PATERNAR

Los hombres también cambian: nuevas paternidades

¿Qué hacemos con esa figura paterna que, durante generaciones, ha sido más símbolo que presencia? ¿con esos hombres que quieren cambiar pero no saben por dónde empezar? | Graciela Rock

Escrito en OPINIÓN el

Este domingo pasó el Día del Padre. En algunos hogares hubo abrazos, comidas, felicitaciones; en otros, solo silencio. Muchos niños corrieron a escribir tarjetas con crayones mientras las mujeres organizaban todo, como siempre. Pasó el Día del Padre… ¿y ahora qué hacemos con los hombres?

¿Qué hacemos con esa figura paterna que, durante generaciones, ha sido más símbolo que presencia? ¿Con esos hombres que quieren cambiar pero no saben por dónde empezar? ¿Con esa masculinidad que, cuando no se cuestiona, sigue produciendo violencia, distancia y dolor?

¿Qué pasaría si, en lugar de repetir “papá es el más fuerte”, nos preguntáramos por el hombre que también siente? ¿Y si dejamos de agradecer la "ayuda" para empezar a hablar en serio de corresponsabilidad?

Según el INEGI, el 70% de los hogares con niñas y niños en México dependen del trabajo no remunerado de las mujeres para funcionar, y solo el 26% de los hombres participa activamente en las tareas del hogar. Aun así, muchos se consideran “buenos padres”, porque el modelo vigente sigue premiando al proveedor, no al cuidador. El que “cumple” si paga la colegiatura, aunque no sepa cómo se llama la maestra de su hijo o qué sueña su hija cuando duerme.

Pero ese molde ya no alcanza. Las masculinidades tradicionales no solo oprimen a las mujeres: también aíslan y lastiman a los propios hombres.

Hace poco, en el programa AbiertaMENTE de Canal Catorce, escuché la frase “los hombres también tienen derecho a cambiar”. Y yo sumaría: tienen la responsabilidad de hacerlo.

Porque si de verdad queremos construir un país más igualitario, los hombres no pueden quedarse como observadores pasivos. Tienen que ser protagonistas de su propia transformación.

La jaula del “hombre de verdad”

La masculinidad tradicional se impone como una jaula. Los aleja del juego, del afecto, de la ternura. No se les enseña a llorar, ni a cuidar, ni a pedir ayuda. Solo a callar, a proveer, a controlar. Se construye sobre una premisa trágica: mejor ser temido que querido. Y el precio ha sido alto.

Más del 80% de los hombres en México dice no tener con quién hablar de sus emociones. Y la tasa de suicidio masculina triplica la femenina (otra vez, de acuerdo a Inegi). Ser hombre bajo el mandato patriarcal también duele.

La pregunta profunda para ellos permanece: ¿Qué tipo de padre quiero ser? ¿Qué clase de hombre estoy enseñando a mi hijo a ser? ¿Estoy dispuesto a hacerme cargo de mis vínculos, mis emociones, mis ausencias?

Porque paternar no es un acto heróico, es una práctica cotidiana y una decisión política. 

Aún hay hombres que creen que ser padre es dar consejos, imponer límites, “proteger” a las hijas de otros hombres. Pero paternar no es ejercer poder.

Es estar.

Estar en los pañales, en las tareas escolares, en las crisis adolescentes, en las lágrimas, en las dudas. Un padre que cría desde la ternura y no desde el miedo es un hombre que desafía el núcleo del patriarcado: la idea de que cuidar es cosa de mujeres.

No queremos héroes, queremos padres presentes

Hay señales de cambio. Padres que van a terapia. Hombres que toman su licencia de paternidad sin vergüenza. Varones que preguntan, que escuchan, que desobedecen el mandato del macho invulnerable.

¿Son pocos? Tal vez. ¿Son valientes? Sin duda.

Porque transformarse implica renunciar a privilegios: al silencio que los protegía, a la autoridad incuestionable, al “yo no me meto” que tanto daño ha hecho. Pero hoy más que nunca, los hombres deben meterse: en el cuidado, en la crianza, en la conversación, en el terreno de lo doméstico y lo emocional.

Los datos son claros: niñas y niños con padres emocional y físicamente presentes tienen mejor autoestima, mayor rendimiento escolar y menos probabilidades de reproducir violencias de género en la adultez.

Paternar también es hacer justicia. La igualdad no se construye solo con leyes ni discursos. Se teje en los hogares, en el día a día, y para eso, los hombres tienen que entrar al terreno del cuidado, del amor, de la vulnerabilidad. No por nosotras, sino por ellos. Y por sus hijas, por sus hijos, por el mundo que aún podemos construir colectivamente.

Los hombres no tienen que ser perfectos. Solo presentes, atentos, disponibles, capaces de pedir perdón y volver a empezar.

Si el Día del Padre se quedó en un pastel y una foto, perdimos una oportunidad. Pero si lo tomamos como punto de partida, puede ser el comienzo de otra historia. Una donde los hombres no sean el centro, pero tampoco un vacío. Una donde ser padre sea una práctica que se aprende, se desaprende y se comparte. Una donde los hombres elijan la igualdad como una convicción.

Graciela Rock

@gracielarockm