Las ideas corrían de un lado al otro, en algunos casos volaban o se enterraban profundamente en el suelo. Desde el lugar donde observaba, trataba de entenderlas, buscando contestar algunas preguntas: ¿por qué huían?, o mejor dicho, ¿de quién huían?
De a poco comencé a entenderlo todo.
Algunas de ellas se dieron a la fuga después de esperar demasiado tiempo a que alguien las hiciera suyas, haber sido ignoradas atentó contra su dignidad; otras, al sentirse exprimidas hasta la médula, temían que su suerte fuera por fin desaparecer.
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Otras olvidaron el punto exacto donde dejaron la cordura, al oler la necesidad y desesperación de hambrientos seres que les veían como jugosas presas, sin siquiera valorarlas un poco, pensando únicamente en capturarlas, en colgarlas de aquellos lienzos transformándolas en trofeo, volviéndolas símbolo de aquella pírrica victoria obtenida durante su paso por la selva de papel.
La pluma se hundía en el tintero mientras penetraba dentro de su esencia aquel líquido, negruzco recurso capaz de atrapar las ideas que corrían de un lado al otro, que volaban o se clavaban profundamente en el suelo; que se esforzaban con tal de huir del momento, luchando porque sus próximos captores les valoraran siquiera un poco antes de encerrarlas en el lienzo, antes de dotarlas de la esencia inmortal propia de la tinta que les diera un tiempo más con vida.
La crueldad de aquellos captores, terminaba por alimentar las ideas con la esperanza de aquella réplica que desdibujara las cadenas de tinta, liberándolas, rompiendo el molde de aquel blanco sendero; regándolas afuera del mundo, dejando tirado su rastro inconfundible en cada minúsculo rincón del vasto pensamiento.
PÁGINA EN BLANCO
No hay amenaza más grande u oferta más tentadora para la creatividad que la página en blanco. El vacío entretejiendo sueños y convirtiéndoles en historias; plasmando emociones desbocadas que provocan el riego de tinta, dejando manchas pronunciadas sobre el papel. El vacío condenando todo, haciéndole circular sobre las texturas inacabadas de la hoja limpia, empujándolo a deambular hacia la involuntaria nada.
Ante la prístina blancura, sudan las manos que buscan crear sin saber qué. Espasmos golpean dentro, mientras las ansias de estímulo empujan a comerse las uñas; murmullos del más allá se multiplican dramáticamente, impidiéndonos describir a placer aquellas ideas que rondan como fantasmas sobre el papel, transparencias que transpiran gota a gota su esencia mística, dejándonos secos, sembrando en nosotros la necesidad de encontrar el rumbo.
Pese al ensordecedor escenario que plantea la página en blanco, el camino ideal, aunque turbulento, cada vez es más claro: lograr enfocar nuestras pisadas o deslizarnos por una extraña fortuna dentro de aquel oasis que pueda saciar la sed, aquella inagotable sed de crear, que nos ha consumido a cada momento desde aquella sublime blancura que nubló nuestro juicio, consumiéndonos el rostro, encegueciéndonos aún más ante la penetrante luz que mengua toda posibilidad de ver con claridad, de crear con claridad.
EL VACÍO IMPERECEDERO
Avanzar fuera de la hoja en blanco, nos conduciría al vacío imperecedero, ahogándonos junto a nuestro deseo de crear, dejándonos con las manos vacías, completamente vulnerables ante cualquier atentado inmaterial que quisiera destruirnos por completo.
¿Cómo enfrentarnos a aquello?, cómo lidiar con la hoja poseída que va creciendo alimentada con nuestra incertidumbre, con nuestro miedo, con el paso de las horas que le fortifican, al mismo tiempo que nos condenan a la pérdida de cordura, a la ausencia inagotable de creatividad, a ser perseguidos por el reflejo de nosotros mismos; a caer dentro del vacío imperecedero que consume todo lo que toca, que engulle todo lo que le ve, que torna de vuelta a cualquier osado aventurero que se haya atrevido a deambular por la selva de papel, sin estar dispuesto a sacrificarlo todo con tal de asestar entre pluma y tinta, aquel golpe victorioso que le dé el título de captor o escribano sin escrúpulos.
El último consuelo del cazador, sería describir entre líneas, aquellas ideas que escaparon una y otra vez de sus manos, que se colaron salvándose de la pluma y la tinta, encontrando una y otra vez la salida hacia afuera del papel, volviéndose uno con el inevitable olvido antes de siquiera propiamente nacer. Aquel último consuelo consistiría en describir, desde lejos, un atisbo de aquella idea que se desplomó de golpe al atravesar el horizonte del lienzo blanco, describir el derrumbe con tal de retenerle a un lado nuestro y hacerle vivir hasta que el fuego arrollador del olvido termine quemándolo todo, llevándonos a nosotros consigo.
COMO REFERENCIA
¿Qué hace que una idea sea nuestra?, ¿cómo podemos asegurarnos que somos autores de aquello que plasmamos en el lienzo en blanco?, ¿hay alguna manera de saber con certeza si algo es completamente nuestro o de forma inevitable podríamos sentenciar que aquello que creamos es producto de la cualidad humana de copiarlo todo?, ¿qué tanto es propiamente nuestro y qué tanto es producto de la referencia y de la borrosa citación de algo que alguien más creó antes de nosotros?
