Durante su pontificado, para muchos de nosotros la figura del papa Francisco emergió como un faro en medio de una tormenta. Su pontificado, marcado por un llamado a la misericordia y la justicia social, buscó revitalizar la imagen de una institución que muchos católicos anhelamos como guía y refugio ante las catástrofes, la incertidumbre, la injusticia, la incivilidad y la polarización que marcan nuestro tiempo.
Desde su primer día como papa, Francisco buscó construir una iglesia que funcionara como hospital de campaña, como refugio para los marginados y los heridos, como conciencia contra la injusticia y la desigualdad. Su insistencia en la necesidad de una iglesia pobre para los pobres, su defensa de los migrantes y los refugiados, y su llamado a la acción contra el cambio climático han resonado con millones en todo el mundo.
Sin embargo, en los medios y redes sociales resonaron con mayor énfasis sus posturas sobre minorías sexuales y otros temas tradicionalmente controversiales para la Iglesia. Los medios, acostumbrados a cubrir los debates políticos desde un encuadre de eterno conflicto y tensión, han adoptado la misma lente para presentar y representar a Francisco: como un eterno David contra Goliath, como un líder reformador rodeado de intrigas y boicots, pero cuyo mensaje pareciera ser ajeno a la Iglesia.
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El legado de Francisco va mucho más allá de la confrontación. Se trata de “recuperar” lo importante. Encíclicas como Laudato Si proponen una “ecología integral” que vincula la degradación ambiental con la injusticia social. Lumen fidei (2013), iniciada por Benedicto XVI y completada por Francisco, profundiza en la naturaleza de la fe cristiana como una luz que ilumina la vida humana, ofreciendo esperanza y sentido en un mundo marcado por la incertidumbre. Fratelli tutti (2020) reflexiona sobre la fraternidad y la amistad social en un mundo marcado por la división y el individualismo, llamando a superar las barreras que nos separan, construyendo puentes de diálogo, encuentro, cuidado y dignidad. Dilexit nos (2024), invita a “cambiar la mirada” y recuperar lo esencial: el amor, profundizando en la importancia del corazón en el mundo moderno y la dimensión comunitaria de la devoción. Es decir, el legado para toda la humanidad es renovar el mensaje cristiano de misericordia, la justicia social, el cuidado del planeta y la búsqueda de la fraternidad universal.
Como él, millones de católicos queremos una Iglesia que incluya, y no que excluya, que ame y no que regule. Es decir, que se centre en la esencia del Evangelio: el amor, la compasión y el servicio a los demás. Por ello, es crucial recordar los principios fundamentales que guiaron el papado de Francisco. Su insistencia en la misericordia, la compasión y la justicia social, su llamado al diálogo interreligioso y su defensa de los derechos humanos fueron los grandes pilares de su visión de una Iglesia que sirva al mundo y no se sirva de él. Ahora que su cuerpo ha dejado la vida terrenal y el mundo católico le llora, recordemos y mantengamos vivo su legado: construir puentes en lugar de muros, de dialogar en lugar de condenar, de sanar en lugar de herir.
