Nadando en la plataforma Filmin me encontré con el documental “El botón de nácar” (2015) del cineasta chileno Patricio Guzmán Guzmán (“La batalla de Chile”, “Salvador Allende”, “Mi país imaginario”). Qué manera de narrar. El hilo conductor es el agua. La lluvia, el mar, el agua que habita el cuerpo, que nutre a un planeta, que rodea a ese país larguísimo que es Chile con sus 2,670 millas de costa. Paisajes espectaculares que cortan el aire. Cordilleras. Glaciares. La historia de los cinco grupos originarios de Chile: selknam, kaweskar, haush, aonikenk, yagan. La belleza del entorno y el horror de la historia.
Llegaron a la Patagonia hace diez mil años. “Los nómadas del agua” y sus canoas. La historia comienza en esa inmensidad deshabitada en el que pareciera el lugar más solitario del mundo. Estaban ellos, el desafío de las bajas temperaturas, las costumbres del agua. La filmación nos muestra el desierto de Atacama “el lugar más árido de la tierra” y su observatorio astronómico. La pureza de ese cielo y sus geometrías fascinantes. Los selknam (fotografías de archivo) reproducen el diseño de la bóveda celeste en sus cuerpos pintados. Creían que al momento de la muerte, las almas se convertían en estrellas. Una relación de intimidad con el cosmos.
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En 1880, los colonos avanzaron hacia el territorio de los pueblos australes. Y lo tomaron. Comenzó el paulatino exterminio que duró hasta 1910. Patricio Guzmán nos muestra un botón de nácar: igual al que un capitán inglés ofreció a un indígena (después) llamado Jemmy Button para convencerlo de viajar con él a Inglaterra. Jemmy, fascinado por esa joya redonda y con un par de hoyos como ojos, aceptó. Jemmy regresó de Europa un año después y ya nunca volvió a ser el mismo. Un desterrado que al hablar mezclaba su lengua con el inglés. Un hombre que encarnó la desgracia que estaba en marcha: el intento brutal de los colonos de asimilar y/o desaparecer a los pueblos originarios.
Patricio Guzmán se pregunta por qué los chilenos herederos de pueblos que vivieron en el agua y del agua, no tienen una relación cercana con ese mar por el que parecieran sitiados. Lo miran de ladito, lo ignoran. “Se dice que el agua tiene memoria. Yo creo que también tiene voz”. En 1976 el mar arrojó el cuerpo de Marta Lidia Ugarte Román, profesora, poeta, parte del gobierno de Salvador Allende. Eran los tiempos de la dictadura. El cuerpo con signos de tortura flotó en el agua. No estaba previsto que sucediera. La dictadura ocultaba sus crímenes, los cuerpos arrojados desde aviones al mar estaban envueltos en bolsas que contenían rieles. Pedazos largos y pesados de metal. Muy pesados.
El exterminio de los pueblos originarios y el de las víctimas de la dictadura. Los buzos entran al mar y recuperan rieles (2004). En el fondo. Es lo que queda de tangible. Los rieles que hacen memoria y en uno de ellos, incrustado entre cantidad de formas marinas, aparece un botón de nácar. Regresamos al objeto de los comienzos. El botón, cada vez. El que fascinó a Jemmy y lo convirtió, tras un viaje largo, en una persona tan ajena a sí misma. El botón cosido a una camisa, a una blusa que alguna vez cubrió el cuerpo de una persona que estaba viva. Que fue secuestrada, torturada. Asesinada. Lanzada al mar.
Ese es el viaje de Patricio Guzmán. También se repite una isla, la de Dawson. En ella murieron las víctimas de los colonos, en ella fueron detenidos los prisioneros de la dictadura militar. ¿Acaso no decimos que “para muestra basta un botón”? Objeto minúsculo que habla. Guzmán lo hace hablar. “Se dice que el agua tiene memoria. Yo creo que también tiene voz”.