Considero poco probable que los aranceles insistentemente anunciados entren en operación pronto, en marzo o abril. Las agresivas pero confusas declaraciones de Trump también indican que el equipo norteamericano aún no tiene claro los detalles de la aplicación de los aranceles: ni cuantos, ni cómo, ni cuándo. Antes de definir la estructura precisa de los aranceles tienen que negociarlos con los grandes conglomerados norteamericanos vinculados al comercio con México. Por ejemplo, el presidente de la automotriz Ford, Jim Farley, dijo que los aranceles serían “devastadores” para la industria automotriz norteamericana; una opinión que difícilmente se puede despreciar.
Tienen, además, que tomar en cuenta los impactos sobre sus consumidores. Estos dos grandes intereses, conglomerados y consumidores tendrán que desembocar en una aplicación de aranceles cuidadosamente calibrada, que incluya mecanismos de mitigación. Están trabajando en ello. En cualquier caso la logística de la inspección fronteriza requerirá más personal y recursos y, si no se opera correctamente, crearía una pesadilla para el paso de personas y bienes que causaría daños en ambos lados de la frontera.
Por otro lado, los decretos de Trump sobre aranceles al acero y aluminio hacen una invitación explícita a la negociación: son bienvenidas las propuestas alternativas de los países afectados que permitan evitarlos. En nuestro caso el interés de la nueva administración norteamericana es que México instrumente medidas inmediatas y de gran calado en tres vertientes. Dos muy conocidas, detener los flujos de migrantes y drogas, en particular fentanilo.
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En relación con estas exigencias el gobierno de México ha manifestado su disposición a atender las demandas de Trump, empezando por reconocer el problema del fentanilo y deportando a 29 capos hace un par de días. También se han desalentado las caravanas de migrantes. Medidas que le dan un buen pretexto a Trump para dar otra “pausa” a la aplicación de aranceles. Algo para lo que, en mi opinión, su administración todavía no está preparada para instrumentar.
En la semana se hizo explicita una tercera demanda de gran calado; que México disminuya sus importaciones procedentes de China. El 25 de febrero una nota del periódico El Financiero lo expresó así: “México analiza aranceles a China por órdenes de Estados Unidos”. La expresión es altisonante pero refleja tanto el grado de insistencia de Estados Unidos, como que México tiene un margen de maniobra muy estrecho.
El 20 de febrero en Washington el secretario de comercio norteamericano Howard Lutnick instó al secretario de economía, Marcelo Ebrard, a que México imponga aranceles a las importaciones procedentes de China. Es otra condición para evitar que Estados Unidos imponga aranceles a sus importaciones mexicanas. El reporte de la reunión indica que México no se comprometió a realizar acciones específicas al respecto.
Desde hace años Estados Unidos, y en particular Trump han manifestado su descontento por los crecientes lazos económicos entre México y los países del sureste asiático, en particular China. Alegan que México funciona como puente de mercancías chinas que son redirigidas hacia Estados Unidos disimulando su origen. Otros países asiáticos, como Vietnam, serían parte de la cadena de comercialización de productos que en origen son realmente chinos.
Estados Unidos también presiona a México para que renuncie al Tratado de Asociación Transpacífico -TPP. Es un tratado que ha impulsado mucho más las exportaciones asiáticas que las mexicanas. A mediados de 2024 el secretario de Hacienda, Rogelio Ramirez de la O, señaló que China “nos vende y no nos compra, y eso no es comercio justo”. Una afirmación que debió llevar a medidas efectivas para corregir el desequilibrio. No fue así. En 2024 el déficit comercial de México con China llegó a 119.8 mil millones de dólares -mmd-, y con el conjunto de Asia a 223.1 mmd.
Del 2001 al 2023 China aumentó sus exportaciones del 3.8 al 14 por ciento del total mundial mientras que la participación conjunta de México, Canadá y Estados Unidos bajó del 19 al 13 por ciento en ese periodo. Ahora exporta más China que los tres países del T-MEC. La participación de China en el Producto global creció de 3.6 a 18 por ciento y la Estados Unidos se redujo del 30 al 25 por ciento. Si nos enfocamos en la producción industrial, resulta que Estados Unidos produce alrededor de la mitad de lo que produce China.
Es decir que Estados Unidos tiene motivos para estar preocupado. Trump quiere recuperar su anterior liderazgo productivo y contener la expansión de China. Con ese propósito de gran envergadura está dispuesto a romper todo tipo de reglas, tratados y convencionalismos históricos. Sus exigencias respecto a México rompen todo precedente.
A lo largo de 2024 el gobierno de México ha impuesto aranceles a las importaciones de acero y aluminio, así como de textiles y confección procedentes sobre todo de China. Desde la perspectiva de Trump han sido medidas insuficientes, como insuficientes también fueron las medidas de su primer periodo presidencial y también las de la administración del presidente Biden.
Por su parte la presidenta Claudia Sheinbaum explicó que dado que México no tiene un tratado de libre comercio con China, sería posible imponer aranceles a productos chinos sin violar los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio -OMC.
Entre Trump y Sheinbaum hay un desacuerdo ideológico de gran magnitud. Trump abandonó la ideología de la libertad de mercado para pasar a controlarlo con medidas de fuerza que afectan sobre todo a los países que le son más cercanos. Entendió que ya no controla el planeta y reafirma su poder sobre su esfera de influencia. Sheinbaum, en cambio, se ubica dentro de la herencia ideológica de la globalización sustentada en el libre comercio y el cumplimiento de los tratados internacionales; sea la OMC, el TPP o el T-MEC.
Más temprano que tarde tendremos que imitar a Estados Unidos, protegernos nosotros mismos y tomar medidas comerciales que implicarán desmarcarse de esos tratados. Veámoslo con optimismo. Sobre todo porque la libertad de mercado no nos ha funcionado: décadas de crecimiento raquítico e incapacidad para generar empleos dignos; un estado muy acotado por la austeridad franciscana e incapaz de proporcionar servicios básicos a la población, o de crear un contexto favorable al crecimiento productivo; prácticamente exportamos a un solo mercado; tristemente una economía importadora del consumo básico; una situación muy frágil ante presiones externas.
Nos vemos forzados a romper con la ideología de libre mercado y hay que convertir este cambio en oportunidad. Los aranceles a las importaciones del sudeste asiático pueden ser una fuente de ingresos fiscales que se orienten decididamente a apoyar a multitud de pequeñas y medianas empresas que substituyan importaciones. Estas son las que pueden generar empleo masivo empleando tecnologías convencionales, con bajos requerimientos de inversión para generar productos de consumo popular. No serían competitivas en un mercado abierto, pero si en uno administrado donde se conecte la demanda popular, empezando por los programas sociales a tal producción.
Tenemos la oportunidad de empezar a caminar con ambos pies; un sector globalizado y un sector de economía social encargado de aportar lo más substancial del consumo popular. Reforzando la alianza con los Estados Unidos y creando una alternativa de ocupación y empleo que haga menos frágil nuestra economía.