Los diversos escándalos que han generado algunos líderes de Morena por la vida suntuosa que llevan, amerita reflexionar sobre un punto importante de la comunicación política de los gobiernos de Morena: ¿deben o no apegarse a los criterios de austeridad y humildad propuestos por la presidenta Claudia Sheinbaum?
La pregunta es necesaria al menos por tres razones. Primera, por las implicaciones políticas que tienen estas noticias para la credibilidad y confianza en las autoridades. Segunda, por el daño que pueden generar en la reputación de quienes son exhibidos. Y tercera, por el resentimiento social que se provoca en ciertos grupos de la sociedad.
Aún más. En un país con amplias brechas de desigualdad social, la exhibición pública del derroche afecta la confianza al tiempo que justifica y potencia la exigencia ciudadana de austeridad y transparencia. Por lo tanto, la democracia se degrada y el sistema de partidos acentúa la crisis en la que está inmersa desde hace mucho tiempo.
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El dilema del lujo y la ostentación va más allá de las consideraciones éticas o morales. Tiene que ver con el pragmatismo político, con la supervivencia y sí, como lo ha dicho la presidenta Sheinbaum en reiteradas ocasiones, es un tema relacionado con la congruencia y las expectativas que tiene el pueblo de sus gobernantes.
Por si no lo leíste: Sheinbaum pide humildad a integrantes de la 4T.
Vayamos a fondo. La democracia es pluralismo y diversidad. Es tolerancia y solidaridad. También transparencia, equilibrio entre los poderes y rendición de cuentas. Es participación y respeto a los derechos humanos. Es legalidad y legitimidad. Pero, por encima de todo, es libertad. Y la libertad es un derecho para todas y todos, sin excepción, siempre y cuando se cumpla el marco jurídico vigente.
En un sistema donde se garantizan las libertades, todas las personas debemos tener las mismas posibilidades de elegir cómo y dónde queremos vivir. Esto implica demasiadas cosas. Por ejemplo, qué tipo de objetos queremos tener. En dónde queremos vacacionar. Cómo vestir, qué joyas portar o a qué restaurantes nos gusta asistir. Todo dependerá de los ingresos legítimos que obtenga cada quien con su trabajo.
En términos de comunicación política, la legitimidad de los gobernantes no sólo depende de su apego a la legalidad. La percepción pública cuenta, y mucho. Cuando los líderes viven y exhiben la opulencia frente a una población que enfrenta enormes carencias, esto puede percibirse como una señal de insensibilidad y sí, también de corrupción, aunque no haya pruebas directas de mal uso de recursos.
Los líderes son figuras representativas, simbólicas y aspiracionales. Está demostrado que cuando un político se muestra rodeado de lujos, envía un mensaje de “jerarquía social inamovible”: mientras unos disfrutan de los privilegios de tener poder, otros están condenados a vivir siempre en la necesidad, a pesar de los programas sociales a los que tienen acceso.
En consecuencia, estos líderes no comprenden que con sus actitudes alimentan el resentimiento social. Además, provocan una percepción negativa en uno de los objetivos principales de la democracia, que es la búsqueda de igualdad de oportunidades. Como consecuencia de esto, la desconfianza se incrementa y se afecta el contrato social.
En síntesis: la vida suntuosa que están demostrando algunos líderes daña la imagen y reputación de casi todas las instituciones, aunque no se cometan actos de corrupción o impunidad. No se trata de esconder o disimular lo que tienen, pero sí de tener los cuidados correspondientes para no enviar señales equivocadas a quienes confiaron su voto en personajes que les parecieron honestos y con objetivos creíbles en beneficio de la población.
Te recomendamos: Ricardo L. Falla Carrillo. "Consideraciones acerca de la ostentación", en Revista Ideele, Edición 279, Julio del 2018.
Sin pretender ser ingenuos, es necesario reconocer que los excesos han existido siempre. Aunque no siempre han afectado a la clase política de la misma forma. Casos similares a los de la Casa Blanca del expresidente Enrique Peña Nieto, la vida de lujos que se daba el exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, o los vehículos, viajes y lugares en los que se han demostrado los excesos de algunos líderes de Morena hoy llaman más la atención.
La facilidad para generar el escándalo que ofrecen los medios digitales y las redes sociales explica una parte del problema. Pero también llama la atención el descuido y falta de tacto político de quienes han sido captados “in fraganti”. Como si no supieran que existe, para su beneficio, el concepto de la prudencia política. Dicho de otra manera: actúan en forma irresponsable.
A diferencia de lo que dijo la presidenta Claudia Sheinbaum, no se trata de que los dirigentes de su gobierno o de Morena actúen con humildad, porque el verdadero poder no es eso. Tampoco se pretende engañar porque el éxito político sí genera beneficios materiales. El verdadero problema está en que exhibir una vida suntuosa alienta la corrupción y distorsiona la vocación de servicio de quienes, en verdad, sí aspiran a servir a la sociedad.
Recomendación editorial: Oscar Diego Bautista. Ética pública: su vinculación con el gobierno. México: Universidad Autónoma del Estado de México, Colección INAP, 2018.
