La semana nos regaló cuatro puestas en escena en la que diversos actores trataron de vender –con más o menos éxito– un relato a la sociedad.
El primero, fue el fallido esfuerzo de la presidenta Claudia Sheinbaum y su primer informe de gobierno. El evento quedó desdibujado. La operación de medios fue efectiva y buena parte de la prensa del día siguiente reprodujo una frase del mensaje presidencial –“vamos bien e iremos mejor”– pero como es evidente desde hace tiempo, la agenda de los medios no es la agenda pública.
Tener portadas no garantiza estar en la conversación, y el tema no duró más de un día. Para el martes por la tarde, ya no había mayores ecos del informe. Fue así por la combinación de dos fenómenos: el desgaste que promovió AMLO de los informes, que carecen de sentido ante la sobreexposición diaria de las mañaneras; y el pobre trabajo de quienes hicieron el discurso y se esforzaron por no dar nota. No hubo anuncios, mensajes inesperados, gestos memorables. Sin frases ni estampas que recordar, sin noticias ni memes, el evento se diluyó desde antes de terminar.
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La segunda puesta en escena fue el mismo día, originada por el nacimiento de un Poder Judicial que buscó en la teatralidad la legitimidad que no tuvo con la reforma ni en la elección que les llevó al poder. Para tratar de silenciar el sonido de los acordeones lanzaron los rezos a Quetzalcóatl. Ni la purificación fue suficiente. Sin embargo, sí hay algo en esa puesta en escena que puede prosperar, no las referencias a los pueblos originarios –que en todo caso solo atienden a su actual presidente que dejará la función en 12 meses– sino el relato de la cercanía con el pueblo.
La rebaja en los sueldos y pensiones, la instalación de un (inútil) módulo de atención popular, las puertas abiertas (bloqueadas antes por el mismo partido que los llevó a las sillas), puede funcionar porque el populismo es atractivo y ahora el Poder Judicial juega como actor político y no como contrapeso legal. Mala noticia para el país, buena para el espectáculo político que ahora tiene nuevos jugadores en el tablero.
Ambos poderes –Ejecutivo y Judicial– opacaron la puesta en escena del Poder Legislativo. Desairado desde hace tres sexenios por la ausencia presidencial, el acto ha perdido cada vez más brillo. Nadie recordará los posicionamientos partidistas. Sin pleitos, no hay nota. Y la naturaleza colegiada no ayuda en tiempos en que todo es personalista. El Congreso seguirá con un bajo perfil mientras algunas pocas figuras –como Lily Téllez– logran usar el foro para construir una imagen propia.
Finalmente, y como ya habíamos advertido antes en este espacio, en la escena doméstica hay otro actor. El gobierno de Trump otra vez se metió en la agenda. La teatralidad es lo suyo. La explosión de una lancha con once personas fue el primer acto. Un gesto para encuadrar una visita que llegó con esa imagen bajo el brazo a negociar los términos de la cooperación. Claro, al día siguiente buena parte de la prensa destacó, faltaba más, lo cordial del encuentro. Pero nadie puede borrar la amenaza de nuevos ataques que están latentes si un día la colaboración deja de ser “la mejor de la historia”, y hace falta un recordatorio de quién tiene el poder.
Así termina la semana. Cuatro actores disputando los reflectores, frente audiencias que apenas perciben sus esfuerzos mientras sobreviven a las lluvias, los asaltos y los baches.
PD. Ojo al caso Loret y la amenaza de la demanda de Pío López Obrador. Bien puede ser vista por algunos como el caso ejemplar, que sirva para amedrentar desde ahora la denuncia mediática. Se simpatice con él o no, se comparta o no su trabajo, en su caso se puede estar definiendo buena parte del futuro de la prensa nacional.
