EXCMO. SR. LIC. FEDERICO REYES HEROLES
GRAN CRUZADO DE LA TRANSPARENCIA
Muy Denodado Guía Intelectual de Este País:
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No sé si a usted le ocurra lo mismo pero, de unas semanas para acá, en mi adoptivo Cancún no hay tertulia de café, ni botana en la cantina, ni comida con sobremesa donde no surja, de manera espontánea y preocupona, una interrogante que alude al ejercicio del poder en el próximo gobierno: cómo y cuándo va a romper Claudia Sheinbaum con Andrés Manuel López Obrador.
Para añadirle un poco de picante a la discusión, ya de por sí corrosiva y escabrosa, yo suelo relatar una anécdota que extraje de su libro “Orfandad”, el volumen de memorias dedicado a narrar pasajes de la vida de su padre, Don Jesús Reyes Heroles. Buena lectura, salpicada de anécdotas y de confidencias, quizás el mejor retrato que tenemos de ese personaje hosco y refunfuñon, quien navegó durante tantos lustros por las turbulentas aguas de la política.
El fragmento que traigo a la charla tiene que ver con el teléfono rojo, también conocido como la red, una suerte de conexión directa que tenía el presidente de la República con los miembros de su gabinete. Por ese hilo telefónico, secreto y misterioso, el llamado Jefe de la Nación impartía y repartía órdenes, reclamaba informes, disponía nombramientos y atizaba reprimendas, es decir, ejercía su poder a plenitud.
Pues sucede que en el relevo de Echeverría a López Portillo el presidente saliente, sin conocimiento del entrante, dejó instalado en su casa el aparato colorado, a través del cual seguía mangoneando a placer. Enterado Reyes Heroles de ese pájaro en el alambre, mandó sin contemplación cortarle la línea al intruso, quien de inmediato se quejó con su sucesor.
Como usted cuenta el lance mejor que nadie, Dilecto Cronista, me permito transcribirlo de manera literal:
“Para las pulgas de Reyes Heroles, eso era una afrenta a la vida institucional. Un día López Portillo lo llamó, Chucho, Luis está furioso, que le quitaron la red, ¿quién dio la instrucción? Yo, fue la respuesta. Y, ¿por qué no me consultaste?, le preguntó. Porque usted me hubiera dicho que no lo hiciera. Tiempo después López Portillo lo reconoció, fue lo correcto, gracias”.
Obviamente, en mis charlas de ocio, ese relato tiene un ánimo provocador: ¿le van a dejar a Andrés Manuel su teléfono rojo? Las respuestas que recibo suelen ser confusas y rabiosas, incluso vociferantes y soeces, con algún vocablo altisonante dedicado a ya sabes quien, pero todas tienen un denominador común: están desinformadas.
Por eso recurro a usted pues, a través de sus columnas en Excélsior, percibo que está obsesionado con el tema. Una semana sí y otra también, sus textos se refieren a “la imposición de agenda y colaboradores a la futura Presidenta”, a que “todo está calculado para mantenerla sin poder pintar su raya”, a que “cuando se analizan las designaciones del futuro gabinete queda clara la ostensible intromisión del Presidente”, y a que, sin darle muchas vueltas, “AMLO se está aprovechando de ella.”
Tanto agobio, si bien deja claro lo que usted desea, no me saca de la duda: ¿nos van a gobernar a través del aparatejo?
***
A Cicerón, cónsul y tribuno romano, se le atribuye haber escrito que “la historia es la maestra de la vida”, frase que le encanta usar y repetir a nuestro actual presidente. Es una sentencia feliz, muy buena para echar discursos, pero habría que poner en duda su utilidad, pues no parece que hayamos aprendido mucho de la mentada profesora.
Su Ilustrísima no lo ignora: ya vivimos un maximato (el de Calles), ya tuvimos varias intentonas de poder transexenal (las de Alemán, de Echeverría, de Salinas), y aquí estamos de nuevo, viendo como se tensa la liga entre el poder creciente y el poder menguante, sin saber a ciencia cierta cuál es cual. No tengo ningún pronóstico que ofrecer sobre el desenlace de este duelo, ni sé lo que en su pueblo piensa la gente, pero en los corrillos de Cancún es opinión mayoritaria y predominante que Doña Claudia debe romper con Don Andrés apenas se siente en la silla.
Quienes se entusiasman con esa ruptura la pregonan con un proverbio de rancio sabor británico: “El rey ha muerto, ¡viva el rey!” No hay duda de que tal fórmula aplica en las monarquías absolutistas, pues la desaparición física del soberano equivale al cese instantáneo de su poder político. Más eso no sucede en Este País, aunque tengamos costumbres cortesanas, pues el rey, tras entregar con gran pompa la banda tricolor, se va a su casa y puede seguir hablando por teléfono.
Hay muchas formas, Su Eminencia no lo ignora, de ejercer el poder. Una de ellas es el estilo López Obrador, punzante y altanero, ordenando en público al Congreso que aprueben sus iniciativas sin cambiarles ni una coma. Pero ese alarde no descarta la intromisión vía celular, algo más insidiosa, por la cual se puede indicar el rumbo correcto, sugerir nombramientos, gestionar contratos, recomendar empresas, en fin, las múltiples maniobras que existen para ejercer el mando.
Cuantimás, desde luego, con el poder acumulado y rotundo que ejerce Andrés Manuel. Haiga sido como haiga sido, al arranque del próximo sexenio controlará la mitad del gabinete (no veo a Rosa Icela ordenando que le corten la línea), influirá en ambas cámaras, ordenará en Morena, llamará para saludar a los gobernadores y tendrá una cercanía insólita con el Ejército, al que colmó de negocios y prebendas.
Sumado todo, Estiloso Cronista, ese dominio abrumador levanta la sospecha de que también podría durante meses, y tal vez años, controlar a Doña Claudia. En tal caso, la ruptura no sería drástica e inmediata, sino más bien paulatina y tortuosa, casi diría agónica para quien la sufre y despiadada para quien la ejerce.
Más existe un tercer escenario del que nadie quiere hablar pues, por regla general, los partidarios de la ruptura la conciben como una rectificación de rumbo, un escenario para corregir los errores del obradorato. ¿Qué tal si no? ¿Qué tal si Doña Clau, por convicción o por cálculo, decide profundizar el rumbo? ¿Qué tal si nos sale más radical que López Obrador? ¿Qué tal si se avienta a rebasar al presidente por la izquierda? ¿Qué tal si pretende acercarse al socialismo puro y duro?
En ese caso no habrá ruptura: habrá mancuerna. Hay que recordar que Sheinbaum Pardo proviene de la izquierda maciza y combatiente, la que ponía barricadas y cerraba facultades. Hay que apuntar, también, que a Andrés Manuel López Obrador se le hace agua la boca cuando habla de las oprobiosas dictaduras de Cuba y Venezuela, y que la invitación para que venga Putin fluye en el mismo carril. Con todo respeto, como suele decirse en las mañaneras, a lo mejor se están juntando el hambre con las ganas de comer.
Con esa tribulación doy por terminada esta misiva. Ahí le encargo, como hubiera querido Reyes Heroles, que a golpe de tecla siga insistiendo en la construcción de una república democrática y feliz. Mientras tal milagro se concreta, reciba un abrazo pletórico de escepticismo de