#CARTASDESDECANCÚN

Carta al fiscal general de la República

Donde se sugiere una estrategia para hacer felices a los ciudadanos que violen la ley (y al gobierno). | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMO. DR. ALEJANDRO GERTZ MANERO JUSTICIA MAYOR DE LA CORTE MEXICANA

Maestre incuestionable del artificio:

Debo confiar a Su Ilustrísima que no era mi intención dirigirle esta carta. La destinataria debió ser doña Ernestina Godoy, alguna vez procuradora de Justicia, hoy consejera jurídica de la Presidenta con A, cargo que todo parece indicar desempeña sin mayor aplicación pues, cada vez que la jefa de la Nación promueve una ley ‘se arma la gorda’, una expresión que el refranero indica debe utilizarse cuando un conflicto se intensifica de pronto o se complica de manera exagerada

Tal fue lo que sucedió con la finada reforma a la ley del ISSSTE, episodio que concluyó con el penoso retiro de la iniciativa del Ejecutivo, ante las masivas y rijosas movilizaciones de los maestros. Y un tanto igual es lo que está sucediendo con la llamada ley censura, que ha provocado un alud de críticas filosas en los medios, aplicando al Segundo Piso el descalificativo de autoritario, y aun de dictatorial. Si la asesora legal aprobó el articulado de esos proyectos, habría que endilgarle el dicho que solicita, con mucho saber popular, ‘no me ayudes comadre’.

Esos fiascos reiterados me convencieron de la necesidad de buscar otro valedor, pues traigo en mente una propuesta que podría enderezar el largo trecho que le falta por recorrer a este caótico sexenio. Y como para prueba del desbarajuste basta un botón, pensaba referirme al tema de las madres buscadoras quienes, ya se sabe, recorren el país en busca de los restos de algún hijo-hermano-padre-pariente-amante-vecino-novio-o-difunto, y a quienes, también se sabe, el gobierno suele tratar ‘de la patada’, o sea, otra vez según el refranero, con desprecio, maltrato o indiferencia. 

La fecha es propicia para hacerlo pues el próximo jueves, 8 de mayo, los colectivos saldrán a la calle a reclamar ese ninguneo sostenido, y no abrigo dudas de que acusarán a la 4T de escurrir el bulto, locución que describe cuando alguien esquiva o rehúye algo que no quiere hacer. Esta vez, hay que decirlo, los reclamos podrían alcanzar muchos decibeles porque las protestantes, para decirlo en términos vulgares, ‘andan medio enchiladas’, un proverbio mexicano que equivale a decir, con más propiedad, que están irritadas en exceso.

Vuestra Audacia no ignora la causa, pues fue Vuecencia quien las enchiló. La rueda de prensa que ofreció hace unos días, negando en forma tajante que en el rancho Izaguirre haya habido ejecuciones, y mucho menos cremaciones, tuvo el efecto de encender un cuete en salva sea la parte, un circunloquio puritano que utilizo para no ofender a nadie escribiendo la palabra fundillo. Por eso andan como las Locas de la Plaza de Mayo, alegando que la fiscalía a su cargo no busca explicar, y mucho menos aclarar, pero sí confundir-enredar-enfrentar-y-acusar-a-las-víctimas, con la probada y eficaz táctica, vigente desde los tiempos bíblicos, de tirar la piedra y esconder la mano. 

El único interés de la 4T 2.0 parece consistir en lavarse las manos, a lo Poncio Pilatos, al desentenderse con tanta desfachatez de la responsabilidad de explicar dónde están los 60 mil desaparecidos, más los que se acumulen esta semana, que serán alrededor de 600 (¡!), de acuerdo con los datos oficiales del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas. Pretender que en México no existen campos de exterminio es un despropósito, pues la lógica indica que la inmensa mayoría de esos seres humanos ya dejaron de ser, pasaron a mejor vida, ya están en el cielo (o en el infierno), y que en algún lugar tuvieron que morirse. Además, ya difuntos, volvieron a desaparecer, como en los campos de exterminio, como en los crematorios, pues sus restos también se hicieron humo, circunstancia que el refranero define como esfumarse sin dejar rastro. 

Debo anotar aquí, Vuestra Dureza, que espanta su sangre fría. Me hago cargo de que el gobierno de la Nación tiene causas más patrióticas y urgentes que atender, como el desmantelamiento del poder judicial (a consumarse el próximo mes mediante la infalible fórmula de voto por torta), y la afiliación obligatoria a Morena promovida por los siervos de la 4T (con recursos públicos, es verdad, pero aplicados a una causa noble), asuntos vitales que podrían llamarse, en jerga demagógica, juntos hacemos historia.

Pero la historia no borrará Izaguirre-Teuchitlán de sus registros. Con inusual miopía, el régimen ya recurrió a ese expediente durante décadas, y negó en el discurso las masacres de Tlatelolco, del Jueves de Corpus, de la Guerra Sucia, de Acteal, de Aguas Blancas, de Atenco, de Tlataya y de Ayotzinapa, que ahora son reconocidas como crímenes de Estado… ¡por el propio Estado!

Y no obstante, debo reconocer el ánimo de Vuestra Frescura para enredar esta nueva madeja. Lo único que le faltó decir, tal vez por su natural modestia, es que lo de Teuchitlán-Izaguirre fue un ‘incidente’, para equipararlo al desplome de la línea 12 del Metro del cual, esa es la verdad histórica, un tornillo fue el responsable. Con el hallazgo de Jalisco sucederá lo mismo: vendrá una investigación tras otra, una versión tras otra, un embuste tras otro y, al final, saldrá una verdad histórica en la cual los fragmentos de hueso serán irrelevantes, las dentaduras calcinadas serán inocuas, las mil seiscientos chamarras, mochilas y pares de zapatos serán anecdóticos, y una vez más quedará demostrado, para decirlo en sentido paradójico, que sí se apaga un incendio echándole leña al fuego.

***

Como el tema de las buscadoras tiene a Vuestra Gracia sin cuidado, como el incidente de Izaguirre de seguro ya lo enfada (aunque me temo que lo vamos a escuchar todo el sexenio, quizás algo más), me voy a permitir cambiar el quid de esta comunicación de manera radical, para enfocarme en un asunto de la mayor trascendencia para la salud de la República que, por desgracia, el régimen ha dejado en manos de un diputado incompetente, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, en vez de confiárselo a la sagacidad de Vuestro Ingenio, plenamente acreditado en su última aparición pública. 

Es cierto que esa misión habría que encargársela a doña Ernestina, en su calidad de consejera áulica, pero voy a descartar esa opción por las razones expuestas con anterioridad. A cambio me permito apuntar que, de las 50 atribuciones que la ley le confiere al fiscal federal (¡!), hay varias que lo legitiman como asesor legal del trono, que anda muy necesitado de consejos y de guía, y también un mucho de tretas y de mañas. 

Así que al grano: lo que me permito sugerirle es que le entre sin dilaciones ni reparos al punto más trascendente del orden del día nacional, que no es otro que.. ¡la prohibición de los narcocorridos! Algunos despistados sostienen que se trata de una cortina de humo, un recurso facilote que usa el gobierno para no tener que explicar el estado ruinoso que nos heredó el tránsfuga de Palenque. Yo, por el contrario, estoy convencido al mil por ciento que la principal causa de violencia en el país son esas tonadillas, tan estruendosas como desafiantes, que sin pudor glorifican a los narcos, que sin respeto denigran a las autoridades, que sin humanidad envenenan las mentes impolutas y virginales de nuestros jóvenes.

Me quiero imaginar, no lo sé de cierto, que tras escuchar un par de esos espantajos musicales los sicarios se ponen frenéticos, cargan de manera automática sus rifles de asalto y sus pistolones, sienten una irreprimible sed de sangre y salen a la calle a ver a quien se cargan. Y es que no hay otra manera de explicar que todos los días contemos tantos acribillados, descabezados, descuartizados y rafagueados, sin que estas invitaciones melódicas a la masacre.

Oiga Su Merced, por ejemplo, lo que dice el Tigrillo Palma, en su canción Pacas de a kilo: En dos y trescientos metros / levanto las avionetas, / De diferentes calibres / manejo las metralletas. / Ahí traigo un cuerno de chivo / para el que le quiera entrar. O los Tigres del Norte, en la rola que le dedican al Chapo Guzmán, intitulada Jefe de jefes: Han querido arañar mi corona, / lo que intentan se han ido muriendo. O lo que entona y desentona Luis Conriquez, en homenaje al mismo delincuente: Es el jefe, lo es y lo era / gira y se para la Tierra si Joaquín lo ordena (hay que apuntar, por si no picó la profundidad, que el susodicho se apellida Loera). Y a poco no es afrentoso cuando la banda Calibre 50, refiriéndose a un capo, vocaliza: Dicen que allá en El Salado lo vieron bien tranquilo / tomándose unos cuartitos, rodeado de sus amigos / andaba despreocupado, escuchando sus corridos

Hay que prohibir tanto despropósito, esa glorificación impúdica de los malosos. Aquí no estamos hablando de apología del delito, palabra presuntuosa que pocos entienden, sino de loas descaradas y alabanzas rabiosas al hecho de traficar drogas, de violar leyes y de matar semejantes. Los narcocorridos, ¡fuera!

Sin embargo, no sé qué opinar de otras melodías que, ajenas al narco, tampoco tienen letras que digamos inocentes. Los Cadetes de Linares, quejándose de una mujer que abandonó a su hombre, cantan: ¡Qué chingue a su madre! / La eché en un carrito / que la fueran a tirar / lejos muy lejos / donde no vaya a apestar, versos que a mí me suenan, no sé a Voacé, como la confesión de un feminicidio. Y tampoco debe ser muy formativo para las mentes inmaduras que Alex Lora, al frente de su Tri, les cuente que: No me he podido consolar / desde que mi novia me dejó. / No me consuela ni la mota, / ni las pastas ni el alcohol.

Hay que prohibirlos también, diría yo, pues claramente alientan la criminalidad, pero hay que andarse con tiento. Ya los sicólogos infantiles, al servicio de las grandes empresas multinacionales, nos han explicado que ver series violentas en la televisión, esos chorros de sangre que escurren en las películas de Tarantino y de Scorsese, esas estelas de cadáveres que dejan a su paso Schwarzenegger y Rambo, no se transforma en violencia social, porque hasta el más palurdo de los párvulos saben que se trata de ficciones, no de imágenes de la vida real. Con la misma óptica, los mercadólogos nos han persuadido de que los videojuegos, en los cuales los niños tienen que matar enemigos, lanzar obuses, patear mujeres, exterminar animales, machacar cabezas, bombardear ciudades, en resumen, asumirse un rato (a veces mucho rato, tardes enteras, la vida misma) en asesinos seriales, tampoco tiene consecuencias, pues tendrían que ser idiotas para suponer que pueden salir a la calle a hacer lo mismo. El problema son los narcocorridos: ¡esos sí que los enferman!

Ahora bien, hay algo que no tengo claro: ¿qué se debe prohibir? ¿Tocarlos a todo volumen en los conciertos? ¿Escucharlos en Internet? ¿Susurrarlos en voz baja? ¿Componerlos? Viene a mi mente la imagen del palenque de la feria de Texcoco donde el cantante Luis Conriquez, especialistas en corridos bélicos (así les dicen, los muy hipócritas), se negó a cantar narcocorridos… ¡y la gente se le echó encima! Él que no, ellos que sí, empiezan a volar proyectiles, unos lo increpan, otros lo agreden, él se mantiene (hay que obedecer, dice), y se arma la gresca, la noche termina en tumulto. O sea, ¿qué vamos a hacer con el pueblo sabio, o al menos, con la parte del pueblo sabio que quiere narcocorridos, que a la mejor no son tan poquitos?

No me negará Vuestra Sapiencia que esa pregunta tiene mucha jiribilla. Si el pueblo es tan sabio, ¿por qué disfruta tanto la exaltación de la violencia? ¿Por qué le gustan los muertos en la tele? ¿Por qué los entretienen los chorros de sangre? ¿Por qué se les divierten los balazos? La respuesta es muy obvia: los narcocorridos. Así que nada de contemplaciones: ¡de que hay que prohibir, hay que prohibir! 

***

No le quiero quitar más tiempo a Vuestra Virtud, pero sí quiero decirle que no veo a nadie en el cuarto de guerra que tenga la capacidad y la desfachatez que son indispensables para sacarle vida a esta propuesta. Nada más déjeme recordarle lo que dijo quien supongo su filósofo favorito, Maquiavelo, en sus célebres “Décadas”: si hay que hacer el mal, el príncipe tiene que hacerlo de golpe y todo junto, y no en pedacitos ni a plazos, pues en el primer caso el pueblo sabio lo irá perdonando, mientras que las penas dosificadas mantendrán vivo el rencor por mucho tiempo.

Así que si vamos a prohibir, hay que prohibirlo todo. Déjeme someter un breve decálogo a su atinada consideración. Uno, prohibir los campos de exterminio, reales o imaginarios. Dos, prohibir los crematorios, clandestinos y/o propagandísticos. Tres, prohibir a las madres buscadoras. Cuatro, a los sicarios (no a los guaruras, esos sí se necesitan). Cinco, prohibir que se critique al gobierno (¡urge!). Seis, prohibir que nos pongan aranceles. Siete, prohibir la corrupción (jeje). Ocho, prohibir la violencia en la tele y en la vida. Nueve, prohibir el nepotismo y la reelección (juar,juar). Diez, prohibir a los expresidentes (¡esos irrespetuosos!), con la excepción de ya sabes quién.

Me dirá Vuestra Desmesura que lo que propongo es imposible, que nadie va a estar contento con leyes tan severas, pero tiene que verlo al revés: violar la ley es un deporte nacional y el campeón mundial en la materia es el propio gobierno. Si todo está prohibido, el gobierno quedará muy bien permitiendo que las normas se violen, y el pueblo sabio se sentirá muy a gusto al desobedecer la ley sin consecuencias (más o menos como ahorita).

El único problema que yo veo es que la Presidenta con A, en su toma de protesta, dijo con todas sus letras que en su mandato imperaría la consigna ‘prohibido prohibir’. Vaya desatino, fruto de la inmadurez y la inexperiencia. Pero también eso tiene arreglo: bastaría con que la nueva Suprema Corte, que con toda seguridad tendrá algún grado de docilidad y mostrará un ansia de claudicación (vocablo muy pertinente, pues de seguro deriva del sustantivo Claudia), en su primer pleno prohíba las mañaneras. Entonces doña Clau, como ya es su costumbre, declarará que no va a obedecer la sentencia y podrá seguir con las mañaneras del pueblo, demostrando que es tan desobediente como el resto de los mexicanos.

No eche en saco roto este exhorto, Su Picardía. Vuecencia tiene más conectes que cualquiera (ya fue perredista con Cuauhtémoc, panista con Fox, convergente en la época de Calderón y morenista con la 4T), y más mañas que ninguno (ya libró la investigación de la DEA por viajar con pasaporte falso y exceso de dólares en la maleta, ya superó el escándalo por querer encarcelar a sus parientes políticos, ya nadie se acuerda de sus maniobras para estar en la nómina del Sistema Nacional de Investigadores, ya nadie reclama que plagió la biografía de Guillermo Prieto), todo lo cual me recuerda aquel verso de Díaz Mirón que rezaba: “hay plumajes que cruzan en pantano y no se manchan”…  

Así que, ¡no se manche! Hágale el gran favor a México de prohibirlo todo que, al fin y al cabo, a la hora de investigar y castigar, será la fiscalía a su cargo la que decida a quién le toca un coscorrón y quien se merece un apapacho. Esperando con fervor figurar en el segundo grupo, le ruego ponga en práctica lo más pronto posible este desvergonzado y temerario consejo de

Fernando Martí

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