La noticia de la muerte de Julieta Fierro golpea más allá de la comunidad científica. Es una pérdida que toca fibras íntimas de quienes crecimos escuchando su voz, leyendo sus textos o dejándonos guiar por su entusiasmo en algún programa de divulgación. Fierro no solo hablaba de planetas y estrellas: abría ventanas al conocimiento y las acompañaba con una calidez que volvía cercano lo inabarcable. Su legado, sin embargo, va más allá de la astronomía; encarna una lucha por el derecho de las mujeres a ocupar espacios de saber y de poder.
Julieta Fierro fue, sin exagerar, una de las divulgadoras científicas más queridas en México: logró que la ciencia dejara de sentirse como un territorio exclusivo de élites académicas. Con una naturalidad conmovedora, hablaba de estrellas, galaxias y planetas como quien cuenta un secreto fascinante en la sobremesa. Tenía la capacidad de traducir la complejidad en imágenes sencillas, de abrir puertas a quienes se creían incapaces de entender la física. Esa generosidad intelectual es la que explica por qué, más que una académica, se convirtió en referente.
Pero hablar de Julieta Fierro es también hablar de resistencia. Entró en la ciencia cuando el terreno era hostil para las mujeres. Le tocó enfrentar prejuicios y silencios, y en lugar de adaptarse al molde, lo rompió. No solo se ganó un lugar en la astronomía, sino que lo ocupó con una fuerza simbólica enorme: demostró que una mujer podía ser autoridad intelectual, maestra de generaciones y rostro público de la ciencia. Su carrera fue un espejo indispensable para niñas y jóvenes que buscaban referentes en un mundo que parecía reservado a los hombres.
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Su voz acompañó, sin necesidad de pancartas, muchas de las batallas feministas en México. En sus conferencias y entrevistas insistía en que la curiosidad no tiene género. Su vida encarnó esa convicción: que el acceso al conocimiento es una herramienta de libertad.
Por eso su ausencia es una pérdida doble. Para las infancias mexicanas, significa despedirse de una guía amorosa que les enseñó a mirar más allá de lo inmediato, a confiar en la imaginación como motor de futuro. ¿Cuántos niños y niñas decidieron estudiar ciencia porque la escucharon contar cómo nacen las estrellas?
Para el feminismo, su partida significa perder a una aliada estratégica. Fierro demostró que la lucha por la igualdad también se libra en espacios menos visibles: en las universidades, en los libros de texto, en los espacios mediáticos. Su sola presencia era una declaración política: una mujer puede ser la voz más escuchada de la ciencia en el país.
El reto ahora es no permitir que su legado se diluya. México necesita políticas públicas que fortalezcan la divulgación científica, que reconozcan el papel de las mujeres en la ciencia y que garanticen a las nuevas generaciones la posibilidad de soñar sin límites. Recordar a Julieta Fierro es también exigir que la educación de calidad no sea privilegio, sino derecho.
Nos deja mirando al cielo, sí, pero también con los pies en la tierra. Su vida nos enseñó que el conocimiento no solo está en los telescopios: está en la forma en que nos relacionamos, en la posibilidad de imaginar futuros más libres e igualitarios.
Julieta Fierro se fue, pero nos queda el compromiso de continuar su lucha: hacer de la ciencia un terreno habitable, inclusivo y profundamente humano. Porque el vacío que deja no es solo de una astrónoma: es la ausencia de una mujer que nos mostró que, al mirar el universo, también podíamos encontrarnos a nosotras mismas.
