Antes que nada, debo de confesarles que lo que estamos viviendo como país me tiene petrificado. La crueldad se ha instalado en la república como normalidad. ¿En qué nos hemos convertido? Como dicen en las redes: “este no es un país es una fosa común”.
Tenía pensado escribir sobre el aclamado libro de Lea Ypi “Libre”, que narra su vivencia en Albania durante el régimen comunista, la fallida transición a la democracia y al libre mercado desde una perspectiva ultra sincera, que cuestiona ambos sistemas y nos arroja luz sobre la libertad, la igualdad y las capacidades maravillosas de nuestra especie y también sobre las crueldades de la misma. Pero ese texto será para otro día. Me es imposible no hablar del centro de reclutamiento, crematorio y centro de tortura en Teuchitlán, Jalisco.
El fin de semana vi los documentales sobre Ayotzinapa y los casos de feminicidio y desaparición en Nuevo León. Todos tienen el mismo componente: un sistema podrido, de impunidad, de complicidad entre el crimen organizado, funcionarios, empresarios. Vamos, el poder se protege a sí mismo. Resulta imposible negar que nuestro país se encuentra en manos de la delincuencia. Que la línea entre militares y grupos armados del crimen parece bifurcarse y no podemos distinguirlos. El estado mexicano es un queso agujerado en donde los criminales ponen y disponen a su gusto de funcionarios de alto nivel en todos los órganos de gobierno.
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Lo que sabemos de Teuchitlán es una película de terror. Nos habla del capitalismo gore que con brillantez describió Sayak Valencia. El crimen organizado en complicidad con el estado, recluta forzosamente a jóvenes en busca de trabajo para integrarlos a sus filas de violencia. Las personas son mercancía y si no tienen valía para los líderes terminan por ser desechadas como basura. Me duele escribir y leer esto, pero nuestra situación nos obliga a ver el horror de frente si es que queremos cambiar la situación de esta república que tiene tradición milenaria de violencia, pero lo que ocurre ahora es demasiado, inaudito, repugnante.
No les miento. Me encuentro profundamente deprimido sobre nuestra sociedad. Profundamente confundido con nuestra política, nuestro estado, nuestro ejército, nuestra psique social. México necesita un psicoanálisis profundo de manera urgente.
Creo que en los momentos más obscuros de la humanidad es cuando la palabra tiene más poder. Creo que en los momentos de crueldad e inhumanidad absoluta es cuando la política tiene que ser el instrumento que nos obligue a (re) encontrarnos, volver a mirarnos a los ojos y decir entre todos: ¡ya basta! ¡Esto es demasiado!
No tengo la respuesta para darle solución a un país que cobra piso, que tiene a funcionarios pagados por el narco, que tiene a generales y militares en su nómina. Pero no podemos dejar de ver a esta obscuridad y plantarle cara con coraje, enojo, indignación y valentía.
Es momento de que la república y toda la sociedad en general, planteemos un nuevo acuerdo político en donde recobremos la mínima decencia y humanidad para terminar con las fosas y abrir un camino en donde podamos ver la luz al final del túnel. Por desgracia y con dolor, hoy no veo ninguna luz.