

ABANDERADA UNIVERSAL DE LA 4T

Muy Distinguida Embajadora:

Me va a perdonar por dirigirme a usted con un lenguaje tan poco diplomático, pero estoy en extremo consternado por los enormes sapos que se ha tenido que tragar en su breve desempeño como canciller de la República. Al decir sapos, desde luego, me estoy haciendo eco de la inmortal sentencia del líder vitalicio del magisterio nacional, Carlos Jonguitud Barrios, quien al ser entrevistado por el cronista Miguel Reyes Razo declaró muy orondo que “la política es el arte de no hacer gestos al tragar sapos.”

Supongo que ese mismo será su caso, Su Excelencia, pues en las imágenes que proyecta la televisión luce usted serena y elegante, casi diría con porte aristocrático, sin la menor huella en su rostro que delate que haya ingerido un batracio. Y vaya que le ha tocado deglutir algunos de colosal tamaño, empezando por la timorata condena al fraude electoral en Venezuela, que todo indica terminará por convertirse en un aval a la tiranía de Nicolás Maduro, y siguiendo con el embarazoso tartamudeo de la 4T tras el secuestro extraterritorial del narcotraficante Ismael “El Mayo” Zambada.

¿Cómo fue que se metió en tanto enredo? Tan tranquila que despachaba usted como embajadora en Chile, quizás el país más civilizado de este lado del charco, donde la vida pasa ligera saboreando centollas y degustando locos, mientras se conversa una botellita. Menos mal que cambiará usted de chamba el próximo 1 de octubre, pues esa mudanza la librará de una pesadilla tan angustiosa como anunciada, que no es otra que ver a Trump de regreso en la Casa Blanca.

Su nueva oficina no la alejará, sin embargo, del tremendo pleito que trae el gobierno de México con la empresa estadounidense Vulcan Materials, por la explotación de una mina a cielo abierto en el corazón mismo de la Riviera Maya. No necesito preguntarle de qué lado están sus simpatías, pues usted misma ha declarado que esa concesión es ilegal, ha revelado que hace 37 años dejó la subsecretaría del ramo por esa causa y la ha calificado sin ambigüedades como ‘un ecocidio’. 

Tampoco podrá mantenerse al margen, creo yo, del otro ecocidio que se registró en años recientes en la península de Yucatán y, sobre todo en Quintana Roo, que consistió en la deforestación de miles de hectáreas y la perforación de cientos de cavernas, atropellando en forma sistemática las leyes ambientales y las sentencias judiciales, para construir uno de los proyectos insignia del sexenio: el Tren Maya.

Su Ilustrísima no lo ignora: Quintana Roo depende por completo del turismo y el único atractivo que puede vender es naturaleza, llámese playa, llámese arrecife, llámese humedal, llámese selva. La devastación sistemática y paulatina de estos parajes, ya sea por codicia privada, ya sea por corrupción oficial, apuntan al mismo desenlace: fuimos capaces de construir un paraíso, pero también somos muy capaces de destruirlo.

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Aun a riesgo de aburrirla con datos que Vuestra Merced conoce de memoria, voy a tratar de recapitular este enredo usando un formato un tanto infantil.

Primer acto: Calica, filial de Vulcan, adquiere unos terrenos en Playa del Carmen y los escarba de día y de noche durante ¡treinta años!, hasta extraer unas ¡100 millones de toneladas! de arena y de grava. El Mapa Mundial de Justicia Ambiental, elaborado por la ONG Enviromental Justice, señala que la explotación de la mina provocó “contaminación atmosférica, pérdida de biodiversidad, desertificación, calentamiento global, degradación del paisaje, contaminación sonora, erosión del suelo, deforestación, contaminación del agua superficial y subterránea, afectación del sistema hidrogeológico (destrucción de cavernas), y derrame de sustancias tóxicas y residuos mineros”, dejando en el paisaje un gigantesco agujero de ¡mil hectáreas! de extensión y muchos metros de profundidad, lo cual es un tamaño equivalente a las cuatro secciones del bosque de Chapultepec. Todo ese estropicio se amparó en permisos y licencias municipales, estatales y federales, o sea, duele decirlo, con la complicidad de los tres niveles de gobierno. 

Segundo acto: El municipio de Playa del Carmen acusa a Calica de extraer el doble de lo permitido (11.4 millones de toneladas anuales en lugar de seis), dando pie a un rosario de reclamos, demandas, clausuras y juicios civiles. El pleito sube de nivel cuando Calica recurre a un arbitraje dentro del marco del Tratado de Libre Comercio (2018), reclamando una indemnización de 500 millones de dólares. La lucha va en serio pero es sorda, apenas atrae la atención de los medios, mientras la explotación continúa durante los primeros cuatro años de la 4T.

Tercer acto: AMLO lleva el caso a la mañanera, pidiendo “que ya no se siga destruyendo y que retiren su demanda”, al tiempo que sugiere que “con un poco de imaginación y de talento se podría utilizar como zona turística” (enero, 2022). A partir de ahí todo se precipita: el CEO de Vulcan, Tom Hill, negocia con AMLO pero no llegan a nada, Profepa clausura temporalmente la mina, Andrés Manuel López Obrador acude en la ONU denunciando un “desastre medioambiental”, se meten al pleito algunos congresistas de Estados Unidos, la Marina toma sin previo aviso las instalaciones de la empresa, el secretario Antony Blinken advierte que no aceptarán una expropiación, AMLO anuncia que va por la ‘clausura definitiva’. En esas estamos, pero con las posturas más alejadas que nunca, pues de parte de Vulcan la indemnización se ha elevado a mil 900 millones de dólares, y de parte de la 4T está en marcha una consulta pública para declarar el colosal agujero como un ‘área natural protegida’.

¿Cómo se llamó la obra? Cortina de humo, yo diría.

En razón de su cargo y de su encargo, Su Excelencia no podrá coincidir conmigo en que todo parece un gran montaje, pero sí aceptará que es difícil creer en la sinceridad de un gobierno que despliega con la mano diestra la bandera de la ecología, mientras con la siniestra perfora a discreción y sin reparo el sistema de cavernas más hermoso y espectacular del país, y quizás del mundo.

No la quiero abrumar con las contradicciones y yerros del proyecto insignia, el Tren Maya. Le diría, eso sí, que siempre fui partidario de su construcción, mas no se puede aplaudir ni aceptar la negligencia y la corrupción que privaron en el tendido de la línea, todavía inconclusa. Como titular de Medio Ambiente, le puedo asegurar que ahí tendrá una fuente inagotable de dolores de cabeza.

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Si Su Eminencia me lo permite, deseo concluir esta larga parrafada con un signo de interrogación, pues percibo que detrás de este show mediático podría esconderse la verdadera intención del gobierno de Andrés Manuel López Obrador: el puerto de altura. Como se sabe, Quintana Roo tiene 860 kilómetros de playas y caletas deslumbrantes, pero la madre naturaleza no incluyó en ese litoral un accidente indispensable para el desarrollo moderno, esto es, un puerto natural, un paraje marino libre de corrientes y de vientos. 

Para llevarse sus toneladas de material pétreo, Vulcan construyó el suyo en Punta Venado, con la misma técnica que usó para su kilométrico agujero, es decir, excavando en tierra firme hasta lograr el calado suficiente para que atraquen sus buques cargueros. Pero es un puerto muy pequeño: apenas cabe un mercante en el muelle sur y ninguno en la parte norte, que solo se utiliza para recibir al ferry de Cozumel. En términos prácticos, lo ideal sería ampliarlo con una nueva excavación, aunque no les guste a los ecologistas (y tal vez a usted tampoco), y rodearlo de plataformas para contenedores, grúas de carga, recintos fiscales, una terminal del Tren Maya, y posiciones para que puedan atracar unos diez o doce barcos, incluyendo cruceros. Es resumen, un puerto de altura.

Haciendo una digresión, quiero contarle una historia que quizás viene al caso. En su libro "Claudia Sheinbaum: presidenta", el periodista Arturo Cano describe una reunión de gabinete del entonces jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador, donde se anuncia la construcción de los segundos pisos del Periférico, una obra que no tenía nada de ambientalista. En sus propias palabras, Doña Claudia Sheinbaum reaccionó de esta manera: “Yo levanté la mano y dije, bueno, ya está tomada la decisión, pues hay que hacerlo científicamente”. 

Supongo que ese mismo pragmatismo podría privar en la futura decisión sobre Punta Venado, si el plan es recuperar ese espacio para la nación. Vulcan, hay que decirlo, lo operaba como un enclave colonial, al grado de impedir descargar en su muelle el balastro cubano adquirido para la construcción del Tren Maya (una ofensa imperdonable). Mas queda un escollo por superar: aun sí prospera la declaratoria de área natural protegida, aun si se revoca la concesión para operar el muelle, y sea cual sea el resultado del arbitraje, la propiedad de los terrenos, tanto del espantoso agujero como del modesto muelle, seguirán siendo de Vulcan.

No me cabe duda, Su Señoría, que tendrá usted la agenda saturada en su nuevo encargo. Por lo pronto, quiero decirle que su anunciado cargo cayó muy bien en Quintana Roo, al calificar sin titubeos como ecocidio el asunto de Vulcan y al aceptar frente a los medios que el Tren Maya provocó daños ecológicos, algunos tal vez irreversibles, lo cual contrasta de manera notoria con la medrosa postura de su antecesora, María Luisa Albores, declarando ante el Senado que el tren cumplía a cabalidad con la normatividad ambiental. Ganará usted mucho si mantiene esa postura equilibrada y sincera, y desde luego, tendrá el humilde reconocimiento y el atronador aplauso de

Fernando Martí

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