EXCMA. DRA. CLAUDIA SHEINBAUM PARDO JEFA (NOMINATIVA) DE LA NACIÓN
Presidenta con la Letra A:
Mi madre, Esperanza Brito de Martí (así le gustaba firmarse, E. B. de Martí, destacando su condición de mujer casada), era una feminista tozuda y recalcitrante. Aparte de militar en grupos radicales, aparte de dirigir la revista Fem durante 30 años, aparte de conchabarse diputados y magistrados para su causa, solía celebrar el 10 de mayo asistiendo por la mañana a un mitin en el Monumento a la Madre, en el cual depositaban ofrendas florales a las mujeres muertas en aborto clandestino, tras lo cual por la tarde se dejaba apapachar en el festejo de rigor por sus hijos y sus nietos.
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Todo esto se lo cuento, Su Excelencia, porque los conceptos igualdad de género brecha salarial, aborto libre y gratuito, violencia doméstica, derechos reproductivos, deudor alimentario, acoso sexual, lenguaje inclusivo y otros similares, eran pan de todos los días en la mesa familiar. A resultas, sus hijos crecimos con la convicción de que la democracia y la justicia no son posibles si se encuentra sobajada la mitad del género humano. Si Su Gracia me permite la expresión, yo soy feminista porque lo mamé desde chiquito y, es de suponer, lo traigo grabado en el ADN.
No fue el caso de mi padre, Don Ramón, machista moderado y prudente, más que nada por tradición, quien nunca aceptó que su mujer llegara en la madrugada porque venía de rescatar a una mujer golpeada de no sé cual delegación o que se ausentara algunos días para incorporar al Movimiento Nacional de Mujeres a las feministas en ciernes de algún pueblo remoto. Hijo y nieto de hacendados, tampoco le gustaba que su mujer hubiera derivado hacia esa tenue izquierda donde se ubicaban personajes como Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Carlos Payán o Martha Lamas, con quienes compartía ideas de avanzada y una marcada desconfianza por los partidos políticos.
Pese a tal recelo, Doña Esperanza se alegró mucho cuando la diputada priísta Silvia Hernández propuso en tribuna la despenalización del aborto en 1974, cuando la poetisa Griselda Álvarez se convirtió en la primera mujer gobernadora en 1979, y se alegró mucho menos cuando otra mujer priista fue designada secretaría de Turismo en 1980, pues los lazos amorosos y clandestinos que la unían al presidente en turno desaseaban tal designación. De haber vivido para verlo, estoy seguro de que hubiera estado muy contenta de que otra mujer, en este caso Su Ilustrísima, Doña Claudia Sheinbaum Pardo, haya alcanzado la más alta investidura nacional, la presidencia de México, más, recalcitrante como era, no dudo que hubiera expresado reservas sobre el beneficio que ese logro tendría para la causa.
Y es que el feminismo, Vuestra Militancia no lo ignora, siempre ha estado en segundo plano. De alguna manera, la visión machista del mundo ha dispuesto que las causas de las mujeres tengan que esperar, pues primero hay que consolidar algo más trascendente, y más urgente, y sin duda prioritario: la democracia, la revolución, el socialismo, el comunismo, la discriminación racial, la economía, el estado de derecho. De tal imposición, manipuladora y oportunista, se quejaron feministas tan antiguas como Rosa Luxemburgo, tan vigentes como Elvia Carrillo Puerto y Consuelo Zavala (organizadoras del primer Congreso Feminista en Yucatán, en 1916), tan intelectuales como Rosario Castellanos o Frida Kahlo, tan sufragistas como Hermila Galindo y Amalia Castillo Ledón, y se siguen quejando colectivos feministas tan latosas como Ni Una Menos, Las Brujas del Mar, la Red Feminista CDMX, La Revuelta, Mujeres Unidas y muchos más, que sin ningún empacho le echan en cara a la 4T que, en cuestiones de género, tenga una conducta tan dubitativa y cautelosa.
Claro, Vuecencia tiene un asunto más importante que atender: la transformación. Con los enredos de la reforma judicial, con un frenético llamado Donald Trump poniendo y quitando aranceles un día sí y otro también, con el persistente desabasto de medicinas, con Sinaloa en llamas desde hace más de seis meses, con la CNTE en la calle desafiando la reforma del ISSSTE, con el escandaloso déficit fiscal que le dejó su antecesor, y con temas tan relevantes e impostergables como la prohibición de los narco-corridos, se entiende que Vuestra Militancia ande distraída con tantos pendientes en la agenda.
Pero acuérdese que eso no fue lo que prometió: a los feminist@s de México, nos está quedando a deber…
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Quizás por el hecho de que sus iniciativas en materia de género han sido irrelevantes y tímidas, su caso me recuerda a otras soberanas poderosas, como la reina Isabel I de Inglaterra o la reina Victoria que, siendo mujeres, gobernaron como si fueran hombres. Ciertamente, ninguna de ellas pasó a la historia por su empatía con sus congéneres: Isabel jamás reivindicó la inocencia de su madre, la reina Ana Bolena, decapitada por su propio padre, el sanguinario Enrique VIII. Victoria, por su parte, se opuso ferozmente a los reclamos de las sufragistas, alegando que el lugar de las mujeres era apoyar a sus maridos y no andar alborotando.
No le voy a decir que Vuestra Sororidad llega a tales extremos, pero no hay duda de que el feminismo anda corto en sus planes. Su logro más importante, la creación de la secretaría de las Mujeres, apenas ha servido para modificar una que otra ley en materia de violencia de género y de equidad salarial, cambios que no han tenido mayor repercusión en la vida cotidiana de las mexicanas. Las mexicanas, en su vida cotidiana, siguen siendo objeto de desprecio y burla por parte de las fiscalías, siguen siendo acosadas en el trabajo, golpeadas en el hogar, violadas por sus parientes, y asesinadas a lo largo y ancho del país, sin que el gobierno que Usía preside se muestre realmente preocupado.
Poco ayudó en esa percepción, por supuesto, el contundente varapalo que le propinó Vuestra Resolución a la presidenta de la Suprema Corte, la ministra Norma Piña, al fin y al cabo otra mujer, que no solo fue despedida de su encargo con amenazas cumplidas, sino que ahora podría hasta perder la liquidación que le corresponde por ley (quizá dsemesurada, pero legal).
Nada ayudó a esa apreciación, desde luego, la imagen de un numeroso grupo de mujeres morenistas rodeando en la tribuna de la Cámara de Diputados al exgobernador Cuauhtémoc Blanco, acusado por su media hermana de tentativa de violación, y de manera elocuente protegido por el oficialismo al grito de “¡No estás solo!”
Más allá de tales efemérides, permítame decirle a Vuestra Potestad que, desde mi varonil –y tal vez prejuiciado y machista– punto de vista, lo que más lesiona su imagen de feminista comprometida es la percepción de que detrás de su programa de gobierno, de sus decisiones políticas, de los integrantes de su equipo y de sus decires en las mañaneras pesa, y pesa mucho, la perniciosa e indebida influencia de un sólo hombre, que se llama Andrés Manuel y se apellida López Obrador.
No necesito enlistar, se ha hecho miles de veces, que los más conspicuos protagonistas del poder (Adán Augusto, Monreal, Rosa Icela, Marcelo, Mario Delgado, Raquel Buenrostro, Luisa María, Andy López Beltrán), son herencia directa del sexenio anterior. No pretendo recordar, se ha apuntado hasta el cansancio, que la agenda del primer piso (reforma judicial, incorporación de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa, desaparición de los órganos autónomos, prohibición constitucional de los vapeadores), han tenido un apoyo abrumador en las cámaras, privilegio del que no han gozado sus propias iniciativas (la no reelección, la proscripción del nepotismo). No quiero fastidiar, hay que tener algo de tacto, con el recordatorio de que una larga lista de impresentables (el propio Cuauhtémoc, la repetidora Rosario Piedra Corazón de Piedra, el hoy exonerado Francisco Garduño, el desgobernador Rocha Moya, la familia Yunes, la familia Monreal), hoy son la imagen del Segundo Piso. No quiero incordiar, tengo mis buenas razones, señalando que mientras su gobierno critica y exhibe los exilios de los expresidentes (Salinas, Zedillo, Calderón, Peña Nieto), mantiene una reserva de confesionario sobre el paradero de AMLO, director teatral hoy desaparecido del escenario.
La primera condición de una feminista es ser una mujer libre. Si alguien la mantiene, si alguien la limita, si alguien la manipula, si alguien la somete, tenemos un caso de feminismo declarativo, no afirmativo. No tengo elementos para decir que ese sea el caso de Vuestra Mesura, pero no abrigo dudas de que algo así piensa la gente. Hace diez meses, cuando inicié la redacción de estas Cartas desde Cancún, le pregunté a un grupo de amigos cuánto tiempo tardaría Claudia Sheinbaum en sacudirse a López Obrador. Ocho de cada diez sostuvieron que sería de inmediato, que una vez sentada en la silla lo despacharía en un santiamén. No ha sido así, no parece que eso haya sucedido, y desde la época del maximato, hace cosa de noventa años, nunca se habían expresado tantas dudas en la opinión pública sobre el auténtico depositario del poder.
Recordando a Doña Esperanza, la autora de mis días, a veces me pregunto qué opinión tendría de los logros de su medio siglo de militancia feminista. Qué pensaría, por ejemplo, si supiera que el número de mujeres golpeadas no ha ido para abajo, sino para arriba. Que los acosadores sexuales son legión y rara vez sufren castigo. Que los violadores son defendidos desde la palestra por el partido en el poder. Que en más de la mitad de los estados del país el aborto sigue siendo un delito penal y las mujeres pueden ir a la cárcel, acusadas de infanticidio. Y, finalmente, que la primera mujer presidente de México, que tanta prisa y contento mostró cuando los congresos estatales aprobaron la reforma judicial, no tenga ningún apuro ni ejerza ninguna presión para enarbolar esa causa feminista.
Con toda franqueza, no me lo tome a mal, creo Doña Esperanza que estaría decepcionada…
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Hace varias semanas vengo amenazando con que estas cartas van a desaparecer de la pantalla en su versión semanal. En efecto, como no hay plazo que no se venza, debo informar a Vuestra Superioridad que el punto final de esta misiva será el remate de la serie, pues aún el Alto Mando, el Jefe de Jefes, la Suprema Autoridad de La Silla Rota, no me ha autorizado, hasta el día de hoy, la continuación mensual de la serie.
Sea cual sea la suerte de las cartas, su anunciada desaparición es buena excusa para abordar otro tema incómodo: los desaparecidos. Hace unos días, la oí muy indignada porque un comité de Naciones Unidas sostenía que las desapariciones forzadas en México son una “crisis sistemática y generalizada”. Tiene Vuecencia razón para ofenderse, pero el blanco de sus iras no debiera ser la ONU sino, en buena parte, un señor que se llama Andrés Manuel y se apellida López Obrador.
Y es que la definición de desaparición forzada implica que cualquier elemento del gobierno, de cualquier nivel, participó activa o pasivamente en una desaparición. Nadie en su sano juicio sostendrá que Claudia Sheinbaum, o el mismo AMLO, o los integrantes de sus gabinetes, hayan ordenado que una persona desapareciera del mapa, pero la cosa cambia si nos bajamos a nivel gobernador, y luego a presidente municipal, y luego a jefe de la policía, y luego a gendarme con antecedentes criminales, y luego a sicario infiltrado en una corporación policiaca que, para el caso, ni siquiera tienen que ejecutar el secuestro, sino tan solo mirar para otro lado cuando alguien lo haga. Aquí ya no funciona el cuento de echarle la culpa de todo a García Luna –quien merece los 38 años de prisión y más–, pero la mayor infiltración de las policías tuvo lugar en el sexenio de López Obrador, y en su errática propuesta de abrazos y no balazos. No creo que a Vuecencia le vaya nada bien en su reclamo a la ONU, pues hay demasiadas evidencias de que el gobierno es corresponsable en esa masacre silenciosa.
Dándole vuelta a esa página, hay un asunto todavía más delicado: las madres buscadoras. El gobierno anterior (incluida Vuecencia, como jefa de gobierno), las trató con altanería y desprecio. No se lo merecían: aunque sus hijos hayan sido vagos o criminales, aunque algunas lucren con la fama, la inmensa mayoría viven el drama inconmensurable de un hijo, o un hermano, o un esposo, o un primo, o un padre, que se fue a trabajar, o salió a comprar cigarros, o se fue de parranda, o lo detuvo la policía, y no volvió.
Los casos documentados son desgarradores. Madres que buscaron a sus hijos por años y ahora se aferran a un fragmento de hueso, a una prueba inconcluyente de ADN, para seguir creyendo que están vivos. Madres que fueron de fosa en fosa, todas clandestinas, y luego resultó que los restos que buscaban tenían años en la morgue de un Semefo. Madres que ruegan para revisar montones de ropa cochambrosa, a ver si reconocen alguna prenda que un día lejano fregaban en el lavadero, o recuerdan colgada en el tendedero. La tragedia no se puede resumir ni abreviar, pero se puede expresar en una pregunta que no tiene respuesta: ¿cuál es la vida de una madre cuya única motivación es encontrar el cadáver de su hijo?
Las madres buscadoras son heroínas y no tardarán en ser reconocidas como tales. Como a las madres de la Plaza de Mayo (a quienes el gobierno militar argentino llamaba ‘las locas’), igual empiezan a recibir premios, como el Sájarov a la Libertad de Conciencia (otorgado por el Parlamento Europeo), o el Houphouët-Boigny (otorgado por la Unesco), por su lucha contra la opresión, la injusticia y la impunidad. Y en una de esas les dan el Premio Nobel de la Paz, lo cual pondría en una situación muy incómoda al gobierno de México, que tendría que aplaudir (y aceptar que estaba del lado equivocado), o protestar (en defensa de los auténticos culpables).
¡Qué bueno que el gobierno de Vuestra Sensatez haya variado el rumbo! Al menos, ya se reunieron con los colectivos, ya empezaron a platicar, ya se comprometieron a apoyar las búsquedas con zapapicos y bulldozers. Es un buen principio, ciertamente tardío, a las claras insuficiente, porque implica una estrategia nacional de búsqueda, pero no se ocupa de prevenir el delito, ni de castigar a los culpables, con lo cual se puede inferir que la espeluznante cifra de 60 mil desaparecidos seguirá creciendo.
En fin, no se puede hacer todo al mismo tiempo y, a estas alturas, de seguro ya aburrí a Su Santa Paciencia. Solo para concluir, déjeme decirle que yo no fui de los ocho que creyeron que a las primeras de cambio se iba a sacudir el yugo, pero sí me decanté por la minoría, uno de cada diez, que apostó que el rompimiento sucedería más tarde que temprano. A lo mejor estoy alucinando pero, de pronto, veo un respingo aquí, un requiebro acá, una mueca que sugiere que estamos en la senda de la liberación. Como feminista militante, confío en que algún día México será gobernado por una mujer libre, por una feminista de tiempo completo, por una presidenta humanitaria y sensible, que no dejará lugar a dudas de que ejerce el mando a plenitud. Siendo así, como de los arrepentidos es el reino de los cielos, reciba Vuestra Señoría, aunque no le sirva de nada, un desfalleciente voto de confianza de
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Respuesta de Roberto Rock
Carta a don Fernando Marti, admirado periodista:
Es un honor tener tus colaboraciones en La Silla Rota, donde destacan por su número y profundidad de lectura. El lector las bebe hasta el punto final. Su formato epistolar, y su riqueza de lenguaje, no exento de un decantado sentido del humor, te ratifican como un maestro del oficio.
Tus textos y tu carrera periodística son un ejemplo de que el buen periodismo persistirá sin importar las plataformas en las que se exprese. Tus lectores deben saber qué atras de la pluma amable que ahora leen bajo tu firma se halla un reportero que ha enfrentado los impulsos autoritarios desde la política y otras formas de poder, y que eres un ejemplo de periodista siempre comprometido con su comunidad, sea como editor, sea como cronista.
Tomo nota, no sin pesar, de que espaciaras estas colaboraciones, lo que sin embargo supone una buena nueva ante el riesgo de que las suspendas a raíz de las iniciativas que tengas has marcado en la forma de nuevos libros.
Considera a La Silla Rota tu casa, donde podrás expresarte en la forma y los tiempos que tengas a bien. Quedo atento a seguir en contacto contigo, agradecido de tu generosidad y con los mejores deseos para los nuevos proyectos que te has marcado. Te mandamos un fuerte abrazo.
