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Iglesia y catolicismo: las caras de la cobertura mediática

Una cobertura mediática responsable y equilibrada sobre la Iglesia y los fenómenos religiosos debe esforzarse por superar los enfoques escandalosos, superficiales y reduccionistas. | Mireya Márquez Ramírez

Escrito en OPINIÓN el

Esta Semana Santa es un momento especial para que los cristianos, y especialmente los católicos, reflexionemos sobre la esencia de nuestra fe, sus valores y los principios subyacentes en nuestras prácticas espirituales. Pero debe reconocerse que la espiritualidad de los creyentes ya no está necesariamente ligada a la religión, sus dogmas y ritos, ni a la institucionalidad de la Iglesia (con “i” mayúscula). 

En consonancia con Mateo (18:20), muchos asumimos que la Iglesia somos todos y que renovamos nuestra fe no en los sermones dominicales de algún cardenal, sino en el ejemplo continuo de caridad y virtud de personas como uno. Recuerdo en especial a un tío, hombre creyente cuya vida, aunque materialmente sencilla, irradiaba una fe palpable en el día a día. En su rol de esposo, padre, vecino y miembro activo de su comunidad, estaba siempre al servicio de los demás.

Como él, hay muchos sacerdotes, misioneros y laicos comprometidos con su congregación, capaces de llegar a los barrios más recónditos y las poblaciones más marginadas y necesitadas. En estos lugares críticos, la Iglesia a menudo se erige como un faro de consuelo, ayuda y refugio sostenido. Es innegable su labor al mantener hospitales, orfanatos y centros de acogida para ancianos, niños, refugiados, migrantes y desamparados.

¿Por qué entonces persiste una desvinculación cada vez más evidente entre la fe personal, la práctica religiosa y la propia Iglesia? Quizás porque en la era de la información instantánea, en que la cultura popular y los omnipresentes medios de comunicación y las redes sociales desempeñan un papel crucial en la formación de la opinión pública, esa no es la Iglesia que vemos ni observamos. 

Indudablemente, la prominencia mediática del catolicismo le otorga una plataforma para difundir sus mensajes, valores y enseñanzas a una audiencia masiva, como se observa con cada visita papal a México, evento de amplia cobertura mediática. Pero también está la representación de la Iglesia como una institución corrupta y decadente, desconectada del mundo actual y de sus feligreses.

La cobertura sobre la institución eclesial presenta con frecuencia su vertiente más polémica, enfocada en las controversias internas, los escándalos (particularmente en los relacionados con abusos sexuales de sacerdotes), las luchas de poder y las tensiones doctrinales. Sin duda la atención mediática a estos temas, aunque a menudo crítica y sensacionalista, cumple una función importante al exigir transparencia y rendición de cuentas a una institución históricamente opaca. Esta exposición, aunque dolorosa para muchos creyentes, puede ser un catalizador necesario para la reflexión interna y la búsqueda de una renovación profunda dentro de la Iglesia

La otra vertiente común de estas coberturas mediáticas es la controversia, con frecuencia reduccionista, de su postura ante ciertos temas socialmente sensibles. El foco casi monolítico en los dogmas referentes a la sexualidad y la vida privada de las personas sirve para enmarcar divisiones presentadas como irreconciliables respecto de cuestiones como el matrimonio igualitario, el aborto, o el divorcio. La Iglesia es una institución global, compleja y heterogénea, con voces que sin duda enarbolan las visiones más conservadoras y dogmáticas sobre los temas en cuestión. Pero casi nunca se presentan a aquéllos con agendas y acciones ecuménicas, inclusivas, o protectoras  de los derechos humanos. Además, las iniciativas pastorales innovadoras, el trabajo caritativo y el compromiso de miles de personas con su fe suelen quedar relegados a un segundo plano.

La información relativa al Vaticano y al papa Francisco suele tener una proyección global y atraer la atención de medios seculares y religiosos por igual. La figura del Pontífice, como líder espiritual de millones de personas, genera un interés constante en sus mensajes, actividades y llamados. Su pontificado, marcado por un afán de misericordia y justicia social, ha desafiado las estructuras tradicionales de la Iglesia, lo que ha generado tanto admiración como resistencia. Su visión de una Iglesia más inclusiva y dialogante ha encontrado oposición en sectores conservadores que ven sus reformas como una amenaza a la doctrina y la tradición. Pero el énfasis en estas divisiones normalmente refuerza el conflicto político y desplaza el mensaje espiritual, lo que crea una sensación de eterna crisis y discordia.

Por otro lado, contrasta la cobertura, casi desconexa de todo lo anterior, sobre la religiosidad popular, que abarca las diversas manifestaciones de la fe en el ámbito comunitario, como peregrinaciones, fiestas patronales, devociones locales y expresiones sincréticas. La calendarización de las festividades anuales nos permite conocer cuántas personas acuden cada año a la escenificación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa, cuántos peregrinos hubo en las festividades guadalupanas, qué artistas le cantaron a la Virgen, o cuál fue el saldo de los festejos a San Judas.  Con frecuencia, suele prevalecer una perspectiva que resalta lo "exótico" o lo "supersticioso", en lugar de reconocer la profunda significación espiritual y social de estas prácticas en las comunidades, sus dinámicas culturales y en general en la vida cotidiana de los creyentes. Eso sin mencionar que las religiones no hegemónicas o las expresiones religiosas minoritarias son aún más invisibilizadas en este tipo de cobertura.

Así pues, la Iglesia vista por los medios suele contrastar en gran parte con la otra cara de la moneda: la Iglesia que construyen los creyentes día a día. En definitiva, una cobertura mediática responsable y equilibrada sobre la Iglesia y los fenómenos religiosos debe esforzarse por superar los enfoques escandalosos, superficiales y reduccionistas. Se echa en falta una mirada crítica que cuestione las prácticas nocivas e ilegales, y a la par abrace un espíritu ecuménico que valore la pluralidad de las experiencias religiosas desde la comprensión mutua. La otra cara de la Iglesia, la de los cristianos que construyen, dialogan y a diario sirven al prójimo, también merece ser vista y escuchada.

Mireya Márquez Ramírez

@Miremara