Nueva York rindió homenaje este año a Francis Scott Fitzgerald con motivo del centenario de la publicación de El gran Gatsby (1925), iluminando de verde el Empire State el 10 de abril para hacer referencia a la icónica “luz verde” al final del muelle de Daisy en East Egg, un punto lejano y casi inalcanzable, que simboliza la esperanza de Gatsby en el “sueño americano”: la ilusión de prosperidad, felicidad y éxito, que está al otro lado de la bahía, visible pero lejano.
Los encargados de encender la luz fueron los actores del musical de Broadway: El Gran Gatsby, estrenado el 25 de abril de 2024, que extenderá su temporada hasta marzo de 2026. El musical, dirigido por Marc Bruni y con los actores Jeremy Jordan y Eva Noblezada, se ha convertido en un éxito de taquilla, pero los críticos señalan que la obra se centra en una “historia de amor” y descuida el análisis del “sueño americano” que es el sustento de la novela de Fitzgerald.
La reseña del New York Times, escrita por Laura Collins, observó: “Esta adaptación musical, ahora en Broadway, es muy divertida al estilo de la Era del Jazz. Pero olvidó que la novela de Fitzgerald de 1925 perdura porque es una tragedia”. En efecto, El Gran Gatsby muestra el aspecto trágico del sueño americano, pero también el estilo de vida lujoso y frívolo de los millonarios neoyorquinos en la década de los años veinte, antes de la depresión de 1929.
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Más allá de los homenajes, Fitzgerald es una figura icónica de Nueva York. Existe una Suite Gatsby en el Hotel Plaza y hay guías turísticas que señalan los lugares de la novela como el puente Queensboro, Wall Street, el sótano de la calle 42 y Washington Heights, donde estaba del departamento de la calle 158 Oeste que Tom Buchanan reservaba para sus citas con Myrtle Wilson.
En Long Island, donde situó la historia de Jay Gatsby, se organizan recorridos turísticos por las antiguas mansiones de la Costa Dorada que construyeron los magnates (Vanderbilt, Morgan, Pratt y Guggenheim), representantes del poder económico de la “Edad Dorada” (Gilded Age) y los “Nuevos Ricos” de los años veinte, la “Era del Jazz”, como el banquero Otto Hermann Kahn, personaje en el que posiblemente se inspiró Fitzgerald, constructor del Castillo de Oheka (1919 – 1921, Huntington), la segunda mansión más grande y lujosa de Estados Unidos.
En el otoño de 1922, Fitzgerald y su esposa, Zelda, vivieron en una casa estilo Tudor, ubicada en el número 6 de Gateway Drive, Great Neck, en la costa norte de Long Island (declarada en 2015 parte del Registro Nacional de Lugares Históricos de Estados Unidos). Su estancia sólo duró 18 meses, antes de que el joven matrimonio se mudara a Francia, pero esta zona de veraneo de la élite neoyorquina inspiró al escritor para crear la novela de El Gran Gatsby.
El personaje se ha convertido en emblemático de la cultura popular gracias a las cuatro películas y una adaptación televisiva (1926, 1949, 1974, 2000 y 2013), cada una marcada por el estilo de su época, desde la versión en cine mudo y la de 1949, donde Gatsby (interpretado por Warner Baxter y Alan Ladd) aparece como un gánster, hasta el héroe romántico que representó Robert Redford en el guión de Coppola y el nuevo rico, soñador obsesivo y frívolo que interpretó Leonardo DiCaprio.
Sin embargo, ninguna de estas películas ha sido filmada en Long Island, aunque, tal vez, la que mejor recrea el ambiente de esa época es la de 1974, donde aparecen Redford y Mia Farrow, que se rodó en Newport, Rhode Island, usando auténticas mansiones de la Edad Dorada como Rosecliff Mansion y Marble House, construida en 1892 por William Kissam Vanderbilt.
Las dos primeras películas se hicieron en los estudios Paramount de Los Ángeles, California; la televisiva, protagonizada por Toby Stephens y Mira Sorvino, se rodó en Montreal, Canadá y la última, dirigida por Baz Luhrmann se hizo en los estudios Fox de Sydney, Australia, recreando digitalmente la mansión de Gatsby, “un palacete, imitación de algún castillo de Normandía”, como Nick Carraway describió ese híbrido arquitectónico, ligeramente ridículo pero que encapsulaba la energía del Sueño Americano.
De hecho, cuando Fitzgerald publicó la novela en abril de 1925, la frase “sueño americano” tal como la conocemos no existía. Apareció impresa posteriormente en un artículo de Walter Lippmann en Vanity Fair de 1923: “La educación y la clase obrera”. Sin embargo, Jay Gatsby es la encarnación de este sueño que ha sido la metáfora más poderosa de Estados Unidos. La promesa de que con trabajo duro, esfuerzo personal y oportunidades abiertas a todos, cualquier individuo puede ascender social y económicamente.
Una narrativa que hoy, en la era del gobierno de Donald Trump, plantea interrogantes y críticas. En este sentido, Sarah Churchwell, en su libro Behold America: A History of America First and the American Dream (2018), ofrece una profunda reflexión sobre cómo dos frases emblemáticas –”el sueño americano” y “América primero”– han sido utilizadas tanto para promover ideales democráticos como para justificar políticas autoritarias y excluyentes.
