CRISIS MIGRATORIA

“No es el sueño americano, es la pesadilla americana”: Antonio, migrante nayarita

La Silla Rota presenta la historia de Antonio, un padre de familia que vendió su automóvil y algunas pertenencias para reunir dinero y emprender su camino a la frontera; sin embargo, fue abandonado por el "pollero", repatriado por autoridades de EU y asaltado en México

La Silla Rota presenta la historia de Antonio, un padre de familia que vendió su automóvil y algunas pertenencias para reunir dinero y emprender su camino a la frontera; sin embargo, fue abandonado por el 'pollero', repatriado por autoridades de EU y asaltado en México
Antonio, migrante nayarita.La Silla Rota presenta la historia de Antonio, un padre de familia que vendió su automóvil y algunas pertenencias para reunir dinero y emprender su camino a la frontera; sin embargo, fue abandonado por el "pollero", repatriado por autoridades de EU y asaltado en MéxicoCréditos: MARLENE VALERO
Escrito en ESTADOS el

HERMOSILLO.- En los últimos años, la migración en grandes caravanas ha obligado al mundo a voltear a ver a estas personas que salen de casa, la mayoría provenientes de Centroamérica, para buscar cruzar a Estados Unidos en busca de una mejor vida, el llamado “sueño americano”.

Los grandes grupos conformados por miles de migrantes han llamado la atención tanto de autoridades como de asociaciones civiles, quienes llevan acompañamiento, cuidado médico, comida y ropa para cuidar de ellos en su recorrido por el país hasta la frontera. Sin embargo, hay un sector de migrantes que se encuentra en el olvido: los mexicanos.

A pesar de que el presidente Andrés Manuel López Obrador asegura que son pocos los connacionales que cruzan hacia Estados Unidos, la realidad es que muchos todavía arriesgan sus vidas para ingresar al país vecino de manera ilegal. Ya sea para conseguir un trabajo que ayude económicamente a su familia o para escapar de la violencia que se vive en sus estados.

Tal es el caso Antonio, un padre de familia que vendió su automóvil y algunas pertenencias para reunir dinero y emprender su camino a la frontera, con el fin de dar una mejor vida a su esposa y sus tres hijas.

En entrevista con La Silla Rota, cuenta que en el pequeño pueblo de donde es originario, llamado La Boquita, en el municipio de Rosamorada, en Nayarit, hay poco trabajo. Sus cerca de 700 habitantes -según las últimas cifras del Inegi- deben salir hacia otros pueblos cercanos para vender alimentos, trabajar en el campo o a la pesca de camarón.

“Yo trabajaba en lo que saliera. En el campo, en el descabece de camarón, ir a vender tamales, en lo que salga. Tenemos que salir de mi pueblo a Tuxpan a Coamiles, a diferentes partes a vender lo que podamos”, relató.

Por esa razón, él y su hermano de 17 años decidieron emprender su viaje por el norte del país, con el objetivo de llegar a Flagstaff, Arizona, una localidad rodeada de bosques, en donde pretendían trabajar en los aserraderos.

Después de reunir 40 mil pesos, tomaron un autobús de transporte que atravesó todo Sinaloa hasta llegar al municipio de Altar, en Sonora.

La pesadilla comienza al acercarse a la frontera

Una vez en la localidad de Altar, ya cada vez más cerca de la frontera, el autobús se detuvo en la central. Pero Antonio y su hermano no sabían que era un punto de “revisión” de sicarios. En el lugar, a plena vista de todos, hombres armados les exigieron el pago de 15 mil pesos para poder pasar hacia El Sásabe, el último pueblo antes del desierto que divide Sonora y Arizona.

“Cuando llegamos a Alatar nos cayó la mafia. Si queríamos pasar de Altar a El Sásabe teníamos que pagar 15 mil pesos. Según es el pago de plaza. Íbamos en el camión y ahí nos bajamos en la central camionera. Nos dijeron que nos iban a secuestrar si no pagábamos y nos enseñaron el arma, ahí en la central camionera”, agrega.

Antonio y su hermano pagaron, al igual que lo hicieron otras personas que también pretendían cruzar hacia Estados Unidos.

Una vez saldado ese dinero, los ‘polleros’ los llevaron a El Sásabe. Los encerraron a él y a su hermano, junto a los demás migrantes de otras nacionalidades y también mexicanos, en una casa de seguridad. Les quitaron la ropa y los tenían hacinados en un cuarto, con un solo baño y una llave para tomar agua.

“Habíamos mucha gente. Nos llevaron a El Sásabe y en una casa nos quitaron la ropa, los zapatos. Según nos tenían para que no nos fuéramos a ir y nos trataron peor que unos animales. En la mañana nos dieron avena con pan, en la tarde frijoles con arroz blanco y dos tortillas. Había una llave para tomar agua y un solo baño para todos”, recuerda.

El padre de familia recuerda que él y su hermano tenían miedo. Incluso, mencionó que los hombres armados se llevaron a tres mujeres que estaba en la misma casa encerradas y que nunca más las volvieron a ver.

“Pensaba que iba a morir ahí, en el desierto”

Después de unos días encerrados en ese lugar, se llegó la hora de emprender el viaje por el desierto. Antonio, su joven hermano y 12 personas más fueron guiadas por un ‘pollero’ para cruzar hacia Arizona en medio del desierto.

El grupo caminó por cuatro días bajo los rayos del sol en el desierto sonorense, que llega a alcanzar en esas zonas hasta los 55° centígrados. En un punto del camino, el ‘pollero’ los abandonó y quedaron a su suerte.

Perdidos, sin comida, agua y sin saber a donde ir, Antonio pensó que iba a morir. Que esa sería su tumba y no volvería a ver nunca más a sus tres hijas y su esposa.

Sin embargo, una persona los rescató de la muerte. Un integrante de la etnia Tohono O’odham (conocidos en México como pápagos) los encontró y les dio agua.

“El pollero nos dejó tirados, yo pensé que ahí íbamos a morir. Estábamos perdidos totalmente, si no hubiera sido por un pápago que nos encontró, no sé qué hubiéramos hecho”, lamenta.

Lo que no sabían, es que ya se encontraban del lado estadounidense de la frontera. Y aunque lograron su objetivo, se dieron cuenta que eran llevados hacia las autoridades migratorias.

Antonio y el grupo que fue rescatado corrió con suerte, ya que muchos de los migrantes que intentan cruzar por el desierto no logran sobrevivir.

Cifras de la Customs and Border Protection (CBP) en Arizona señalan que en 2022 encontraron 174 cuerpos de migrantes en el desierto; 225 en 2021 y 223 en 2020.

El padre de familia, su hermano y el resto del grupo quedaron bajo custodia de las autoridades en el Central Arizona Detention Center, en el condado de Florence. Ahí permanecieron cerca de 12 días, en espera de que su caso fuera atendido por el juez de migración.

“Nos llevaron a una prisión que se llama Florence, esperamos 12 días a que nos llevara a ver al juez de migración, nos dieron un provecho y una deportación voluntaria”, explicó.

A él y a su hermano los querían deportar por la frontera de Tamaulipas, pero logró que los enviaran a Tijuana, Baja California, ya que consideraba más tranquila la zona.

“Nos querían tirar por Ciudad Acuña, Tamaulipas, pero bendito dios que llegó un camión que iba para Tijuana, por que dicen que por allá en Ciudad Acuña está muy fea la cosa, allá han matado mucha gente”, menciona.

Regresar a casa: el otro viacrucis

La pesadilla para Antonio no había terminado. Una vez de regreso a México, debía hacer todo lo posible para volver hacia Nayarit. Sin embargo, ni él ni su hermano tenían “un quinto en la bolsa”.

Es en este retorno en donde el padre de tres hijas se enfrentó a obstáculos, extorsión de policías, desprecio de los mismos mexicanos y puertas cerradas en los albergues.

Sin dinero en sus bolsillos, hicieron lo que pudieron para seguir viajando hacia La Boquita, donde su familia los esperaba. De Tijuana se movieron a Mexicali y en este lugar tuvieron que limpiar vidrios de automóviles para ganar dinero. Ahí se enfrentaron a su primer obstáculo: la policía.

“Unos policías nos querían detener 36 horas por limpiar vidrios, nos quitaron los 80 pesos que habíamos ganado y yo le dije: por gente como tú hay tanta delincuencia, nos roban lo poquito que tenemos y nos obligan a hacer cosas que no queremos. En vez de apoyarnos a regresar a nuestra casa nos atoran; empezó a burlarse de mí: ‘ay si me vas a hacer llorar’. Yo le dije que ese dinero le hacía más falta a ella que a mí”, cuenta con coraje en su voz.

A pesar de ello lograron ingresar de nuevo a Sonora y llegaron a la plaza principal del municipio de Sonoyta, donde dormitaron una noche. Sin embargo, a la mañana siguiente un grupo de sicarios se les acerca.

Con miedo, hacen lo que les piden, que se queden en la plaza y no se muevan. A la hora, este grupo de hombres regresó y les llevaron tortas y aguas frescas. Incluso, asegura Antonio, que les ayudaron con el pasaje hacia Caborca.

“Llegaron sicarios, pero se portaron muy bien y hasta mejor que esos policías. Nos dijeron que no nos moviéramos; regresaron a la media hora con cajas en tortas y aguas frescas; nos dijeron que fuéramos al DIF y nos iban a dar una carta, regresamos y nos pagaron el boleto a Caborca; nos dijeron que no podíamos estar ahí, que nos podían confundir con otras personas y hasta matar”, cuenta.

En el camino hacia Hermosillo, pasaron por “zona caliente”, a los alrededores de Caborca sintieron miedo nuevamente. Escuchaban balaceras, veían vehículos pasar con hombres armados, las personas les cerraban las puertas y nadie los quería recibir o ayudar.

Como pudieron, llegaron a la capital de Sonora. también se encontraron con puertas cerradas para ellos: los albergues ya estaban ocupados.

“Tratan mejor a los extranjeros que a los mismos mexicanos”

En las últimas semanas, cerca de 100 migrantes provenientes de África han permanecido a las afueras de la Central Camionera de Hermosillo. Están varados, ya que las líneas de autobuses ya no les venden boletos hacia los municipios fronterizos.

Autoridades les han bridando refugio, alimentos y también jornadas de atención médica por parte de la Secretaría de Salud.

Los albergues de la ciudad también están ocupados con migrantes de Centroamérica, debido a que desde el levantamiento del Título 42 por parte del gobierno de Estados Unidos, más personas han dejado sus casas en El Salvador, Honduras y otros países con la intención de cruzar al país vecino.

Con esta situación migratoria se encontró Antonio y su hermano de 17 años. Asegura que el presupuesto y la ayuda humanitaria es prioritariamente para los extranjeros y a mexicanos como ellos les cierran las puertas.

Esto fue lo que asegura que experimentó tanto en la ciudad de Tijuana como en Hermosillo, donde señala que vio cómo los extranjeros desprecian la comida que les ofrecen, y ellos, deseando qué comer.

“La frontera está llena de Centroamericanos que los tratan mejor que a uno. Les dan su comida calientita, tienen colchón donde dormir. El presupuesto se lo están llevando todos ellos. Nos dicen: no tengo que ofrecerte. ¿Qué hacemos? Seguir adelante, dormirnos en la calle. A ellos si les dan frijoles no se los comen, los sándwiches juegan futbol con ellos en la bolsa, eso lo vimos con nuestros ojos, y nosotros deseando un taco. Las autoridades a nosotros nos desprecian”, lamenta.

En Hermosillo no ha encontrado más ayuda. En la Catedral Metropolitana, ubicada en el Centro Histórico, donde se encuentra al momento de esta entrevista, le dijeron que regresara hasta el lunes. Apenas era sábado.

Tanto él como su hermano esperan reunir dinero para tomar un autobús que los lleve de regreso a Nayarit y poder regresar a La Boquita.

“No es el sueño americano, es la pesadilla americana”

Antonio envía un mensaje a quienes tienen la intención de cruzar hacia Estados Unidos. Pide que no crean lo que escuchan, ya que el camino a la frontera es peligroso y no le desearía a nadie vivir lo que ha experimentado durante un mes desde que salió de su casa en Nayarit.

“No es el sueño americano, es una pesadilla americana. Vas peleando contra todo mundo, las mismas autoridades te friegan. Le digo a la gente que no se dejen engañar, que vale más la familia, tu vida, que unos pesos más. Puedes perder tu vida, tu dignidad, vienes con la moral por los suelos”, menciona.

Además, señala que lo entristece cómo la sociedad ha cambiado y que la inseguridad que se vive en el país hace que no confíes en nadie, ya que a él y su hermano lo veían con desconfianza, con desprecio y hasta con miedo, a pesar de que solo que pedían era comida y apoyo para regresar a casa.

Incluso, agrega Antonio, en el camino hacia Estados Unidos se enfrentan a sicarios y la violencia cruda en el norte de México: en el desierto vio tres cuerpos colgados con un letrero clavado en sus pechos.

“Vimos osamentas, gente colgada. Le digo a mi hermano: esa gente ya no va a volver a casa. Los vimos en el desierto, con unos letreros clavados en el pecho, les sacamos la vuelta para no meternos en problemas, eran tres personas colgadas”, recordó.

A pesar de todo, Antonio y su hermano van de camino con la frente en alto y no ven su retorno como un fracaso, sino como una experiencia. Ahora, asegura, aprecian más a su familia, su hogar y su fe.

“No fue un fracaso, fue una experiencia. Aprendes a valorar en una tortilla, un taquito de frijoles, a creer más en dios. Si no fuera por dios no estaríamos vivos, nos puso a esa persona que nos sacara del desierto”.