La respuesta que dio hace unos días la presidenta Claudia Sheinbaum al abogado de Ovidio Guzmán, Jeffret Lichtman, provocó dudas y cuestionamientos sobre la conveniencia de que la primera mandataria entable públicamente cualquier comunicación con personajes que no están a su nivel.
“Fue un error”, dijeron algunos. “Defendió la investidura presidencial”, consideraron otros. Lo cierto es que estamos viviendo momentos inéditos en materia de comunicación política y que se han roto paradigmas importantes. Pero también lo es que las jerarquías en las cadenas de mando y en la comunicación política siguen siendo absolutamente necesarias.
Se trata de un asunto de poder. Por eso, la conversación debe tener protocolos, narrativas y características específicas en todos los espacios del diálogo público, pero de manera prioritaria se debe cuidar a los líderes y lideresas legítimos que dirigen una nación.
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Las ventajas de incorporar el tema de las interacciones públicas de los personajes de poder en sus estrategias van más allá de su imagen pública. También tienen que ver con el mantenimiento de la gobernabilidad, la defensa de las instituciones y la confianza que inspiran en los pueblos que gobiernan.
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El primer mensaje que dio la presidenta Sheinbaum en Sinaloa parecía una respuesta contundente, necesaria y lógica. La explicación que han dado algunos de sus colaboradores o simpatizantes podría justificar la acción. “No haber respondido podría haberse interpretado como una debilidad o, peor aún, como una aceptación implícita de las acusaciones que hizo el abogado estadounidense a su gobierno”.
Sin embargo, también existía la posibilidad de buscar otra alternativa. Sobran las razones para haber explorado una decisión táctica diferente. La palabra de la presidenta tiene un gran peso institucional, su posición exige respeto y jerarquía y lo que dice puede tener consecuencias jurídicas, políticas, diplomáticas o económicas.
Desde esta perspectiva, cuando un servidor público de primer nivel utiliza cualquier medio de comunicación no está hablando como “persona privada”. Lo hace como representante de Estado y de una estructura institucional de poder. Por eso, no puede participar en una conversación como si fuera un ciudadano más.
Además: lo que debieron considerar la presidenta y su equipo de comunicación es que los contenidos que difunde una figura de su magnitud produce efectos de poder, no sólo opinión. Lo que se debió evaluar también es que, “en política, responder es reconocer” y que —a pesar de lo difícil de la circunstancia— estaba obligada a mantener el orden jerárquico que tiene su investidura.
Por si fuera poco, ella y sus colaboradores cercanos debieron considerar que el Poder Ejecutivo cuenta con una gran estructura para hacer frente a los dichos del abogado Jeffret Lichtman. Entre otros, están los diversos voceros del gobierno, el canciller, algunos directores de comunicación o el mismo Fiscal General de la República.
Como era previsible que la interacción entre la presidenta y el abogado escalara (como empezó a suceder), los riesgos eran más que evidentes. Primero, porque las provocaciones subirían de tono y agresividad. Segundo, porque el Estado mexicano necesita preservar su autoridad real y simbólica, de manera enfática frente a los diversos embates que está recibiendo por parte del presidente Donald Trump.
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Por fortuna, el hecho de que la situación se haya presentado en fin de semana contribuyó a aminorar los efectos negativos de la declaración presidencial. También el que la jefa del Ejecutivo haya reconocido el lunes pasado que rechazaba, en forma definitiva, el diálogo con el abogado de Ovidio Guzmán.
La lección aprendida ha sido muy importante. El hecho no causó mayores daños y se vio opacado frente a los aciertos que ha tenido la jefa del Ejecutivo, de manera especial en los que ha priorizado la diplomacia frente a la confrontación; en los que ha actuado con templanza y “cabeza fría”, mas no con arrebato; y en donde el silencio ha sido también la respuesta más poderosa.
En contraste, la experiencia abre una ventana de oportunidad para revisar algunos elementos tácticos de su estrategia de comunicación. ¿Qué tan conveniente es mantener a diario la conferencia matutina con tanto tiempo de duración? ¿Por qué algunos personajes o grupos no la han podido ver, a pesar de que es necesario y rentable políticamente? ¿Qué tan conveniente es mantener abiertos tantos frentes políticos en forma simultánea?
Para responder, es necesario tener presente que la autoridad no sólo se sostiene con el ejercicio del poder, sino con la forma de ejercerlo y comunicarlo.
Recomendación editorial: Víctor Sampedro Blanco. Teorías de la comunicación y el poder. Opinión pública y pseudocracia. Madrid, España: Ediciones Akal, 2023.
