Bien harían quienes han enarbolado la narrativa de la lucha contra la corrupción, en acompañar su discurso con la congruencia de vida que exige tan elevado propósito, hoy, es más necesario que nunca, como condición indispensable para sanear y elevar la vida pública de México.
Transparentar, transformar y edificar una sociedad que dignifique el servicio público y a quienes lo ejercen, y que instale la cultura de la honestidad, implica hacer valer, en el comportamiento personal, los códigos éticos y el respeto a las normas que rigen la convivencia social; y hacer vida, entre otras cosas, la decencia de actuar con integridad y respeto hacia los demás, evitar la mentira, el engaño, el robo y el fraude; y fomentar la confianza, la integridad personal y el respeto mutuo.
Contrario a la proclama de una moral sin consecuencias, en la cultura occidental han sido reiteradas las exigencias de decencia pública y la necesidad de ser y parecer; también, tristemente notorias, las actuaciones y escándalos de deshonestidad que han caracterizado a gobernantes e imperios.
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Desde la cita evangélica, donde Jesús critica a los escribas y fariseos por su hipocresía, comparándolos con sepulcros blanqueados, que por fuera relucen, pero por dentro están llenos de inmundicia; pasando por el “ser o no ser, esa la cuestión” del monólogo de Hamlet; o la sentencia del filósofo existencialista Gabriel Marcel “si no vives como piensas, acabarás pensando cómo vives”, también atribuida a José Mujica; hay una constante que clama por dignificar la vida comunitaria y por sanear la vida pública, cualquier otra posibilidad es señalada y rechazada por la opinión pública.
Ante todos los escándalos de corrupción y excesos que se han publicado, fundados o no, hay algo que debemos asumir de manera inevitable ante los abusos históricos y la desigualdad social: la deuda de justicia, la exigencia de respeto a la legalidad, y la necesidad de ajustar el comportamiento público a la justa medianía.
Este llamado lo tenemos tatuado en nuestra historia, así lo consignó el generalísimo Morelos en los Sentimientos de la Nación: "Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto".
Así que, por donde se vea, la necesidad de congruencia pública para gobernantes y gobernados es inaplazable.
La única alternativa, siguiendo el pensamiento clásico es “habitar la palabra”, es decir, hacer vida lo que se dice y se declara; y asumir que, a mayor estridencia en las declaraciones de honestidad y transparencia, mayor exigencia de su cumplimiento.
Asumamos la realidad y un mínimo de congruencia y de sentido común, aun sea por sobrevivencia. Es inútil aferrarse al poder por el poder, es hora de desterrar la arrogancia y dejar de ignorar la capacidad del pueblo para distinguir la falsedad y la simulación. Menos ahora, con las nuevas tecnologías y el acceso garantizado a las fuentes de información.
Por el bien de todos, es hora de habitar la palabra
