Mucho revuelo —y sobre todo especulación— ha generado el plazo que Washington ha dado a México para aplicar impuestos de hasta el 30% a las remesas. Estos puntos de presión, a los que ya deberíamos estar acostumbrados, parecen estar ahora ligados a una supuesta lista de personajes con presuntos vínculos con el crimen organizado. Una lista que, según muchos, está perfectamente corroborada… Pero de la que en realidad solo se conoce su presunta existencia. No hay nombres confirmados, y los que circulan son meras conjeturas. Ningún medio serio le ha otorgado autenticidad, y lo que hasta ahora se ha dicho está envuelto en el viejo artificio de “fuentes” militares, civiles, estadounidenses, mexicanas, etcétera. Desde todos los frentes, hay alguien dispuesto a darle veracidad a lo que no es más que una hipótesis repetida hasta el cansancio.
Como dice el dicho: la prueba es la antítesis de la fe. Y hoy, lo único comprobable es que el tiempo se agota. El 1 de agosto podrían entrar en vigor estos aranceles, y detrás de ellos hay, claramente, una moneda de cambio. ¿Cuál? Lo han dicho tanto Trump como Sheinbaum: los resultados en el combate a la delincuencia organizada. Existen negociaciones entre ambos gobiernos —algo evidente— y estas se han mantenido de forma constante bajo esquemas de cooperación bilateral entre agencias de seguridad.
También hay datos que no deben perderse de vista. Se observa una creciente diversificación del mercado de estupefacientes hacia Canadá, cuya frontera con Estados Unidos es más extensa y porosa que la mexicana. Hay reportes que indican la colaboración de organizaciones criminales mexicanas con ciudadanos canadienses y mafias locales para el tráfico de fentanilo. Del otro lado del mundo, en Turquía, emergen indicios de que ese país podría convertirse en un nodo secundario para el tráfico de precursores químicos.
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Nada de esto es menor. La resiliencia del crimen organizado se evidencia también en su capacidad para reinventarse y explotar nuevas vulnerabilidades. Pero esta diversificación también habla del impacto de las acciones binacionales: si los grupos criminales buscan nuevas rutas es porque los caminos tradicionales están siendo obstaculizados.
México, por su parte, enfrenta de manera decidida no solo el tráfico de drogas, sino las economías criminales que se derivan de él. Esta no es una tarea sencilla si se toma en cuenta el abandono institucional de décadas. De allí también nace una narrativa de contubernio que —aunque dolorosa— no es ajena a la realidad. Todos los estudios serios en materia de seguridad coinciden en algo: la delincuencia organizada sobrevive gracias a la corrupción. Es esta última la que le permite existir.
Una vez más, México se encuentra en una encrucijada. Esta guerra suave que Estados Unidos mantiene contra nuestro país ha provocado efectos secundarios considerables: caída en las remesas por deportaciones y encarcelamientos de connacionales, pérdida de empleos y, sobre todo, una baja sostenida en los indicadores de inversión extranjera directa.
Como ya lo hemos advertido antes en este espacio, el fantasma de la incertidumbre —aunque parece disiparse— sigue presente. Existe una contracción económica que no se resuelve con promesas. A México le faltan herramientas para dar certeza a los inversionistas. Y aunque el país no depende exclusivamente de estos factores, las presiones sobre PEMEX, la deuda acumulada y las obras interminables del sexenio anterior añaden más tensión al panorama.
Ahora bien, no seamos ingenuos. Supongamos que esa lista sí existe, y que Washington realmente la solicitó. Enviar a un solo personaje —gobernador, senador, general, o miembro del gabinete— a enfrentar cargos en el extranjero sería equivalente a admitir que la justicia mexicana no está en condiciones de actuar, o peor aún, que si el gobierno sabía, no hizo nada para detenerlo (Adán Augusto: Dixit). A eso, en cualquier país, se le llama contubernio.
Moneda al Aire: La caja de Pandora
Mandar a un solo personaje sería abrir una caja de Pandora que podría socavar de forma irreversible al movimiento de la 4T. No hacerlo —y enfrentar los aranceles, por ello— representaría entrar de lleno en una crisis económica con efectos colaterales mayúsculos. Así se mueve hoy la política entre dos fuegos: la lealtad interna y la presión externa. Y la moneda, literalmente, sigue en el aire.
