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Alaska: el prólogo de Washington

Tal vez Alaska no fue un cierre, sino apenas el inicio de una jugada diplomática mayor en la que Trump, con una mano de Putin, seguiría buscando instalarse como mediador imprescindible. | Rubén Beltrán

Escrito en OPINIÓN el

La puesta en escena

Mañana del domingo 17 de agosto. Lo que vimos de la cumbre en Alaska entre Trump y Putin fue más un ejercicio de despliegue de poder y una tentativa de instalar en los medios una narrativa; el mensaje no fue consistente con la intención anunciada de construir un camino hacia la paz, menos aún hacia una paz duradera. En mi columna del jueves 14, señalé que el resultado más probable del encuentro de Alaska sería negativo: “lo que ahora se vislumbra es el congelamiento del conflicto, con una especie de guerra sorda de mantenimiento de posiciones o que, de plano, la guerra persista por un largo periodo”

Lo que se dejó ver del encuentro en Alaska confirmó que, pese a las especulaciones sobre un cese al fuego o una negociación con Zelensky, las posiciones siguen siendo irreconciliables: Ucrania exige el fin total de hostilidades, garantías de seguridad y restitución territorial; Rusia, en cambio, busca consolidar sus avances y evitar la expansión de la OTAN. Esta última parte constituye el mensaje central de Putin cuando se refiere a una paz duradera que atienda las “causas profundas del conflicto”

Sin embargo, Trump, acompañado de Putin, afirmaron que se habían producido avances importantes: léase, que entre ellos habían encontrado un espacio de coincidencia.  

Lo sucedido en Alaska sacudió el fin de semana

Filtraciones y mensajes hicieron que el sábado 16 y el domingo 17, Zelensky mantuviera una frenética serie de reuniones y llamadas con líderes europeos de la autoproclamada Coalición de Voluntarios —nombre que trae un retintín que recuerda los tiempos de Bush y de Blair—, que ha traído como consecuencia la reiteración de las seguridades de un sólido apoyo de Europa a Ucrania. Un mensaje dirigido principalmente a Trump. Varios líderes europeos viajarán a Washington para acompañar a Zelensky en un evidente esfuerzo para amortiguar el empuje de Trump hacia Zelensky, quien, según el presidente estadounidense, “tiene ahora que aceptar el trato”

El trato

Desde el viernes en la noche y durante el fin de semana se han filtrado versiones de ofertas que habrían venido de Putin durante el encuentro de Alaska: Rusia aceptaría mantener, pero no avanzar desde sus posiciones actuales en las regiones de Kherson y Zaporiyia, a cambio de que Kyiv ceda el Donbás, donde ocupa casi la totalidad de Luhansk y dos tercios de Donetsk.  

Recordemos que, después de una conversación telefónica con Putin, fue Trump el primero que habló abiertamente de “intercambio de territorios” como medio para lograr un cese al fuego; después de la reunión con Putin en Alaska, la posición de Trump experimentó un cambio no menor: ahora ha señalado que es preferible que la negociación entre Kyiv y Moscú vaya directamente hacia una negociación para poner fin a la guerra. Un cambio que le acerca a la posición rusa.  

El frente interno de ambos países muestra grietas

Rusia acusa el impacto de la guerra, que se refleja, según estimaciones, en centenares de miles de bajas —muertos y heridos—, pérdidas cuantiosas de equipo y material bélico, un gasto elevado para sostener la fuerza de combate, reclutamiento y poder de fuego, así como el abultado costo social asociado a las bajas y a la tensión provocada por las incursiones de Ucrania vía aérea y marítima, y a la temporal ocupación de una parte importante de Kursk, región rusa fronteriza con Ucrania. Rusia sufre, además, de manera creciente el peso del gasto militar y el impacto de las sanciones económicas impuestas por Occidente, que limitan el acceso al financiamiento exterior, a mercados habituales de sus exportaciones de energéticos y a las importaciones de tecnología avanzada. A nivel macroeconómico, Rusia registra una inflación cercana al 9%, con tasas de interés del 20%, y con los sectores productivos no vinculados con la industria bélica enfrentando la falta de mano de obra, especialmente la calificada. Incluso en foros oficiales emergen dudas sobre la sostenibilidad del modelo económico actual.  

El costo social comienza a sentirse. Un ejemplo lo dio recientemente el diálogo público surgido en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo (SPIEF, por sus siglas en inglés), evento anual que en su sesión del mes de junio pasado dio muestra de ello. Son ilustrativos ciertos pasajes de las intervenciones de los ministros de Desarrollo Económico, Maxim Reshetnikov; del de Finanzas, Anton Siluanov; de la gobernadora del Banco Central de Rusia, Elvira Nabiullina; y de los presidentes de los dos bancos más importantes de Rusia, German Gref, del Sberbank, y Andrey Kostin, del VTB, quienes debatieron sobre si la caída que ha mostrado la economía rusa en el primer trimestre de 2025, en comparación con el crecimiento del último trimestre de 2024, es de una magnitud que pudiera pronosticar que está a punto de entrar en recesión; sobre si el tipo de cambio del rublo en relación con el dólar está sobrevalorado; si los líderes industriales han expresado quejas sobre lo caro que resulta el crédito; o sobre si la economía rusa, como señaló Siluanov, enfrenta serias turbulencias.  

Sostengo que la posición negociadora de Rusia está condicionada a dos factores: el primero está dado por el valor geoestratégico de la posición que ocupa en Ucrania, lo que está directamente vinculado a la decisión de impedir que la expansión de la OTAN llegue a esa zona de sus fronteras. Para Rusia se trata de un tema de seguridad nacional de la más alta prioridad. El segundo factor se deriva, precisamente, de la situación económica por la que atraviesa Rusia y que, en teoría, buscaría en una negociación de paz exitosa la llave para lograr el retiro progresivo de las sanciones que ha impuesto Occidente.  

En el oráculo moscovita, el gran objetivo está fijado en lograr, en primera instancia, concesiones de Washington en el tema de sanciones.  

Por ello, en mi texto del 14 de agosto avancé unas líneas que, si no coinciden plenamente con el escenario descrito, sí hacen eco con el libreto que parecen seguir los actores principales de esta historia. Escribí: “Una oferta de disminución de sanciones podría ser el incentivo para realizar una oferta de un ‘intercambio’ de territorios que pudiera alterar la cerrazón de la puja: a cambio de un alivio económico, Rusia podría llegar a ofrecer la desocupación de Kherson y Zaporiyia y mantener la posición/posesión actual de Luhansk y la máxima alcanzada en Donetsk. A este escenario se agregaría el hecho de que Ucrania podría continuar su camino hacia la Unión Europea, pero la membresía a la OTAN quedaría fuera de la mesa”.

Ucrania, por su parte, carga también con pérdidas humanas y materiales masivas, una economía devastada y más de nueve millones de ucranianos —entre desplazados internos y refugiados en otros países—. La reconstrucción que deberá afrontar costará entre 500 y 800 mil millones de dólares. Además, Ucrania ha experimentado un notable giro en la opinión pública, que se inclina cada vez más por una salida negociada a la guerra: 69% de los ucranianos, según Gallup, favorece negociaciones para terminar la guerra lo antes posible, mientras que un 24% apuesta por la victoria militar.  

En materia política, la oposición a Zelensky ha crecido, y las regiones de Ucrania se quejan del excesivo centralismo de su administración. En materia de combate a la corrupción, Zelensky propuso recientemente una legislación que trasladaba las facultades de los órganos autónomos responsables de actuar contra la corrupción a una fiscalía cuyo titular es nombrado por el presidente. Esta acción fue criticada duramente por la sociedad, que organizó las más importantes manifestaciones registradas durante el mandato de Zelensky; a dicha presión local se sumó la dura crítica de gobiernos europeos, los principales aliados del presidente ucraniano, quien tuvo que retroceder y gestionar ante su parlamento la abrogación de la ley objeto de las protestas, lo que la Rada realizó con prontitud. El desgaste interno de Zelensky es notorio.  

Así, la guerra tiende a estancarse y ocasiona un desgaste profundo y prolongado. Europa, aunque indirectamente, emerge como el actor que más capitaliza este escenario: mientras Ucrania pone las bajas, Rusia soporta un costo económico brutal, castigo que desde Bruselas celebran.  

Alaska habría sido un prólogo, la verdadera partida diplomática comenzaría en Washington.

Hoy sabemos que Trump ya invitó a Zelensky y que se verán en Washington este lunes 18 de agosto, después de una llamada preliminar que ya sostuvieron. Me parece muy probable que Trump lo haya conversado previamente con Putin y que esa “segunda parte de Alaska” —de la que poco se sabe— fuera la pieza central de la cumbre celebrada en Anchorage. Sería ingenuo pensar que Putin no estaba al tanto. Si es así, Alaska no fue un cierre, sino apenas el inicio de una jugada diplomática mayor en la que Trump, con una mano de Putin, seguiría buscando instalarse como mediador imprescindible. No puedo aventurar cuál sería el contenido de esta segunda fase: ¿un nuevo empaque que envuelva el manido intercambio de territorios?, ¿un “si no negocias, por nosotros te quedas solo”?  

El hecho de que ahora sepamos que Zelensky llegará acompañado de sus aliados europeos me hace pensar que el pronóstico para un quiebre favorable que lleve a un acuerdo para negociar la paz sigue estando muy lejano. Es posible que el presidente estadounidense intente en primera instancia mantener viva la posibilidad de un acuerdo. 

Existe el peligro de que, aún con un manejo diplomático cuidadoso por parte de los europeos, la escena de una reunión multitudinaria en la que una decena de jefes de Estado y de Gobierno se sienten con Zelensky en una mesa frente a Trump, se pueda percibir como un todos contra Trump,  lo que en el imaginario de muchos se traduciría en realidad en un “todos contra Trump y Putin”; es factible que en la reunión del presidente estadounidense con Putin en Alaska se haya conversado sobre la posibilidad de que este escenario se llegara a concretar y que, para tratar de paliarlo, Trump busque —tal vez sin éxito— algún espacio el mismo lunes para tener una reunión uno a uno con Zelensky.  

Para el caso de que la iniciativa de paz de Trump llegara a fracasar, el secretario de Estado, Marco Rubio, ya ha comenzado a cavar un cortafuego para salvaguardar la imagen de Estados Unidos y su presidente ante la opinión pública. No parece solo una acertada declaración para salvar cara, suena a indicio.

En una entrevista en el importante programa de televisión Frente a la Nación (Face the Nation) de la CBS, citado por el diario The Guardian del domingo, Rubio comentó que Estados Unidos seguirá intentando crear un escenario para ayudar a poner fin a la guerra de Rusia en Ucrania, pero admitió que quizás no sea posible, enfatizando que la vida en EU no cambiará fundamentalmente si no se logra la paz en Ucrania.  

“Hay cosas que se discutieron como parte de esta reunión [en Alaska y] que tienen el potencial para lograr avances, que son oportunidades de progreso”, agregó, señalando que los temas de discusión incluirían garantías de seguridad para Ucrania.  

Así, en caso de que la reunión no produjera una salida positiva, no sería difícil que un Trump frustrado decidiera lavarse las manos respecto a la guerra en Ucrania y dejar en los hombros de los europeos la carga del apoyo financiero y de armamento para Kyiv, aunque, como ya se sabe, Estados Unidos estaría siempre dispuesto a vender equipo a los europeos. En el fondo, este desenlace significaría un nuevo capítulo del conflicto Atlántico: “un bello y gran océano nos separa”, ha dicho Trump.  

No puedo descartar una nueva voltereta política en la que todo regrese contra Rusia, como en tiempos de Biden; tampoco excluyo la posibilidad de que se llegue a un acuerdo en las líneas que derivan, según hoy sabemos, del encuentro de Alaska, que constituyó un verdadero prólogo al encuentro del lunes. Ello parece difícil, pues como expliqué en mi columna del 14 de agosto, Zelensky está verdaderamente atado por la constitución de Ucrania. Ya regresaré otro día sobre este tema.  

Sólo tengo una certeza. Esta guerra está agotándose; las partes, por motivos diferentes, llegarán más pronto que tarde a un nivel de fatiga crítico. El frente interno se está complicando para Zelensky, y la economía rusa podría pronto entrar en recesión. Algo debe de cambiar, de romperse. Las posiciones actuales son irreconciliables; se debe voltear la mesa y cambiar el juego. Dije en mi columna anterior: “He sostenido que existe un principio general que señala que la paz no sólo debe ser justa, sino también oportuna. En tal virtud, es necesario que las partes en guerra tengan un momento de claridad y ajusten con un enfoque realista las expectativas que se plantearon originalmente. Se trata, casi siempre, de negociaciones extraordinariamente complejas que dejan a la comunidad internacional con un sabor a injusticia tolerada. La paz es así de cara. La alternativa es peor: pierde el que caiga primero. Tablas o jaque mate.”

Puede ser que este lunes lo sepamos.  

Rubén Beltrán

@RubenBeltranG