Frente al Monumento a la Revolución hay tres edificios que parecen estar recargados uno sobre el otro. El primero, como de 1940, de cuatro niveles, con la cafetería “Finca Don Porfirio”, parece descansar sobre otro de la misma época, el Edificio Salero, de siete niveles, que también se ve inclinado hacia el edificio esquinero de Valentín Gómez Farías y Av. de la República. Este último más moderno.
Un politólogo, como el que escribe estas líneas, no puede asegurar que haya riesgos para los tres inmuebles mencionados, pero sin duda todos conocemos casos similares que nos recuerdan las pesadillas de 1985 y 2017. Pero así como no podría emitir dictamen de falla estructural, tampoco me sentiría cómodo viviendo en cualquiera de los tres edificios, ni en ningún otro que a simple vista se vea recargado sobre otro.
¿Qué pasa si mañana hay un temblor de 8.1 grados, trepidatorio, con epicentro en la Costa de Guerrero, como el de 1985? Como con el Apocalipsis, nadie sabe el día ni la hora, pero suponemos que en algún momento de este siglo ocurrirá. Hoy, para colmo, buena parte del sistema de alertas sísmicas está desconectado desde el paso del huracán Otis.
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Más allá de la convicción que tenemos muchos de que los fideicomisos son buenos para apartar fondos para funcionalidades específicas, más allá de lo que pensamos de la desaparición del Fonden, cualquiera que sea la estrategia tendríamos que estar mejor preparados. De hecho, incluso pensábamos que lo estábamos.
Con respecto a Otis ¿Cuántas viviendas y hoteles se habrían salvado con tapiales o protectores a las ventanas, cuántas vidas humanas, cuántos empleos? Seguro se habrían quedado sin luz y sin telefonía, pero tal vez no sin agua y alimento para los primeros días. ¿Cuántas vidas podremos salvar para el próximo terremoto de la Ciudad de México si nos aseguramos que todos los edificios estén en condiciones seguras para sobrevivir al mayor de los movimientos telúricos de los últimos 200 años? ¿Cuántas casas cuentan con un kit de sobrevivencia para una emergencia? ¿Con qué fondos contamos si concurren varios eventos catastróficos en el país?
Una cosa es lo que hagamos antes de la emergencia, antes del huracán, antes del terremoto, antes de la erupción del volcán. Otra, es lo que hagamos durante y después, con un gobierno que tardó 5 días en reaccionar, una gobernadora que no aparecía, un presidente que trata de minimizar la tragedia y que dedica sus mensajes a denostar a la oposición en vez de apelar a la solidaridad. De políticos con las botas limpias, mejor ni hablamos.
Justamente, la reacción del Gobierno Federal es cero prometedora, como también lo fue, en su momento, la actitud del entonces secretario de Gobierno, Martí Batres, cuando Pamela Cerdeira exhibió que la ayuda entregada al Gobierno de la Ciudad de México nunca llegó a los damnificados del terremoto de Turquía. Para el partido en el poder, todos somos culpables de hacer leña del árbol caído, pero ellos jamás asumen la responsabilidad de sus corruptelas, sus ineptitudes y, en este caso, su profunda y asesina indolencia.
Para el presidente, 50 muertos son poquitos. Nada nos asegura que no estén ocultando cientos de muertes, porque la falta de comunicaciones ha impedido poner nombre y apellido a los desaparecidos.
Aún así, no podemos medirnos de forma disociada de los números, la necropolítica de López Obrador, como la llamó Alma Delia Murillo. No puedo sopesar quién es más genocida, Hitler o Stalin, ambos son una aberración en la historia. No puedo sopesar Katrina versus Otis, ambos han representado destrucción total de sus comunidades, con la ineptitud y frivolidad de sus gobiernos.
Si hay un nuevo terremoto y mueren menos que en 2017 se considerarán más eficientes que el neoliberalismo, pero si hay más muertos, se compararán con 1985, o justamente con el de Turquía de febrero de este año, o el de Haití de 2010.
Lo mismo sucedió con la pandemia. Ciudad de México fue una de las más mortales en el mundo; México tiene una de las peores estadísticas tanto en números absolutos como por millón de habitantes. Podemos decir lo mismo con los incidentes de tránsito. Al final de cuentas no es tan simple como “ups, se murió”. Muchas muertes se pueden evitar: en las enfermedades, en los fenómenos naturales, en los incidentes de tránsito, en los riesgos de trabajo.
El desmantelamiento de políticas públicas, mal llamadas “neoliberales”, en realidad viene acompañada de muertes y los culpables se lavan las manos, sus seguidores y propagandistas ahora se dedican a juzgar a quienes desde la sociedad señalamos a gobiernos irresponsables y asesinos.
En la costa de Guerrero pudieron evitarse muertes, pero teníamos un mal gobierno; en Tláhuac pudieron evitarse muertes por la caída de la Línea 12, pero teníamos un mal gobierno; en el Colegio Rébsamen pudieron evitarse muertes, pero en Tlalpan teníamos un mal gobierno; en las calles y avenidas de la Ciudad de México pudieron evitarse muertes, pero teníamos un mal gobierno. En Tlahuelilpan al inicio de esta administración, o durante el covid, y seguramente también en muchas ocasiones antes de ser gobernados por el actual régimen de propaganda, mentira y manipulación: por doquier hay muertes que pueden evitarse.
El análisis causa raíz no se inventó en 2018 y es justo lo que debe suceder en cualquier muerte inesperada. Qué se pudo hacer para evitarla y cómo podemos ser una mejor sociedad con un mejor gobierno. Ninguna muerte accidental es aceptable. Aunque el tartufo opine distinto.