El pasado 5 de marzo, uno de los muchos colectivos que se han formado en el país para buscar a personas desaparecidas ante la negligencia, incapacidad o de plano complicidad de las autoridades, localizó gracias a una llamada anónima, un rancho que era utilizado por el Cártel Jalisco Nueva Generación como centro de adiestramiento y campo de exterminio. Las imágenes que han dado a conocer los Guerreros Buscadores de Jalisco, así como las descripciones de lo que pasaba en ese lugar son tan terribles, que nada piden a lo que sucedía en los campos de concentración de la Alemania Nazi.
En el rancho Izaguirre ubicado en el municipio de Teuchitlán, con una población de 9 mil 500 habitantes y a tan solo una hora de Guadalajara, se encontraron más de 200 pares de zapatos, montañas de ropa, carteras, cinturones, algunos otros artículos personales entre los que estaba una carta de despedida y, lo más impactante, restos de huesos humanos y tres hornos crematorios en los que se deshacían de los cuerpos de las personas que fallecían en ese lugar por las malas condiciones en las que los tenían o el duro entrenamiento a que los sometían para convertirlos en sicarios. El colmo es que en septiembre de 2024, ese rancho ya había sido cateado por la Fiscalía de Jalisco y la Guardia Nacional sin que supuestamente se encontrara nada.
De acuerdo con algunos testimonios incluso de víctimas que lograron escapar, esa organización criminal reclutaba jóvenes mediante engaños con la falsa promesa de trabajo en call centers, como encuestadores o guardias de seguridad, los citaban en centrales camioneras para luego llevarlos a ese rancho en donde los ponían a prueba, los adiestraban y a quienes no aguantaban de plano eran asesinados por no cumplir con las órdenes, desmembraban sus cuerpos para después incinerarlos. Se dice que entre los crueles castigos que les imponían, estaba el ponerlos a pelear hasta que uno acabara con el otro a golpes, o los metían en un espacio cerrado donde eran atacados por cerdos que llevaban varios días sin comer.
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Probablemente nunca se sabrá cuántas personas fueron torturadas y murieron en ese lugar, pero lo que ahí ocurrió es una de las peores historias de horror que podamos conocer y que, desgraciadamente, no es excepcional en nuestro país. Tan solo en febrero de este año se descubrió un campamento en Río Verde, San Luis Potosí en el que también se encontraron fosas clandestinas y al parecer disolvían los cuerpos en ácido, y apenas el lunes se localizó otro campo de exterminio en Reynosa, con lo que suman 18 en lo que va del año en Tamaulipas. De acuerdo con la organización Causa Común, entre 2020 y 2024 se identificaron por lo menos 2,737 fosas en Jalisco, Sonora, Guanajuato, Sinaloa, Baja California.
Las desapariciones de personas –en el gobierno de López Obrador se registraron 54 mil y en este sexenio ya llevamos casi 6 mil 700 lo que representa un promedio de 40 personas cada día–, el reclutamiento forzado y los cementerios clandestinos no son un fenómeno reciente en México, pero se ha agudizado ante la indiferencia gubernamental –recordemos que en la administración anterior prácticamente se desmanteló la comisión de búsqueda y ante el maquillaje de cifras su titular optó por renunciar– y también de la sociedad.
No es posible que se siga normalizando lo que debiera ser un escándalo, calarnos en lo más hondo y despertar toda nuestra solidaridad e indignación. No podemos seguir abandonando a las personas desaparecidas y a sus lastimadas y heroicas familias, no podemos seguir ignorando lo que está ocurriendo de mucho tiempo atrás, resignarnos y dejar que no pase nada. Teuchitlán es un recordatorio de lo que está ahí, a la vista de todos. Este 15 de marzo, sumémonos a la jornada de luto nacional convocada por colectivos de personas buscadoras en memoria de las víctimas de desaparición y por la resistencia ciudadana.