Un regreso disruptivo
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2025 confirmó que la política estadounidense ha entrado en una era estructuralmente diferente. Su retorno no fue simplemente una revancha personal tras la derrota de 2020, sino la consolidación de un proyecto político que busca redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo y reconfigurar la política interna mediante una lógica contra-institucional. Estos primeros 100 días han estado marcados por una disrupción acelerada, tanto en el ámbito doméstico como internacional. Para México, la incertidumbre se ha convertido en la norma, obligando a replantear nuestras estrategias económicas y diplomáticas.
Trump y la expansión geopolítica: McKinley, el Ártico y Groenlandia
Uno de los elementos menos discutidos, pero más reveladores, del segundo mandato de Trump es su renovada ambición geopolítica. En varias declaraciones públicas, desde su discurso de toma de posesión, Trump ha citado a William McKinley —presidente de EU de 1897 a 1901— como una inspiración clave, no solo por su postura proteccionista, sino también por sus políticas expansionistas territoriales, como la ocupación de Puerto Rico, Guam y Filipinas.
Trump ha revivido el interés en Groenlandia, explorando no solo mecanismos de compra —como lo hizo durante su primer mandato—, sino también propuestas para una presencia militar ampliada, argumentando la necesidad de contrarrestar la influencia china y rusa en el Ártico. También ha insinuado iniciativas diplomáticas —o incluso intervencionistas— renovadas en Panamá, país con el cual ha obtenido un nuevo acuerdo para incrementar la presencia militar estadounidense en la zona con el objetivo expreso de “asegurar el Canal” ante la creciente participación china en la región.
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Resulta evidente que el interés primario de Estados Unidos en el Ártico es equilibrar su posición geoestratégica en una zona en la que Rusia tiene la mayor colindancia. Actualmente, la posición ártica de Estados Unidos se deriva exclusivamente de la situación geográfica de Alaska; es evidente que obtener una franja adicional de territorio dentro del círculo ártico constituye una alta prioridad para Trump. Groenlandia es el objetivo ideal.
China, al considerarse un país “casi ártico”, estimula aún más la ambición norteamericana de obtener de manera indisputable una posición preeminente en el Círculo Polar Ártico.
El Ártico se convierte así en una región prioritaria para Estados Unidos. Plantarse firmemente en él implicará negociar con Groenlandia, incluir al Ártico en lo que sería un nuevo paquete de cooperación con Rusia y, como en el caso del ambicionado “regreso” a Panamá —y como busca con su frenesí impositivo de aranceles—, “saldar cuentas” con el mundo y dejar “fuera de juego” a su verdadero adversario: China.
Trump reivindica un nuevo nacionalismo expansionista, y nadie como él para enunciarlo. Vale la pena recuperar la voz del propio Donald Trump, tomada de su discurso de toma de posesión el 20 de enero de este año, hace 100 días: “Estados Unidos volverá a concebirse a sí mismo como una nación en crecimiento, una que incrementa su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus aspiraciones y lleva su bandera hacia nuevos y hermosos horizontes. Y perseguiremos nuestro destino manifiesto más allá de la Tierra, enviando astronautas estadounidenses a plantar la bandera de las barras y las estrellas en el planeta Marte.”
El frente internacional: Ucrania, Gaza y el declive del liderazgo global
La política exterior de Trump en este segundo mandato ha expuesto límites estructurales y contradicciones que, al decir de muchos analistas estadounidenses, han debilitado la posición global de Estados Unidos. Ucrania es un ejemplo destacado de esta crisis de liderazgo.
Actualmente, existen dos modelos en competencia para resolver el conflicto. Por un lado, la estrategia europea, liderada por Francia y el Reino Unido, propone una “Coalición de los Dispuestos” —sin mandato de la ONU— destinada a sostener militarmente a Ucrania y lograr una paz con Rusia desde una posición de fuerza, rechazando explícitamente cualquier concesión territorial. Esta postura cuenta con un fuerte apoyo de los estados bálticos, Polonia y Finlandia.
Por otro lado, la administración Trump ha abogado por un enfoque pragmático y expedito que, según informes filtrados, incluiría concesiones territoriales ucranianas a cambio de un alto el fuego. Este modelo, percibido por Kiev y sus aliados europeos como una rendición de facto, ha tensado las relaciones transatlánticas.
En Gaza, la postura estadounidense ha sido abiertamente pro-Israel, con declaraciones que minimizan las preocupaciones humanitarias palestinas y sin presentar ninguna propuesta diplomática sustantiva. El resultado ha sido una disminución de la influencia estadounidense en Medio Oriente, con Turquía, Qatar e incluso China asumiendo roles más activos en los esfuerzos de mediación.
China, por su parte, ha respondido con firmeza tanto en los ámbitos comercial como geopolítico. Ha implementado medidas espejo contra los nuevos aranceles estadounidenses, incluyendo restricciones a la exportación de tierras raras y chips avanzados, perturbando las cadenas de suministro tecnológicas clave. Simultáneamente, ha incrementado su presencia comercial en América Latina y África, desafiando las esferas de influencia tradicionales de Washington.
La política exterior de Trump, hasta ahora, ha sido más reactiva que visionaria, debilitando alianzas tradicionales sin construir nuevos marcos de influencia.
Una disputa comercial y política con Canadá —en la que Trump impuso fuertes aranceles a las exportaciones canadienses y caricaturizó la relación bilateral, exponiendo en numerosas ocasiones que Canadá debería convertirse en el estado 51 de Estados Unidos— fue el acicate que provocó una fuerte reacción nacionalista que llevó, el día de ayer 28 de abril, a que el Partido Liberal, con Mark Carey, sucesor de Trudeau, ganara la elección. Hace un año, todos daban por sentado que, al terminar el gobierno de Trudeau, el Partido Conservador —afín en muchos aspectos a la administración de Trump— ganaría la elección. Durante la campaña, los canadienses no hacían más que analizar cuál sería la mejor postura de Canadá frente al injerencismo y la agresión de Donald Trump; como he señalado, Trump “estuvo en la boleta electoral” y los ciudadanos canadienses dieron una respuesta contundente.
Política comercial: proteccionismo, relocalización inversa y tensiones estructurales
Con China y Europa en la mira, incluyendo de manera notable a sus socios regionales, Canadá, México y junto con una cincuentena de países más, Trump inició una nociva guerra comercial y dichos países “fueron castigados” por ejercer una abusiva forma de “libre comercio sin reciprocidad”. Así, Trump cumplió su promesa de campaña y reactivó su arma favorita: los aranceles. En ese contexto, presentó a su electorado a Estados Unidos como la víctima de un sistema sin equilibrios que subsidia las exportaciones de sus socios comerciales. Los aranceles, como factor de equilibrio, eran la respuesta más a la mano. Se cuidó, eso sí, de no enfatizar demasiado la utilidad de los aranceles como factor de recaudación. El enorme déficit estructural de la economía norteamericana vuelve extraordinariamente complejo que Trump pueda cumplir con otra promesa de campaña: otorgar sustanciales exenciones fiscales al gran capital. Ello exige cubrir, al menos en parte, el hoyo que crearía en el fisco tal política. Los ingresos fiscales adicionales provenientes de los aranceles venían “como anillo al dedo”. Una ilusión: muchos economistas señalan que los impuestos adicionales a las importaciones causan un impacto de solo una vez (a one-time shot), pues los subsecuentes ajustes de precios en el mercado interno y la inflación que traen aparejada implican un costo mucho mayor.
Los aranceles, esgrimió Trump, forzarán la instalación en Estados Unidos de muchas empresas que buscarán no ser objeto de esa imposición fiscal extraordinaria; “Estados Unidos estará de regreso como una potencia industrial”.
Ello dio lugar a la promoción de la “relocalización inversa” (la mudanza industrial de zonas más competitivas a una zona mucho menos competitiva, pero con menos impuestos): traer de vuelta la manufactura al territorio estadounidense. Sin embargo, esta estrategia enfrenta grandes obstáculos estructurales. La economía de EU sigue siendo esencialmente de servicios —62% del PIB y 79% del empleo—, mientras que la manufactura representa solo el 26% del PIB y el 19% de los empleos, según datos de la Oficina de Análisis Económico (BEA, por sus siglas en inglés). La escasez de mano de obra calificada y la carencia de una infraestructura industrial adecuada limitan la viabilidad de una relocalización masiva, haciendo que esta iniciativa sea más simbólica que transformadora.
Resistencia interna: universidades, el poder judicial y los mercados
En medio de la ofensiva conservadora del poder ejecutivo, diversas instituciones han montado resistencia. Las universidades de élite, encabezadas por Harvard, han rechazado abiertamente las directrices “anti-woke” de la administración, provocando un debate nacional sobre la libertad académica y la autonomía institucional.
El poder judicial ha bloqueado repetidamente órdenes ejecutivas sobre migración, salud reproductiva y derechos civiles, intensificando las tensiones entre los tribunales y el ejecutivo —un choque de legitimidades institucionales–.
En términos económicos, los mercados han reaccionado negativamente. La empresa de Elon Musk, Tesla, ha perdido más del 70% de su valor de mercado este año, y el Dow Jones ha registrado el peor inicio de un mandato presidencial desde 1932, según Bloomberg. Esta volatilidad, combinada con políticas fiscales y monetarias erráticas, ha socavado la confianza del sector privado.
México: entre la incertidumbre estructural y la presión directa
Para México, estos primeros 100 días han reafirmado que la profunda interdependencia con Estados Unidos puede convertirse en una vulnerabilidad crítica. La volatilidad del dólar, la fragilidad de las cadenas de suministro, las amenazas arancelarias y la retórica antiinmigrante han revivido antiguos temores de una relación bilateral asimétrica e inestable.
El peso mexicano se ha mantenido relativamente estable, más debido a la debilidad del dólar que a la fortaleza interna. El Fondo Monetario Internacional (FMI) recientemente ubicó a México entre los países con menor crecimiento proyectado para 2025. Esta realidad hace urgente articular una respuesta coherente a largo plazo.
No creo ser el único en sugerir la urgente adopción de al menos dos líneas estratégicas de acción:
A) Acelerar el desarrollo de asociaciones público-privadas para proyectos estratégicos de infraestructura, logística y energía, con horizontes de retorno a mediano plazo.
B) Diversificar agresivamente las exportaciones hacia Europa, Asia y América Latina, enfocándose en sectores de alto valor agregado. México no puede seguir dependiendo del mercado estadounidense para el 80% de sus exportaciones sin incurrir en un riesgo sistémico y el mercado interno no alcanza ni en poder adquisitivo ni tampoco es un destino que pueda cubrir los déficits en las exportaciones pues no está diseñado, ni tiene el tamaño para absorber la especificidad y especialidad de muchos de nuestros productos de exportación.
Más allá del presente: el trumpismo y el Proyecto 25
El segundo mandato de Trump no debe verse como un ciclo de cuatro años, sino como un intento de llevar a cabo una transformación estructural del gobierno federal. El llamado “Proyecto 25”, impulsado por la ultraconservadora Heritage Foundation, busca reestructurar radicalmente el poder ejecutivo estadounidense para asegurar que el trumpismo sobreviva más allá del propio Trump.
Sus objetivos incluyen desmantelar o debilitar agencias clave, imponer criterios ideológicos en políticas ambientales, de salud, educativas y culturales, y crear una burocracia leal alineada con la nueva ideología. Figuras como el vicepresidente JD Vance ya están siendo consideradas como herederos de este proyecto, señalando que el trumpismo se está convirtiendo en una corriente hegemónica e institucionalizada dentro del Partido Republicano.
Conclusión: los límites de un modelo inestable
Cien días han sido suficientes para revelar que el segundo mandato de Trump, aunque agresivo y disruptivo, enfrenta límites crecientes. La resistencia interna, las alianzas debilitadas, los errores tácticos en la política económica y las tensiones con Europa y China delinean un escenario de gobernabilidad frágil.
Para México, el desafío es doble: resistir la presión directa del gobierno estadounidense y continuar con la construcción de una política exterior y económica autónoma, diversificada y estratégica.
