2024 está siendo un año atípicamente intenso por varias razones. La primera es que habrá elecciones nacionales programadas en más de 70 países que suman más de la mitad de la población mundial. Por si fueran pocas, hay que añadir algunas novedades: en estas semanas los mandatarios de Reino Unido y Francia convocaron a elecciones anticipadas, no programadas, como estrategia política para salvar el pellejo de sus partidos ante complicadas situaciones internas en ambos casos y por los resultados de las elecciones europeas en el caso de Francia, en las que los representantes franceses de ultraderecha hicieron avances muy importantes.
El caso de Francia es interesante pues a Macron le salió el tiro por la culata, tal y como le pasó a Cameron con el Brexit, y los resultados de la primera vuelta realizada este último domingo indican que por primera vez la República Francesa tendrá una cohabitación de un presidente centrista y un primer ministro de ultraderecha que proviene de un partido eurofóbico, xenófobo y ultranacionalista.
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Este escenario complicará mucho las cosas en Europa y las repercusiones impactarán en distintas partes del mundo, pues habrá cambios de señales en las decisiones relacionadas con los flujos migratorios, los nacionalismos, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania y los ataques de Israel en contra de Hamas y el pueblo palestino.
En China no hay elecciones pero las hubo en Taiwán, en donde ganó el Partido Democrático Progresista (DPP) lo que significa que seguirán altas las tensiones con China continental, país que junto con Corea del Norte sigue apoyando abiertamente a Rusia en su conflicto con Occidente.
En México las elecciones del 2 de junio delinearon el mapa de un país muy dividido, en el que una sorprendente mayoría de electores decidió darle todo el poder al partido del gobierno. Como es normal, las incertidumbres sobre la forma en la que Claudia Sheinbaum ejercerá el enorme poder heredado y sobre las decisiones que tendrá que tomar, son muchas y muy grandes. Los riesgos económicos y sociales que enfrentamos como país son muy serios, principalmente por el estrés al que están sometidas las finanzas públicas y las implicaciones que tendría la reforma judicial sobre la economía y la vida de millones de personas.
El devenir de nuestro país estará igualmente determinado por las elecciones de Estados Unidos, en el mes de noviembre, para las cuales el mismísimo Trump lleva (sí, inconcebiblemente) la delantera en las intenciones de voto. Si la muy grave incompetencia del partido demócrata no se resuelve urgentemente y no logran sustituir a un Biden que, según gente cercana, cada vez se desconecta de la realidad con mayor frecuencia para navegar alegremente entre lapsus de inconsciencia, entonces el triunfo de Trump es prácticamente un hecho.
Con Trump en la presidencia la matriz de riesgos mundiales se vería preocupantemente sombría. Entre una larga lista de posibles consecuencias estaríamos observando el incremento de la polarización política y social en muchos países; la consolidación del poder monopólico de muchas grandes corporaciones; el aumento de las desigualdades, las brechas sociales y la discriminación por razones de género, etnia e ideologías; la manipulación política de las decisiones judiciales; la erosión de la democracia y algo muy preocupante, la relajación de las acciones para prevenir el cambio climático, lo cual aceleraría todavía más la frecuencia y la intensidad de eventos catastróficos en todo el mundo.
Las relaciones con México serían sin duda más estresantes que con un demócrata, pues la verborrea que usa Trump para pintar a los mexicanos como “bad hombres”, delincuentes y violadores le es políticamente rentable pues tiene mucho éxito entre sus bases electorales. Y siendo un misógino y confeso (en privado, claro) abusador de mujeres, la relación con Sheinbaum puede ser muy incómoda.
A este recuento completamente burdo, genérico e incompleto de la matriz mundial de riesgos para el 2024, hay que añadir que ésta se seguirá aderezando con el mal uso que se hace de la inteligencia artificial (IA), esta impresionante tecnología disruptiva que evoluciona cada día a velocidades inimaginables. Hasta ahora no existe ninguna regulación que obligue a la incorporación de principios éticos en el diseño y uso de la IA (en Europa van más adelantados, pero todavía no es ley) por lo que han sido las grandes empresas desarrolladoras de IA las que han intentado formar consejos que tutelen la ética de la IA. Pero dejar la iglesia en manos de Lutero, nunca ha sido un buen negocio.
La intrusión en nuestras vidas de muchas empresas que operan en el ecosistema digital y el uso indiscriminado de algoritmos de IA para usar nuestros datos personales e incidir subrepticiamente sobre las decisiones y las conductas de la gente, causan costos y daños insospechados.
Claro que hay muchos casos en los que no se trata de daños graves, pero sí de acciones muy cuestionables. Por ejemplo, pregúntense cómo es que Amazon sí sabe con semanas o meses de anticipación qué van a querer comprar, cuando ustedes todavía no tienen ni idea.