Pedro Pascal, el actor chileno-estadounidense, nuevo líder indiscutible de la fantasía erótica colectiva y quien siendo niño recibió asilo junto a su familia tras el golpe de Estado de Pinochet, apareció hace poco con una camiseta que decía “Protect the Dolls”, protege a las muñecas. Esta decisión de moda, como casi todas, fue una declaración política: una consigna para defender a las personas trans y, más ampliamente, a todas las identidades feminizadas que hoy enfrentan un embate conservador global. Un mensaje que parece venir desde la cultura del espectáculo, pero que se cruza, de forma directa y urgente, con lo que está ocurriendo en los tribunales, y los mexicanos no son la excepción.
En México, acaba de definirse un nuevo rumbo para el Poder Judicial. El proceso de reforma —que durante meses ha encendido alertas entre juristas, legisladoras y activistas feministas— ha comenzado a concretarse. Hay muchas cosas cuestionables en la reforma, en la elección judicial, y en el proceso de reestructuración legislativa del Estado mexicano. Lo que está en juego va mucho más allá de la eficiencia administrativa o una supuesta depuración de privilegios. Lo que está en juego es el sentido mismo de la justicia.
Porque en la elección del domingo se empezó a definir no sólo quién dicta las sentencias, sino de qué manera se interpretan las leyes, los derechos y el mundo. Y ese “cómo” es profundamente ideológico.
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Lo hemos visto ya en Estados Unidos, donde una Suprema Corte copada por perfiles ultraconservadores desmontó en 2022 el histórico fallo Roe vs. Wade, dejando sin protección federal el derecho al aborto. Lo hemos visto en Polonia y Hungría, donde los tribunales constitucionales actúan como brazos ejecutores del autoritarismo. Lo vemos hoy, también, en América Latina: mientras en Argentina se lucha por sostener lo conquistado, en Brasil el conservadurismo judicial sigue marcando el ritmo en temas clave como derechos reproductivos o de identidad de género.
México no es una isla. Aunque durante los últimos años se avanzó en el reconocimiento jurídico de muchos derechos —el avance en la despenalización del aborto, las leyes de identidad de género, las reformas contra la violencia digital—, la justicia sigue sin llegar, ni en tiempo, ni en fondo. Los feminicidios siguen sin esclarecerse, las víctimas siguen siendo revictimizadas, las personas trans siguen sin acceso real a derechos ni justicia. Y el sistema judicial sigue siendo una estructura opaca, clasista y profundamente patriarcal.
Por eso, la reforma judicial y la elección de nuevas figuras en el Poder Judicial tendría que haber sido una oportunidad para cambiar el paradigma. Para dejar atrás la idea de una justicia “ciega” que no ve desigualdades, y apostar por una justicia con los ojos bien abiertos. Una justicia que entienda la violencia de género no como excepción, sino como estructura. Que no interprete la ley desde la moral conservadora, sino desde los derechos humanos.
¿Lo lograremos? Tengo poca esperanza, pero aún queda alguna, porque más allá de los nombres que ocuparán los cargos, lo que importa es el rumbo que asumirán. ¿Se alinearán con las voces ciudadanas que piden una justicia feminista, accesible y reparadora? ¿O se refugiarán en la neutralidad tecnocrática y el oficialismo que, en la práctica, perpetúa la exclusión?
El riesgo es claro: que esta “renovación” sea sólo maquillaje institucional sin transformaciones reales. Que se ceda a la tentación de un modelo judicial que responde a intereses partidistas, al conservadurismo religioso o al status quo empresarial. Ya sabemos cómo termina eso: con más impunidad, más violencia, y más cuerpos fuera del marco legal.
Por eso la frase Protect the Dolls es más que una consigna pop. Es un recordatorio de hacia dónde debe mirar la justicia: hacia quienes han sido históricamente desprotegidas. Las muñecas, las otras, las trans, las niñas, las pobres, las indígenas, las disidentes. Aquellas cuyas vidas siguen considerándose “casos menores”, aunque en realidad encarnen las mayores urgencias.
El Poder Judicial no puede ser bastión del conservadurismo. No en un país donde 11 mujeres son asesinadas cada día. No en una región donde ser trans sigue siendo una sentencia de muerte. No cuando la democracia está en juego en cada tribunal, en cada fiscalía, en cada juzgado de lo familiar.
La justicia no es neutral. La justicia —como el poder— se elige. Y ya se eligió, con fallos profundos, sí; pero ya se eligió.. Ahora toca vigilar, exigir y no soltar. Aferrarnos a la defensa de los derechos como si fueran los brazos de Pedro Pascal.
