#AUSTRAL

La capilla de Maximiliano recuerda a una víctima de la grilla

En el Cerro de las Campanas, en Querétaro, hay una pequeña capilla de estilo neogótico, que invita a reflexionar sobre el trágico destino de Maximiliano de Habsburgo. | Ricardo del Muro

Escrito en OPINIÓN el

En el Cerro de las Campanas, en Querétaro, hay una pequeña capilla de estilo neogótico, que invita a reflexionar sobre el trágico destino de Maximiliano de Habsburgo, fusilado en ese lugar el 19 de junio de 1867, junto con los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.  

El emperador murió convencido de haber hecho el bien. Defendió a los indígenas, abolió el trabajo forzado, impulsó la educación y se afirma que, sereno y valiente ante el pelotón de fusilamiento, expresó: “¡Voy a morir por una causa justa, la independencia y la libertad de México! Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”. 

Maximiliano es, hasta la fecha, un personaje trágico y controvertido. “El Maximiliano pintado por la historia oficial como un príncipe frívolo y lejano se diluye frente al Maximiliano de carne y hueso: un hombre atrapado entre ideales y circunstancias, que quiso transformar un país extraño con leyes modernas y un corazón romántico”, señala Juan Carlos Cal y Mayor, autor de un libro recién publicado: “Yo, Maximiliano. El sueño del colibrí”.  

Cal y Mayor escribe una autobiografía ficticia, pero cimentada en testimonios y documentos, como lo indican las reglas del oficio del historiador, aunque no busca ofrecer una lección de historia, sino una invitación para “asomarse al alma de un tiempo y de un hombre”, atrapado en un juego de poder despiadado que nunca entendió. 

La Capilla de Maximiliano fue edificada entre 1900 y 1901, tras la reanudación de relaciones diplomáticas entre el gobierno mexicano, encabezado por Porfirio Díaz y el Imperio Austro–Húngaro de Francisco José. Posteriormente, en 1967, el régimen priísta, en un alarde de espíritu republicano, mandó construir un monumento a Benito Juárez, una imponente escultura de 13 metros de altura realizada por Francisco Olaguíbel, ubicada en lo alto del Cerro de las Campanas, para conmemorar el triunfo de la República. 

Los análisis históricos sobre Maximiliano son contrastantes, viéndolo unos como un villano por intentar establecer una monarquía en México, mientras que otros lo consideran un mártir o un personaje trágico por ser un “liberal romántico” atrapado en una disputa global entre imperios, ideologías y visiones de civilización. 

En Noticias del Imperio (1987), la obra literaria fundamental para comprender la tragicomedia que significó el Segundo Imperio Mexicano, Fernando del Paso describió múltiples “Maximilianos”, cada uno fragmentado por la memoria histórica, la locura de Carlota, la imaginación popular y el discurso político.  

Del Paso –según el análisis de Kyle James Matthews– desestabiliza la narrativa oficial al mostrar que Maximiliano no puede ser reducido a un villano ni canonizado como víctima, sino que existe en un espacio ambiguo, reconstruido por las voces de otros, sobre todo por la mirada alucinada y obsesiva de Carlota, que lo reconfigura infinitamente. 

Máximiliano, escribió Guillermo Tovar de Teresa, fue víctima de su hermano, quien no deseaba tenerlo en Europa como potencial heredero de su trono; de su esposa, una mujer ambiciosa; de su madre, que le provocaba ataques de angustia; de Napoleón y Eugenia de Montijo, quienes lo engañaron y traicionaron; del Papa y la Iglesia Mexicana, que no movieron un dedo para ayudarlo; pero sobre todo, de los conservadores que le fueron a tomar el pelo a Miramar, cuando le hicieron creer que los mexicanos imploraban su presencia en este país para otorgarle su trono. En esta historia, todo comenzaría como un juego de salón para acabar en una auténtica tragedia.  

Al final, resultó que el emperador fue demasiado conservador para los liberales y demasiado liberal para los conservadores reaccionarios que creyeron que les ayudaría a recuperar sus antiguos privilegios. Terminó prácticamente solo. Fue procesado el 12 de junio de 1867 en el Teatro Iturbide, en Querétaro. El fiscal fue implacable. Pesaban en su contra las atrocidades cometidas por los soldados del Imperio, como las del coronel Dupin. Pesaban también los decretos más brutales de su gobierno, que costaron tantas vidas, escribió Carlos Tello Díaz, como aquel que disponía que todos los republicanos sorprendidos con las armas en la mano serían fusilados sin apelación en menos de veinticuatro horas. 

Al paso del tiempo, serenas las pasiones, Maximiliano podría representar al hombre bienintencionado que fue víctima de la grilla y los grillos, un estilo de politiquería que nunca entendió.  

En el lenguaje coloquial mexicano, “hacer grilla” no significa participar en un debate democrático ni plantear propuestas para el bien común. Implica tejer alianzas informales, filtrar rumores, provocar fracturas, adular al poderoso adecuado y torpedear al rival con la sonrisa puesta. 

La grilla es, más bien, un estilo, una manera de operar el poder desde la sombra, de mover fichas sin mostrarse, de construir lealtades que duran el tiempo que se mantiene un cargo público, y de derribar adversarios sin necesidad de debatir con ellos.  

Una ingrata actividad que atrapa con el espejismo de alcanzar el poder, la fama o el dinero, incluso hay algunos ilusos que buscan la trascendencia histórica, pero donde hay que humillarse, arrastrarse, levantar el dedo y hablar sólo cuando se recibe una orden, además de “comer sapos sin hacer gestos”, como dirían los clásicos, para sobrevivir. Algo que nunca entendió Maximiliano, tal vez por su arrogancia o por su buena fe.

 

Ricardo del Muro

#RicardoDelMuro