#CARTASDESDECANCÚN

Carta al Lic. Francisco Labastida Ochoa

En la cual se discute la sinceridad de las autobiografías, escritas siempre para justificar, nunca para explicar. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMO. SR. DON FRANCISCO LABASTIDA OCHOA / YA MERITO PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

Muy desmemoriado y despistado escribidor:

Hay una tienda en Estados Unidos que se llama Bass Pro Shop. Tal vez no sea desconocida para Vuestro Talante quien, según me cuentan, era fanático de la vida al aire libre, pues esa es precisamente la especialidad del negocio: atender a aquellos que dedican sus horas de ocio a cazar, pescar, escalar, acampar, velear, surfear, bucear, en fin, a disfrutar de un contacto directo con la Madre Naturaleza. 

Lo divertido del caso es que sobre el portón de acceso hay un letrero festivo que a la letra dice: ¡Bienvenidos cazadores, pescadores y otros embusteros! El eslogan alude a la conocida costumbre de exagerar de tales cofradías, pues es bien sabido que las presas que cobran siguen creciendo y se siguen multiplicando cada vez que platican el lance. Pero nadie se ofende con el rudo calificativo, pues casi siempre se trata de ficciones inocuas, que entretienen sin lesionar a quien las escucha.

Déjeme decirle a Su Gracia que esa fue la sensación que tuve al leer su libro de memorias, “La duda sistemática”, que se presenta con el subtítulo de ‘autobiografía política’. Un rosario inofensivo pero sistemático de embustes, que el diccionario define como ‘inexactitudes disfrazadas de artificio’, o sea, verdades a medias, a veces retocadas con ingenio y con primor, a veces torcidas con disimulo, con doblez y con maña. 

Vaya que la autobiografía es un género difícil, pues el autor tiene que enfrentar desafíos que escapan a su control: la memoria, harto traicionera, y además, como decía el Conde de Rivarol, siempre a las órdenes del corazón. Los errores, pues las fuentes de información pueden no ser exactas; las filias y las fobias, que arrojan tantas luces sobre los amigos como sombras sobre los adversarios; y, lo más arduo, el ego personal, pues no es fácil confesar los errores, los excesos, los abusos y las transas. 

En las últimas décadas, varios presidentes de México han intentado ese ejercicio, todos ellos con resultados mediocres, y en más de un caso, lamentables. Empezó la tanda José López Portillo (“Mis tiempos”), recuento de un hombre alucinado que vivió y murió fuera de la realidad. Vino luego Miguel de la Madrid (“Cambio de rumbo. Testimonios de una presidencia”), documento anodino que justifica el autoritarismo del PRI y el régimen de partido único. Siguió Salinas de Gortari (“México, un paso difícil a la modernidad”), kilométrico autoelogio que segrega ponzoña e inquina contra su sucesor. 

A la vuelta del siglo le tocó a Vicente Fox (“La revolución de la esperanza”), una suerte de crónica social donde confiesa su admiración política por Arnold Schwarzenegger. Tras eso apareció Felipe Calderón (“Decisiones difíciles”), con la consabida cantaleta de ´todo lo hice bien, aunque todo salió mal´. Me resisto a incluir en esta lista a Peña Nieto (“Confesiones desde el exilio”), porque se trata de un libro de entrevistas: si lo cito es porque no llegaremos más lejos, pues de esa frívola pluma es improbable que brote un párrafo completo. Y estamos a la espera del tomo anunciado por López Obrador, un mentiroso patológico que no tendrá ningún problema para retratarse como el mejor presidente de la historia. 

Y que conste que estoy poniendo a Vuestra Aspiración en un grupo selecto, el de los expresidentes, aunque, según se ve, el legado biográfico de esa camarilla tiene mucha más paja que grano. Usía no alcanzó tal dignidad, la silla grande, pero estuvo, digamos, a punto de. Se quedó en la rayita, por poquito se le hace, y como quiera que haya sido, sin duda fue testigo ocular y privilegiado de la debacle del partido que gobernó al país durante 70 años, y para colmo, el único candidato del PRI que perdió una elección presidencial. Ahí, no se lo discuto, hay mucha tela de donde cortar…

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Oscar Wilde dijo en una ocasión que “solo publican libros de memorias las personas que han perdido totalmente la memoria” y, si Vuestro Despiste perdona el atrevimiento, debo decir que lo primero que me llamó la atención fueron las imprecisiones, tantas así que introducen en el lector una duda sistemática sobre el rigor del manuscrito. En la materia que más o menos conozco, el turismo, y sobre todo, la fundación de Cancún, los yerros se suceden en cascada. Dice Usía que el primer director de Fonatur fue José Antonio Enríquez Savignac. Error: le sobró el José, pues solo se llamaba Antonio y le decían Toño. Apunta que quien promovió los estudios en materia de turismo en el Banco de México fue Leopoldo Solís. Error: ese mérito le corresponde a Ernesto Fernández Hurtado, no mencionado en su libro, quien, de acuerdo con muchos testimonios, es el autor intelectual del programa de ciudades turísticas. Incluye Nuevo Vallarta en los destinos que desarrolló Fonatur. Error: eso lo hizo un fideicomiso de la Reforma Agraria, Bahía de Banderas, encabezado por Alfredo Ríos Camarena. Afirma que la construcción de Huatulco inició en el sexenio de Echeverría. Error: arrancó hasta 1984, con De la Madrid, cuando Toño Enríquez era secretario de Turismo.   

Como soy cronista de Cancún, hay un dato en ese revoltijo que me llama la atención: la fecha precisa del viaje en que, según la leyenda, se decidió la construcción de Cancún, que Voacé apunta como el 13 de septiembre de 1969. En efecto, ese viaje existió: participaron muchos funcionarios de alto nivel (Fernández Hurtado, Toño Enríquez, Pancho Labastida, Chucho Silva y media docena más), quienes se trasladaron en la lancha de Rudi hasta Punta Cancún, se quitaron la corbata para degustar una parrillada de mariscos, y regresaron convencidos de que era la locación ideal para la primera ciudad turística de Fonatur (nadie les decía entonces centros integralmente planeados). Muchos participantes coinciden en los pormenores de esa gira, pero ninguno me había proporcionado la fecha exacta, así que la doy por buena y le agradezco el dato, que voy a incorporar a la historia oficial de la ciudad. 

De las inexactitudes, déjeme Vuestra Maestría pasar a las filias. No hay secretos en ese campo, pues reconoce como maestros de vida y trayectoria a Fernando Hiriart (con fama pública de excelente ingeniero y funcionario ejemplar), a Julio Rodolfo Moctezuma (otra leyenda en el sistema), y a Miguel de la Madrid, una mención discutible, pues se trata de un presidente autoritario y opaco, cuya testarudez provocó la salida del PRI de la Corriente Democrática, que en línea descendente engendró primero al PRD, luego a Morena. 

De la Madrid jamás entendió que el país requería una dosis de apertura, minimizó y despreció a los inconformes, y ya ve Vuestra Perplejidad lo que pasó. En ese sentido, se le puede comparar a Díaz Ordaz, quién prefirió masacrar estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas antes que conceder demandas tan sensatas como liberar a un par de presos políticos o modificar una ley secundaria. 

Llegado a este punto, no puedo dejar de mencionar que Su Desmemoria se refiere a la matanza en estos términos: “Nunca entenderé ni aceptaré, al igual que muchos mexicanos, lo que ocurrió el 2 de octubre… en Tlatelolco. Fue un acto de barbarie, un hecho inhumano, cruel, dramático, retrógrado y represivo”. Con la salvedad de que esa condena se produce con 56 años de retraso (¡!), habría que explicarle al lector qué entiende Usía por ‘aceptar’, pues siguió trabajando para el gobierno ‘retrógrado y represivo’ por décadas, ocupando cargos en Hacienda, en Presidencia, otra vez en Hacienda, en Programación y Presupuesto, en Energía, en el gobierno de Sinaloa, en la embajada de Portugal, en Caminos y Puentes Federales, en Agricultura, en Gobernación y en el Senado, sin que el más mínimo reproche escapara de sus labios. 

Y ahora, a las fobias. Aunque Vuestra Irritación es explícito al señalar algunos funcionarios incompetentes o corruptos (el procurador Enrique Álvarez del Castillo, el general Jesús Gutiérrez Rebollo, el impresentable Manuel Bartlett), nos deja con las ganas de saber cuando se refiere al más conspicuo de sus contrincantes: Carlos Salinas de Gortari. Siendo presidente, Salinas secuestró los mandos policiacos del gobernador Labastida, estuvo a punto de removerlo del poder y, al final, lo envió de embajador a Portugal, un poco a fuerzas, alegando que su vida corría peligro. Mas antes que hacer una relación de ese desencuentro, Vuestra Discreción se limita a decir que no tenía “buenas relaciones” con él y a describir una cercanía excepcional con Luis Donaldo Colosio, a quien le recomendó verse en secreto, “como amantes”, para no irritar al mandamás.

Ya para terminar esta tanda, le quiero reclamar a Vuestra Prudencia su extrema reserva al describir el capítulo que más interesa a los politólogos de café: la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del 2000. Durante décadas, ese episodio ha estado repleto de interrogantes. Por desgracia, su testimonio aporta muy poco, por no decir menos que poco, para despejar las dudas. Por ejemplo, afirma que Zedillo odiaba al PRI, pero no va tan lejos como para decir que maquinó su derrota. Por ejemplo, explica que el PRI llegó a la elección al borde de la quiebra, algo difícil de creer, pues al año siguiente se destapó el escándalo del Pemexgate, la ilegal transferencia de dineros del sindicato a las arcas del partido, episodio al que no le dedica más que un par de líneas (nunca se reveló el monto exacto del ilícito, tal vez el más cuantioso en la historia electoral del país: tan solo la multa que les impuso el IFE fue de mil millones de pesos, no de 500 millones, como apunta su texto). Por ejemplo, revela que Zedillo le dio libertad para nombrar al líder del PRI (Dulce María Sauri), pero esconde que no pudo controlar el fuego amigo entre su equipo cercano y el secretario general Esteban Moctezuma, una imposición del Presidente. Por ejemplo, acusa que Zedillo boicoteó su campaña, instruyendo a varios gobernadores para retirarle apoyos (puñalada por la espalda, dice Usía) pero, al no dar el nombre de los implicados, esa felonía no se puede corroborar. 

Cuando alguien escribe memorias, Vuestra Mesura, enfrenta un dilema sin solución: siempre hay mucho que decir, pero también hay mucho que callar. Su libro abunda en el segundo componente de la fórmula, calla demasiado, y lo que dice está teñido por la cautela y por el tacto, quizás porque Usía sigue viviendo en un país que ya no existe, el México del PRI hegemónico, donde había que cuidarse de todo y de todos, para seguir dentro del enjuague. Lástima, porque es evidente que su tiempo ya pasó y ahora que no tiene que cuidarse de nada y de nadie, perdió su gran oportunidad de decirnos la verdad.

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Debo confesarle a Su Señoría que hace ya varias semanas que escribí esta carta. Si no la recibió antes es porque estuve entretenido con Míster Donald Jay Trump, quien con sus desvaríos acaparó mi correspondencia de las últimas semanas. El asunto es que pronto, en el mes de abril, abriré una pausa (autoimpuesta) en la redacción de las Cartas desde Cancún, pero de ninguna manera quería que la presente se quedara en el tintero.

Y es que en su libro maneja Usía una idea que me ronda con insistencia en la cabeza, al atribuir todos los males del país al excesivo poder que detenta el presidente (a) de la República. En cada capítulo, de Echeverría a López Obrador, vuelve sobre ese tema, e incluso respalda la peregrina propuesta del jurista Diego Valadés, que sostiene que debe reformarse la Constitución para que el Poder Ejecutivo quede depositado en el Estado Mexicano (¿?), y no en el presidente (¡!).

No le discuto que el desmesurado poder de Palacio ha sido causante de buena cantidad de nuestros males, y eso no viene de Morena, ni del PRI, ni de la Revolución, ni siquiera de los caudillos del México independiente (Santa Anna, Juárez, Don Porfirio), sino que se remonta a los pueblos originarios y a la colonia española, que nos heredaron desde siempre un mando centralizado. Somos presidencialistas hasta la médula, y la sugerencia de adoptar un régimen colegiado, en un país que no conoce la democracia, suena un poco a disparate. 

En mi humilde opinión, sería más fácil enderezar lo que tenemos, y el principio de solución es sencillo y complicado a la vez: respetar el Estado de derecho, o sea, dejar de violar la ley. Fíjese la gravedad de lo que voy a decirle: todos los presidentes con quienes Usía trabajó, y todos los anteriores, y casi todos sin excepción desde que México es México, violaron y violan la ley de manera reiterada y contumaz. Hacen trampa en las elecciones, se roban los fondos públicos, abusan de la autoridad, se pasan la Constitución por el arco del triunfo, negocian en lo oscurito.

De ahí para abajo repiten la dosis los gobernadores, los alcaldes, los regidores, los inspectores, los policías, y claro está, al final de la cadena, los ciudadanos. El resultado es que tenemos una autoridad abusiva, pero no un gobierno eficaz. El Estado mexicano es muy débil: no puede cobrar impuestos, no puede cuidar el medio ambiente, no puede hacer planes a largo plazo, no puede controlar al crimen organizado, no puede acabar con la corrupción, ni siquiera puede evitar que nos estacionemos en doble fila y nos pasemos los altos.

El gobierno siempre ha privilegiado la autoridad sobre la ley. Con esa óptica, ha masacrado estudiantes, ha derrochado el tesoro público, ha contraído deudas ilegales, ha protegido delincuentes, ha derrocado gobernadores, ha encarcelado enemigos, y a últimas fechas, ha aplastado al poder judicial y ha encubierto miles de desapariciones forzadas. Es significativo que, en las casi 300 páginas de “La duda sistemática”, y en el extenso capítulo intitulado ‘Ideas para construir un país mejor’, no aparezca ni como recomendación ni como duda la esencia de toda democracia: el respeto a la ley.

Con esa me despido, Su Gracia. Al releer esta carta, creo que he sido demasiado intolerante en mis juicios. Aunque Usía no lo crea, tengo muy buen concepto de su trayectoria pública y, hasta donde se puede en este país con los políticos, siento que ha sido un funcionario competente, un ciudadano probo y un hombre de bien (un día se lo dije en persona, en un encuentro fugaz que tuvimos en una taquería de la Ciudad de México). Mas como escritor y como autobiógrafo, tengo la certeza sistemática de que nos quedó a deber. Despejada esa duda, acepte una sincera disculpa por la rudeza innecesaria de

Fernando Martí

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