MENTIR

La negación de la verdad

Mentir es quizá elegir el camino más tortuoso para la sobrevivencia, a la larga, el más cruel. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Pensamos en la verdad y en la mentira en términos de ética. Si es que lo pensamos. ¿Por qué la verdad podría ser más deseable que la mentira, aunque no siempre sea posible? Pensamos que hay mentiras “indispensables” porque nadie puede ir asestando “la verdad” por el mundo y porque, además, ¿cómo sabemos que eso que suponemos que es la verdad, lo es? Hay, sin embargo, mentiras que no tienen vuelta de hoja: construcciones de pies y cuerpos falsos sostenidas en el anhelo de negación de la realidad, que puede llevarse hasta puntos casi delirantes.

Re-esribir la realidad. Empeñarse a como dé lugar en cambiar la historia. Aún en sus datos más evidentes. Datos duros. Acomodar los hechos, no a como fueron, sino a como nos hubiera gustado que fueran. Mentiras desesperadas que ofrecen una falsa ilusión de sanarse. Las mentiras que intentan anestesiar el dolor, idealizar -tanto como sea posible- el pasado. Como quien hace literatura, pero aplicada a la vida cotidiana. Mejor hagamos literatura. Ficcionar medio salva, vivir en la mentira, enferma. Hay construcciones mentirosas que se crean porque suponemos que el optimismo a ultranza, nos ofrece alguna forma de paz. Como buscar un sueño feliz sobre una cama de clavos. 

¿Por cuánto tiempo puede funcionar una cotidianidad de mentiras? Cada quien sabe lo que vivió. Profundamente. Si se insiste en negarlo: el cuerpo lo sabe. Los síntomas lo saben. El cuerpo habla. No para de hablar. El inconsciente y la memoria existen y en términos de emociones, ese intento de fugarnos de lo que es verdadero, rotundo, en aras de la oleada de “pensamiento positivo” tomado de algún manual –exitoso y deplorable– es la más traidora de las esperanzas. Hacer un castillito de arena. Lograr los objetivos prácticos. El castillito de arena comienza a desmoronarse en una esquina. 

Crear una epopeya vital que no resiste a un análisis de cinco minutos. Confiar en quienes no se van a detener a analizar esos cinco minutos. Ganarse las miradas (cada vez más escasas) de ese mundito “ingenuo”. Conformarse. El castillito de arena comienza a desmoronarse en la otra esquina.  ¿Qué viene después? Estamos tan solas/solos ante nosotros mismos. ¿A dónde vas que no te lleves? ¿Quién logra fugarse de sí mismo? Las consecuencias emocionales de la negación, de la mentira, de los “triunfos” tan efímeros: el sin sentido de la vida. La fuga del deseo. El extravío. La vida no se detiene. Las “glorias” de los minúsculos poderes que parecían tan absolutos, toman su dimensión. No hay manera de decir: por allí no. Ya lo sabes, ya lo viste: por allí se abre el abismo.

La sorpresa: ¿por qué las estrategias van dejando de funcionar? ¿por qué las cosas no salen como se pensó? ¿qué sucedió en el camino? ¿por qué cada vez es más difícil que alguien te escuche? ¿por qué se reducen los espacios en que podía armarse un juego para confirmar que los otros no existen realmente? Negar la existencia de los otros tiene un costo. Entre más superficial sea la manera de mirarlos, más superficial es el vínculo consigo mismo. Tiene un costo la construcción de ese falso yo. Un holograma que se relaciona con otros hologramas. Mentir es quizá elegir el camino más tortuoso para la sobrevivencia. A la larga, el más cruel. 

En algún lugar, quizá recóndito para sí mismo, al menos por mucho tiempo, la verdad da patadas por salir. La verdad aulla. El dolor aulla. Sin escucharlos, no hay manera de intentar sanarse. Mentir puede ser dar un clavado y zambullirse, justo allí, en el núcleo mismo del daño. Preservarlo entre bolitas de formol, alimentarlo. Mientras alguien quisiera imaginar que se está salvando. 

María Teresa Priego

@Marteresapriego