A río revuelto, ganancia de pescadores. Lejos quedan los días en que Silicon Valley se presentaba como un motor de progreso e innovación. Ahora, las cámaras de eco y el extremismo parecen haber seducido a los llamados “Digital Tech”. Los líderes en innovación tecnológica emulan las viejas estrategias de muchos medios tradicionales en Latinoamérica para hacer negocio: por un lado, venderse al mejor postor y cambiar de color a conveniencia, y por otro, adoptar la desinformación como modelo de negocio rentable.
Con la supuesta cruzada de Meta a favor de la libertad de expresión y en contra de la verificación de noticias, Mark Zuckerberg, el otrora niño prodigio de Silicon Valley, desató una tormenta de críticas y memes. Apenas comenzaba el año y ya estaba conmocionando a la opinión pública con su anuncio de cancelar los programas de verificación de datos en Facebook e Instagram, que hasta hace poco contaban con más de 80 organizaciones dedicadas a combatir la desinformación en docenas de idiomas y países. Si bien la medida en principio afecta a Estados Unidos, pronto su efecto será palpable en el resto del mundo.
El desmantelamiento de los programas de verificación de datos, junto con las controvertidas políticas de moderación de contenido implementadas por Elon Musk en el otrora X (Twitter), ha reavivado el debate sobre el papel de las plataformas digitales en la sociedad contemporánea y la subordinación de los principios democráticos a la lógica de la maximización del beneficio.
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El programa de verificación de datos de Meta era, hasta hace poco, casi la única barrera contra la desinformación en Facebook e Instagram, lo que demostraba una cierta voluntad de la compañía para escuchar el clamor social con vistas a abordar el problema de la desinformación. Luego del escándalo de Cambridge Analítica y las presiones políticas y mediáticas a Facebook tras la primera victoria de Trump, fue que Meta aceptó aliarse con diversos colectivos, plataformas y proyectos de verificación de datos de reconocido prestigio y trayectoria alrededor del mundo.
Por ello la puñalada más dolorosa fue cuando Zuckerberg aseguró que los verificadores habían sucumbido al sesgo político y destruido –más que construido– un clima de confianza, o cuando equiparó con la censura el sistema de etiquetar la desinformación verificada, al afirmar que "un programa destinado a informar con demasiada frecuencia se convirtió en una herramienta para censurar". Con ello, cede a las quejas de los republicanos y se une a los discursos pro desinformación –disfrazados de libertad de expresión– de Elon Musk.
Nada más lejos de la verdad. Los verificadores aliados financiados por Meta podían revisar y calificar la precisión de mucha de la información circulante, a partir de contrastación con otras fuentes, entrevistas a fuentes primarias, consulta de datos públicos y realización de análisis de medios, incluidos videos y fotos, pero nunca eliminar o bloquear el contenido. Cada vez que un verificador de datos calificaba un contenido de Facebook o Instagram, el material no se eliminaba, sino que se etiquetaba como falso o inexacto, para reducir así significativamente la distribución y viralización de esa información. Incluso las declaraciones políticas o de políticos –como las de Trump o AMLO– quedaban excluidas del proceso, pues la compañía las eximió de que fueran refutadas o sometidas a procesos de verificación. En cambio, los verificadores ayudaron a desmentir la ola de desinformación surgida durante la pandemia, los remedios que supuestamente eliminaban el virus, o a contextualizar fotografías que no correspondían con la supuesta información.
¿De cuándo acá alertar que una información falsa es censura? Al contrario, es una valiosa herramienta para fortalecer el pensamiento crítico y desarrollar competencias informacionales en un ecosistema tan saturado. Por ello, las consecuencias de esta decisión pueden ser devastadoras: desde la erosión de la confianza en las instituciones hasta el aumento de la violencia política.
Lamentablemente, la desinformación se ha convertido en un activo valioso para los “Digital Tech” y sus imperios digitales. El modelo de negocio de Meta se basa en la atención. Cuanto más tiempo pasamos en Facebook e Instagram, más anuncios vemos y más nos mantenemos enganchados, con lo que aumentan las ganancias para la compañía. Y nuestra atención es moneda de cambio. Nada atrapa nuestra atención como la información que desata odio, indignación, miedo o incertidumbre. Las noticias falsas, con su carga emocional y su capacidad de generar controversia y polémica, se propagan como la pólvora en estas plataformas, alimentando un círculo vicioso de extremismo y división.
Resulta claro que esta medida no es un simple cambio de política, sino un síntoma de una transformación más profunda: la consolidación de un modelo de negocio que capitaliza y se beneficia de la polarización y la desinformación. Mientras Zuckerberg se envuelve en la bandera de la "libertad de expresión", las cifras revelan una realidad inquietante. Se ha probado reiteradamente tanto que las noticias falsas se difunden más rápido que las verdaderas y que un creciente número de personas se informan principalmente a través de grupos hiperpartidistas en redes sociales como Facebook, en los que la desinformación suele florecer sin control.
Por ello, las consecuencias de esta dinámica son alarmantes. El continuo pragmatismo político de Zuckerberg para ceder ante las presiones políticas hoy le resulta conveniente al congraciarse con el Partido Republicano, formar parte del establishment que intima con el círculo cercano a Trump y asistir en primera fila a su inauguración presidencial. El problema es que su nueva amistad va de la mano de un altísimo costo: dar manga ancha a la proliferación de falsedades y al auge de las cámaras de eco en sus plataformas.
Es hora de actuar. Los gobiernos deben implementar marcos regulatorios que obliguen a las plataformas digitales a combatir la desinformación y promover la transparencia en sus algoritmos. Las organizaciones de la sociedad civil deben intensificar sus esfuerzos de alfabetización mediática y empoderamiento ciudadano. Y los usuarios, por su parte, debemos desarrollar un pensamiento crítico y responsabilizarnos del contenido que consumimos y compartimos, pues el futuro de la democracia depende de nuestra capacidad para contrarrestar la ola de desinformación que amenaza con inundar el espacio público. No podemos permitir que los gigantes tecnológicos sigan sacrificando la verdad en el altar de su beneficio.
