Lo que ocurrió el miércoles 27 de agosto de 2025 en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión es resultado directo de la presencia corrosiva de personajes como Gerardo Fernández Noroña en la vida pública nacional.
Una expresión clara de abuso de poder, prepotencia y arrogancia con la que Noroña ha convertido cada espacio institucional que ocupa en un escenario personal de provocación y agresión.
Fernández Noroña es un político incapaz de dialogar, intolerante ante la crítica, obsesionado con el protagonismo, que convierte cualquier desacuerdo en un conflicto personal.
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Lo anterior quedó demostrado durante la sesión del miércoles, como presidente de la Comisión Permanente, Noroña utilizó su posición para imponer su voluntad, negando el uso de la palabra a la oposición y censurando al cerrar el espacio legislativo a cualquier voz disidente. La arrogancia de Noroña alcanzó su clímax cuando, en medio del debate, evocó el Cerro de las Campanas como escenario ideal para fusilar a quienes, según él, cometen “traición a la patria”. No fue una metáfora desafortunada, fue una amenaza velada a la oposición completa.
Al citar el lugar donde Maximiliano fue fusilado, Noroña no apeló a la historia para reflexionar, sino para justificar la violencia política como castigo legítimo. Esa declaración, pronunciada desde la presidencia del Senado, es una confesión de cómo concibe el poder. Para él, el disenso no se debate, se elimina. Y si por él fuera, se haría con fusiles y paredones.
Al cierre de la sesión, el senador Alejandro Moreno y presidente del PRI se acercó a la tribuna para exigir el uso de la palabra, ante la censura y la exclusión deliberada por parte de la presidencia. Noroña, en lugar de respetar el derecho de los senadores al hacer uso de la palabra, y permitir la réplica ante la violencia reiterada a los senadores de oposición respondió con burlas y desdén. Fue en cuestión de segundos que la discusión al calor del debate escaló a empujones y gritos.
Desde la violación al orden del día y del uso de la fuerza institucional. Noroña no actuó como presidente del órgano legislativo. Actuó como un cacique atrincherado, temeroso al diálogo, cobarde y dispuesto a utilizar todo a su alcance para aplastar al adversario político. Lo suyo no fue una conducta deliberada, reiterada, sistemática y arrogante. Que después se declare víctima, que reclame desafueros y se rasgue las vestiduras por la “violencia” del otro, es una maniobra hipócrita.
Por décadas en el congreso federal estaba normalizado la toma de tribuna y la que en muchas ocasiones han existido gritos y empujones, recordemos la legislatura pasada en la que el 13 de noviembre de 2019, durante la toma de protesta de Piedra Ibarra, se registraron empujones entre senadores del PAN y de Morena, forcejearon, y el entonces senador Gustavo Madero fue tumbado al suelo, en cambio hoy Morena pretende convertir un legítimo momento de reclamo de la oposición a una excusa para perseguirla, el colmo es que hoy el gobierno de Morena amenace con el desafuero a los senadores que valientemente alzaron la voz y no están dispuestos a permitir que pisoteen sus derechos.
Morena una vez más actúa con opresión y cinismo, son ellos mismos los responsables de crear las condiciones de ingobernabilidad además de la crisis y la polarización desde el Senado. La falta de institucionalidad cobró facturas y fracturas casi irreconciliables.
A estas alturas, Noroña terminó como un hombre aferrado a la confrontación, incapaz de construir, dispuesto a dinamitar el orden institucional cada vez que siente que se le cuestiona. No es casual que incluso dentro de Morena su figura incomode, que su presencia sea vista como una carga política y que sus desplantes públicos generen más vergüenza que respaldo.
Lo grave es que personajes así se escudan en su investidura para legitimar el abuso. La presidencia de un órgano legislativo no es una plataforma para cobrar agravios personales ni para humillar adversarios. Y, sin embargo, eso fue lo que hizo Noroña: terminar de convertir al Senado en una arena de combate, y a su cargo, en un arma. México no merece instituciones dirigidas por gente que desprecia el diálogo, que incendia cada espacio que pisa, que reemplaza la razón con gritos y la ley con berrinches.
No podemos seguir tolerando que el autoritarismo se disfrace de convicción ideológica. Lo ocurrido el miércoles dejó en evidencia que, cuando el poder lo ejerce alguien sin respeto por las instituciones y sin límites, lo que se debilita no es la investidura, sino el país en su conjunto. En este caso Noroña no es un espectador ni una víctima, es el artífice y gran responsable del debilitamiento de la investidura del Senado.
