Tras el aparente desdén de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe del último lustro, la Administración Trump parece haber encontrado en la guerra contra el terrorismo el pretexto que necesitaba para resucitar sus ambiciones hegemónicas en la región.
El despliegue de tropas y recursos militares en aguas internacionales latinoamericanas por parte de Estados Unidos sin duda es una demostración de fuerza ante la amenaza que representan los cárteles de la droga; sin embargo, esto también hace pensar en una versión renovada de la Doctrina Monroe al estilo Donald Trump, que notoriamente ha optado por singularizar el diseño de sus políticas, antes que avanzar hacia una estrategia regional incluyente.
Durante su primer mandato, Trump prácticamente ignoró a América Latina, pero la idea de “América para los americanos” en lo que sería su segundo mandato se hizo sentir en la primeras declaraciones de Trump sobre anexar a territorio estadounidense a Canadá, comprar Groenlandia y recuperar el Canal de Panamá, así como que Estados Unidos buscaría dominar el hemisferio occidental más allá del continente americano y lo haría definiendo sus zonas de influencia frente a China y Rusia. Por supuesto, la realidad actual dista mucho del siglo XIX cuando los estadounidenses evitaban la intervención europea en los países latinoamericanos o cuando al final de la Segunda Guerra Mundial la confrontación entre estadounidenses y soviéticos sumergió a América Latina y el Caribe en la Guerra Fría.
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De lo que no hay duda alguna, es que Estados Unidos conserva su estatus de superpotencia y, por tanto, todavía existe una enorme asimetría de poder en la región, algo que Trump no tiene pudor por demostrar. Esto ha quedado expuesto en el caso de México con su interés de alcanzar un acuerdo de seguridad antes de volver a la normalidad del T-MEC. En el caso de Colombia, el inquilino de la Casa Blanca amenazó al presidente Gustavo Petro, con sanciones económicas por negarse a recibir vuelos de deportados; y a Brasil la administración Trump aplicó un arancel del 50% por enjuiciar al exmandatario brasileño, Jair Bolsonaro, acusado de intento de golpe de Estado. Sin embargo, el caso más complejo no le corresponde a Cuba o Nicaragua, sino a Venezuela por la recompensa de 50 millones de dólares por la cabeza del presidente Nicolás Maduro.
En contraste, un puñado de gobiernos han aprovechado algún tipo de afinidad con Trump para reposicionarse. Tal es el caso de Daniel Noboa en Ecuador, Javier Miley en Argentina y, por supuesto, Nayib Bukele en El Salvador. Pero independientemente del país que se trate, Estados Unidos bajo el mandato de Trump, no ha definido una política hacia América Latina y mucho menos una que pudiera realmente beneficiar a los países en su conjunto.
Hoy el mundo es multipolar y los países de la región tienen más opciones de asociación, basta decir que China es el mayor socio comercial y ha ganado influencia en América Latina, especialmente en Sudamérica, situación que difícilmente va a cambiar sin una enorme zanahoria que reemplace las décadas de diplomacia comercial y financiera que china ha desplegado en la región.
Sin embargo, en donde si puede haber ganancias políticas inmediatas es en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado transnacional. Lo que se observa en la política estadounidense hacia América Latina es una estrategia oportunista que busca una influencia poli´tico-militar, por eso la presión sobre Venezuela, reforzar la presencia militar en la región y una especie de “refrite” de la seguridad hemisférica, que más bien es la seguridad de Estados Unidos.
En principio, América Latina había sido la región de menor importancia estratégica en la “guerra contra el terrorismo” de Estados Unidos. Sin embargo, al ser ahora el terrorismo y el tráfico de drogas las mayores amenazas a su seguridad, el Pentágono y el Comando Sur ven a América Latina a través de este lente. Y si bien hasta hace unos meses parte de la narrativa de bombardear a las ahora nombradas Organizaciones Terroristas Extranjeras parecía más un ensayo teatral de Trump, el despliegue de tropas a aguas latinoamericanas ya recrea una puesta en escena.
En estos momentos es particularmente alarmante que el gobierno de Trump acorrale a Venezuela mediante el uso de la fuerza militar, ya que crearía un escenario muy complicado para América Latina en general.
¿Por qué esta última afirmación? En torno a Venezuela y a Maduro confluyen varios aspectos que no hay que perder de vista, pero el principal es la supuesta negación por parte de Estados Unidos de pretender “ir por el mundo cambiando gobiernos…” como lo indicó hace unos días el subsecretario de Estado, Christopher Landau; no obstante, no hay que omitir que durante la primera administración de Trump se intentó derrocar a Maduro, se impusieron sanciones a su gobierno, se intentó apoyar al gobierno interino de Juan Guaidó, hubo intentos de desestabilizar al gobierno desde dentro y nada funcionó. Actualmente, en el marco de su lucha contra el terrorismo, Trump utiliza los supuestos vínculos de Maduro con el Clan de los Soles, cuyo brazo armado es el Tren de Aragua, como argumento en su intento por derrocar a Nicolas Maduro.
Venezuela no es Panamá y Maduro no es Noriega. Esta afirmación que parece una obviedad, deberían tenerla presente todos los líderes de la región. Si Trump logra su cometido en Venezuela, el problema del tráfico de drogas a su país no se resolverá. Sin embargo, por la estructura criminal del negocio del narcotráfico habría que esperar repercusiones en otros países y otras regiones, ya que esta actividad ilegal sin el lavado de activos y la corrupción gubernamental no sería posible.
