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¿Políticos al borde de un ataque de nervios?

Como nunca antes, el buen líder debe aprender a controlar sus emociones. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

La lucha por el poder nunca ha sido tersa. Todo lo contrario. La violencia es una de sus características principales. Sin embargo, en la democracia moderna se han encontrado modelos y técnicas que la reducen, contienen o erradican de diversos espacios.

La comunicación política, en sentido amplio, y el debate, en sentido específico, han contribuido a que las guerras, conflictos y diferencias se diriman en forma “más civilizada”. Esta importante fórmula fortaleció durante mucho tiempo el Estado de Derecho y redujo los riesgos para mantener la paz y la gobernabilidad.

Sin embargo, con la crisis del neoliberalismo y el crecimiento vertiginoso del populismo surgieron nuevos paradigmas. La violencia física y psicológica de los grupos criminales es incontrolable. Los discursos de odio ocupan espacios relevantes en las redes sociales. Y la violencia verbal de la clase política se incrementa en niveles que ya son alarmantes.

La violencia es como una cabeza de Medusa, compleja y multidimensional, a la que recurren los personajes políticos cuando no son capaces de controlar sus emociones. Es cierto que en algunos casos llegan a tener éxito, cuando no se descubre, por ejemplo, el origen ni la intención de sus expresiones violentas, pero también lo es que puede provocar la derrota o el fin de sus carreras.

Por si no lo leíste: Noroña y "Alito": los otros zafarranchos en el Congreso. 

La violencia, en cualesquiera de sus manifestaciones, siempre estará por debajo de los argumentos y las razones. Pero la realidad también demuestra que algunos objetivos de poder no se podrían lograr sin recurrir a ella. ¿De qué depende? Del respeto estricto a los límites y características que establecen las leyes.

Partiendo de un principio tan obvio, está claro que el pleito entre Alejandro Moreno, presidente del PRI, y el líder del Senado, Gerardo Fernández Noroña, durante la última sesión del período de receso de la Comisión Permanente fue un error que les costará caro a ambos personajes. El daño no es sólo a su reputación, sino a los partidos que representan.

No hay duda de que los dos se dejaron arrastrar por sus emociones. Que las argumentaciones posteriores en torno al suceso —y a las razones que lo motivaron— no justifican ni las agresiones verbales ni físicas. Mucho menos los ataques que en mayor o menor medida han perpetrado contra periodistas. 

Consulta: Rafael Herranz Castillo. "Notas sobre el concepto de violencia política", en Anuario de Filosofía del Derecho, Número VIII, 1997, pp. 427-442

Llegar a cualquier tipo de violencia confirma, además, que no están encontrando mejores opciones para afianzarse en el poder. El hecho de que parezca que las agresiones en el espacio público se han normalizado, tampoco es motivo para que se pierda el control de la manera en que lo están haciendo éstos y otros personajes de poder.

“Están desesperados”, dirán algunos. “Si no se crean nuevos conflictos, no hay manera de sacar a Morena de Palacio Nacional”, afirmarán otros. No, no se trata de llamar la atención a través de este tipo de recursos. El uso de la violencia es un recurso extremo, tal vez justificado frente a gobiernos autoritarios, cuando se agotaron todos los demás recursos.

Los cambios pacíficos sí son posibles. La historia tiene muchos ejemplos. Y si los intentos como el que está haciendo Alessandra Rojo de la Vega, con su movimiento de “La Resistencia”, no llega a consolidar una fuerza opositora, es preciso y urgente que los liderazgos de la oposición sigan buscando otras opciones. Es absolutamente necesario y están en su derecho.

Te recomendamos: Félix García Moyorón. "Emociones y política", en Crítica, La reflexión calmada desenreda nudos, 18/03/2019.

Si queremos en realidad avanzar hacia una cultura democrática, lo más recomendable es no darle la vuelta ni renunciar al conflicto. Pero a la confrontación civilizada hay que separarla de las diversas formas en que se manifiesta la violencia. Es indispensable hacerlo, en un sentido tan amplio como profundo, recuperando y fortaleciendo la comunicación política estratégica.

No obstante, para ponerle verdaderos límites a la violencia la clase política y la sociedad tienen que comprenderla en una dimensión más amplia: porque violencia también es mentir con la intención de dañar al adversario; porque existe cuando se genera un escándalo basado en infamias o manipulaciones; porque se da cuando se agrede a las instituciones con corrupción e ineficiencia, sobre todo si no les importan los daños colaterales que generan en la sociedad.

Para mantenerse en el poder, el buen líder nunca debe mostrarse indefenso, ingenuo, inexperto o vulnerable, como sí lo hacen muchos personajes violentos, sin inteligencia emocional. Por el contrario, sabe sobrevivir en escenarios polarizados y provoca emociones en sus audiencias, porque son algunos de los mejores recursos con los que se ejerce el liderazgo.

La fortaleza del buen líder no se mide por su capacidad para someter, presionar o intimidar a sus adversarios. Se mide por su serenidad y porque no sucumbe al nerviosismo que provocan los embates o la incertidumbre. Se mide por su inteligencia, por el cumplimiento de objetivos y por alcanzar los resultados comprometidos, siempre con estricto apego a la ley y a los más altos valores éticos. 

Recomendación editorial: Daniel Sansó-Rubert Pascual y Julia Pulido Guajera (coordinadores). El rompecabezas de la violencia política. Madrid, España: Editorial Dyckinson, 2023.

 

José Antonio Sosa Plata

@sosaplata