Introducción
Quantus tremor est futurus
El 23 de septiembre de 2025, Donald Trump agitó la escena internacional con fuerza. Su irrupción comenzó con un discurso de 57 minutos en la Asamblea General de la ONU, en el que cuestionó a la organización y desafió políticas globales clave como la migración, la transición energética y el cambio climático. Posteriormente, tras reunirse con Zelensky, marcó distancia respecto al papel de Estados Unidos en la guerra de Ucrania. Sus declaraciones —objeto de calculadas reacciones tanto en Kiev como en Moscú— revelan un giro discursivo que busca trasladar el peso del conflicto hacia Europa y abren interrogantes sobre las implicaciones para la seguridad internacional y la evolución de la guerra.
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Así, lo ocurrido el 23 de septiembre proyecta una sombra más larga que el propio discurso: plantea preguntas urgentes sobre la vigencia del multilateralismo, el equilibrio de poder y la fragilidad de un orden internacional en transición. Sin embargo, algunos analistas —yo entre ellos— pensamos que la verdadera naturaleza de este episodio aún está por decantarse: ¿se trata del preludio de una nueva política que marca un cambio de fondo, o de un simple ejercicio retórico que Trump, con sus habituales bandazos, podría contradecir en los hechos o en los dichos más adelante?
Trump en la ONU: confrontación con la agenda internacional
El discurso de Trump en la ONU se caracterizó por una fuerte carga de confrontación contra la propia organización y contra Europa. Se refirió al organismo como un ente ineficaz, que “solo produce palabras vacías”, incapaz de detener conflictos, y criticó su supuesto rol en fomentar e incluso financiar la migración irregular. En sus palabras: “el experimento de fronteras abiertas ha fracasado y debe terminar ahora”.
Trump también dedicó buena parte de su intervención a cuestionar la agenda climática internacional, calificando el cambio climático de “gran estafa” y ridiculizando a las energías renovables. Esta línea refuerza su idea de que los países europeos están debilitando su economía y, por ende, su capacidad de sostener conflictos como el de Ucrania.
En el plano energético, su mensaje fue inequívoco: “China e India son los principales financiadores de la guerra en curso al seguir comprando petróleo ruso. Pero, de manera inexcusable, incluso países de la OTAN no han cortado el suministro”. Al señalar la dependencia energética europea y los altos costos de la transición energética, Trump intenta trasladar la carga política y económica del conflicto a Europa, idea que refuerza con el argumento de que Estados Unidos ya cumple con su papel como garante de seguridad a través del suministro de armas.
Escribo este párrafo con una sonrisa en el rostro. No, no me río, me sorprendo a mí mismo y sonrío. Al escuchar atentamente el ya famoso discurso y al oír el gran número de ataques a la ONU y su virulencia, y observar un solitario elogio a su potencial, varios analistas pensaron que el presidente estadounidense estaba a punto de anunciar la salida de Estados Unidos de la organización. Debo confesar que, en ese momento, una no muy frecuente fibra conspiracionista tocó mi reflexión y pensé que ahí, en el fondo, podría estarse gestando una iniciativa para que el próximo Secretario o Secretaria General de las Naciones Unidas fuera estadounidense. Conversando con una amiga y colega, le señalé: sería como lo que hicieron con el BID, “pero a lo bestia”. Ahí queda.
La guerra en Ucrania y el post de Trump en TruthSocial
Unas horas después de su encuentro con Zelensky, Trump publicó un mensaje en TruthSocial que condensó los elementos centrales de lo que sería una nueva postura. En él escribió: “Creo que Ucrania, con el apoyo de la Unión Europea, está en condiciones de luchar y recuperar toda Ucrania en su forma original. Con tiempo, paciencia y el apoyo financiero de Europa y, en particular, de la OTAN, las fronteras originales desde donde comenzó esta guerra son una opción muy factible. ¿Por qué no?”.
El post incluye varios elementos estratégicos relevantes
1. Minimiza el rol de Estados Unidos: Trump especifica que el esfuerzo principal debe ser asumido por la Unión Europea y la OTAN. EU, en cambio, se limitaría a suministrar armas a la alianza atlántica “para que la OTAN haga con ellas lo que quiera”.
2. Califica a Rusia como “tigre de papel”: afirma que Moscú ha librado una guerra “sin rumbo” durante tres años y medio, que un verdadero poder militar habría resuelto en menos de una semana.
3. Destaca las debilidades económicas rusas: menciona la escasez de gasolina y los altos costos de la economía de guerra en Rusia, presentando este momento como la oportunidad para que Ucrania recupere su territorio.
4. Un cierre ambiguo: “Good luck to all” puede interpretarse como una señal de distanciamiento y una renuncia a comprometer la diplomacia estadounidense en una dirección definida.
La publicación refuerza su mensaje en la ONU, pero con un énfasis particular en desplazar hacia Europa la carga de la guerra y en mostrar a Estados Unidos como mero facilitador material.
El giro retórico frente a Rusia y Ucrania
El cambio es particularmente llamativo porque, durante meses, Trump sostuvo que el fin del conflicto debía incluir concesiones territoriales por parte de Ucrania. Ahora, en cambio, sostiene que Kiev puede recuperar “toda Ucrania en su forma original”.
Las respuestas de Kiev y Moscú
En Ucrania, aunque se celebra el gesto simbólico de apoyo, muchos piden “hechos, no palabras”. Esta percepción refleja la conciencia generalizada de que los giros retóricos de Trump son frecuentes y reversibles. La NBC reportó una mezcla de asombro y reservas, con ciudadanos expresando agradecimiento por el giro, pero recordando la volatilidad del presidente estadounidense: “Deberíamos recordar cuán a menudo cambia de opinión, y lo descabelladas que pueden ser algunas de sus ideas”. No cabe duda de que las declaraciones de Trump marcaron un triunfo para Zelensky, quien se dejó llevar y añadió que “Trump también puede hacer que China cambie de posición en relación con la guerra”.
En Moscú, las reacciones fueron más variadas: cautas, mesuradas. El vocero del Kremlin reaccionó el 24 de septiembre con una mezcla de firmeza y contención. En palabras de Peskov: “Estamos haciendo esto [la guerra] por el presente y el futuro de nuestro país. No tenemos alternativa”, y desestimó la idea de que Ucrania pueda recuperar territorios por la vía militar, calificando tal planteamiento de “erróneo”. Al mismo tiempo, restó importancia a la etiqueta de “tigre de papel”, insistiendo en que Rusia se identifica más con el símbolo del oso “y no existe tal cosa como un oso de papel”.
El propio Peskov mantuvo un tono diplomático y destacó la disposición de Trump a “trabajar hacia un arreglo de paz”, sugiriendo que su discurso no implica un cambio irreversible.
Algunos medios rusos subrayaron que Trump había estado recientemente con Zelensky y que sus opiniones podían cambiar fácilmente: “Trump es influenciado por la última persona con la que habla”, escribió Izvestia. Este diagnóstico revela que no pocos analistas en Moscú coinciden con una opinión más amplia en muchos países al no considerar este giro como definitivo, sino como un episodio más en la trayectoria pendular del presidente estadounidense.
Steve Rosenberg, editor en Moscú para la BBC, escribió: “Puede que haya otra razón por la cual Rusia no siente la necesidad de responder con la misma vehemencia. Los comentarios del presidente Trump, por muy críticos que fueran con Rusia, no contenían ninguna amenaza de sanciones adicionales; ningún ultimátum a Moscú; ni fecha límite para hacer las paces o enfrentar las consecuencias. El Kremlin lo habrá notado. Es más, cuando un periodista le preguntó si todavía confiaba en Vladimir Putin, Trump respondió: ‘Se lo haré saber dentro de un mes más o menos’. Un mes es mucho tiempo en la guerra y la política. Dudo que al Kremlin le tiemblen las piernas a la espera de dicha respuesta”, remató Rosenberg.
En el mundo de la diplomacia formal, se espera que la entrevista entre Serguéi Lavrov y Marco Rubio, en los márgenes de la Asamblea General, sirva como plataforma para que el Kremlin exponga sus verdaderas lecturas del cambio retórico de Washington.
La europeización del conflicto
Tal vez la intención principal de la estrategia de Trump, misma que en otras ocasiones ya había esbozado ante sus interlocutores europeos, pueda definirse como un “lavado de manos” respecto a una intervención directa en apoyo a Ucrania por parte de Estados Unidos y como un intento deliberado de “europeizar” la guerra en Ucrania. Parte del argumento está contenido en su discurso en la ONU, donde criticó duramente a los países europeos por seguir comprando gas y petróleo rusos: “Es embarazoso que, mientras luchan contra Rusia, sigan comprando su energía”. “Quiero decir —señaló Trump en su discurso—, ustedes están mucho más cerca de la ciudad [Kiev]. Nosotros tenemos un océano de por medio, ustedes están justo ahí, y Europa tiene que dar un paso al frente”.
El mensaje es doble: por un lado, presenta a Europa como incoherente y, por otro, como la responsable principal de resolver la crisis. Al insistir en que Estados Unidos se limitará a vender armas a la OTAN, Trump dibuja un escenario en el que el peso político, financiero y diplomático de la guerra recaería sobre los hombros de Bruselas y las capitales europeas.
En Kiev, este matiz fue percibido con cierta suspicacia. Una ciudadana señaló a NBC que la mención explícita de la OTAN y la UE como responsables, y no de Estados Unidos, “plantea preguntas” sobre el grado real de apoyo que Ucrania puede esperar.
Las sanciones indirectas a Rusia: China e India en el centro
Un aspecto clave del discurso de Trump fue su propuesta de sanciones a terceros países como vía indirecta para presionar a Moscú. Señaló que “China e India son los principales financiadores de la guerra en curso al seguir comprando petróleo ruso”.
La lógica es clara: al sancionar a Pekín y Nueva Delhi por mantener vínculos energéticos con Rusia, se busca cortar las arterias financieras que sostienen la economía de guerra del Kremlin. Sin embargo, esta estrategia plantea varios dilemas:
1. Viabilidad diplomática: imponer sanciones duras a China e India generaría tensión no sólo en la relación bilateral, sino también en la estructura económica global.
2. Resistencia europea: la Unión Europea ya ha mostrado reticencia a aplicar sanciones amplias a India y China, prefiriendo medidas más específicas contra empresas sospechosas de evasión de sanciones.
3. Efecto indirecto: al castigar a terceros, Washington buscaría desgastar a Rusia sin un enfrentamiento directo, pero a costa de erosionar su relación con potencias emergentes que son esenciales para el equilibrio global.
Este enfoque de sanciones indirectas constituye un elemento novedoso del giro retórico de Trump y refuerza su estrategia de cargar a Europa con la responsabilidad de aplicarlas.
¿Un camino hacia el fin de la guerra o hacia su prolongación?
El cambio retórico de Trump plantea interrogantes sobre su impacto real en el curso de la guerra.
Argumentos a favor de un posible acercamiento hacia el fin del conflicto:
• Su presión sobre Europa para cortar la dependencia energética rusa podría, en teoría, debilitar significativamente al Kremlin.
• El reconocimiento de la necesidad de más coordinación con la OTAN podría reforzar la unidad transatlántica.
Argumentos en contra
• La renuncia de Estados Unidos a liderar diplomáticamente el proceso y su abstención de participar directamente en el apoyo militar y la asistencia logística a Ucrania —limitándose a vender armas— abre la puerta a una prolongación del conflicto sin horizonte claro.
• La ausencia de mención expresa a Crimea delimita tácitamente la ambición ucraniana y perpetúa la fragmentación territorial.
• La volatilidad de Trump genera incertidumbre: como señaló un analista ruso citado por NBC, “Estados Unidos está a una llamada de teléfono de un posible giro de nuevo”.
En conjunto, el giro parecería más orientado a prolongar el conflicto en un marco de redistribución de responsabilidades que a facilitar su resolución.
Existe otra hipótesis menos evidente y que no sería verbalizada: el distanciamiento de Estados Unidos podría responder a una consideración de fondo en el sentido de que, sin prejuzgar sobre un acontecimiento futuro que pudiera o no materializarse, la administración Trump, al apartarse de un conflicto armado que califica como “europeo”, estaría intentando construir una suerte de “válvula de escape” política. Esto le permitiría, en un escenario en el que algún país de la región se considerara agredido por Rusia e invocara el artículo 5 de la Carta de la OTAN, intentar evadir un enfrentamiento armado directo con Rusia —lo que probablemente derivaría en una conflagración global— construyendo un argumento en el que, de acuerdo con su interpretación de los hechos y conforme a sus intereses, justificara no sumarse al consenso jurídicamente necesario que requiere la disposición de la Alianza Atlántica.
La existencia en la administración de Trump de este razonamiento podría obedecer a un cálculo mucho más acotado: podría ser solo un intento de crear, de cara a su población, un dique previo a la detonación del Artículo 5.
Esta decisión estaría motivada por el reciente aluvión de incidentes que pudieran tratarse de meros accidentes o claras provocaciones, y que se han materializado en alertas de ataques cibernéticos, incursiones de drones o violaciones del espacio aéreo de países de la OTAN por parte de aviones rusos, por ejemplo.
“Un dron no vale una guerra mundial”, rezaría el concepto
Conclusiones
El discurso de Donald Trump en la ONU y su posterior mensaje publicado en TruthSocial constituyen un giro retórico significativo en su aproximación a la guerra en Ucrania. Su estrategia busca europeizar el conflicto, limitando el papel de Estados Unidos al suministro de armas a la OTAN, mientras carga a la Unión Europea con la responsabilidad financiera, diplomática y energética.
Al mismo tiempo, introduce un elemento novedoso: las sanciones indirectas a Rusia mediante medidas punitivas contra China e India, que sostienen la economía rusa a través de la compra de hidrocarburos.
La reacción del Kremlin fue contenida, lo que muestra que no perciben este cambio como definitivo, sino como un episodio más de la política pendular de Trump. Para Kiev, aunque supone un respaldo simbólico, las dudas sobre la consistencia del presidente estadounidense persisten.
Más que acercar la guerra a su fin, este giro parece prolongarla al trasladar responsabilidades, generar ambigüedad estratégica y reducir el compromiso diplomático directo de Estados Unidos. En última instancia, el episodio confirma que el estilo de Trump, volátil y reactivo, añade incertidumbre a un conflicto cuya resolución sigue siendo esquiva.
