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Paso al frente o lenta agonía, ¿qué le espera a México?

Crear caos en su frontera sur podría ser un precio a pagar demasiado alto incluso para Estados Unidos. | Jorge Faljo

Créditos: #OpiniónLSR
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Al momento de escribir este artículo no se sabía si el sábado 1 de febrero, es decir ayer, el gobierno de los Estados Unidos impondría y entrarían en vigor de inmediato aranceles de 25 por ciento a las importaciones provenientes de México. No se sabía porque la estrategia del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, es sembrar confusión y caos. Es su estilo de debilitar al adversario en la negociación.

Un arancel generalizado del 25 por ciento al 82.7 de las exportaciones mexicanas, es decir a todas las que van a los Estados Unidos, sería catastrófico para la economía nacional y también negativo para los consumidores norteamericanos. Los consumidores norteamericanos se verían impactados por elevaciones de precios y la devaluación en México disminuiría sus importaciones.

La aplicación de esos aranceles generaría enormes complicaciones logísticas debido a que las manufacturas en particular se fabrican con componentes de ambos países que cruzan la frontera varias veces antes de su exportación final. Estados Unidos no cuenta con el personal y los sistemas para administrar esa complejidad sumada a la atención a los migrantes, la detección de drogas y el transito bilateral normal.

El miércoles 29 de enero Howard Lutnik, el doblemente milmillonario (en dólares) candidato de Trump a secretario de comercio, dijo que México y Canadá están actuando rápidamente para detener los flujos de fentanilo y migración irregular hacia Estados Unidos y, si lo hacen no habrá aranceles. Un día después, el jueves, Trump reiteró que sí entrarían en vigor el sábado 1 de febrero.  El relativamente bajo impacto en la paridad cambiaria implica que la mayoría de los inversionistas, mexicanos y extranjeros, confiaron en que Trump no cumpliría su amenaza… este sábado.

Trump agita un gran machete que, si lo emplea, alteraría no sólo las relaciones comerciales y diplomáticas con los Estados Unidos, sino que induciría en México una crisis abrupta de tal magnitud que nos llevaría a una reforma substancial del modelo económico. Una crisis pintada de nacionalismo exacerbado, de la que podría surgir un mejor modelo de desarrollo o un caos incontrolable. Crear caos en su frontera sur podría ser un precio a pagar demasiado alto incluso para los Estados Unidos.

Sobre todo cuando Trump tiene una mejor opción: agitar continuamente el machete e ir imponiendo una demanda tras otra en lo que su administración se prepara mejor para una aplicación de aranceles más cuidadosa, progresiva y negociada con su equipo de milmillonarios y su base social.

Las dos principales perspectivas para México son dos: crisis abrupta o lenta agonía. Si no entran en vigor los aranceles el sábado, estaremos no obstante en un mal camino, el de la lenta agonía y las crecientes cesiones de soberanía.

Hay, no obstante, una tercera opción, dar un paso al frente y convertir la lenta agonía en una preparación defensiva ante la estrategia de fondo de Trump que quiere reindustrializar a los Estados Unidos mediante la relocalización interna de la crema y nata de la manufactura existente en su esfera de influencia, en particular México, Canadá, Europa. Estados Unidos ha perdido los liderazgos tecnológico y de competitividad a nivel global, Trump se plantea recuperarlos. El primero mediante enormes inyecciones de capital a la iniciativa privada; por ejemplo, con el proyecto del viaje a Marte. El segundo con una agresiva estrategia de aranceles y sanciones a la producción externa; es decir, mediante la administración del mercado.

La estrategia de Trump nos obliga a cambiar el rumbo. Idealmente de manera no sólo reactiva, sino con un decidido proyecto que reconozca que nuestro principal socio comercial está decidido a abandonar en los hechos el libre comercio.

Lo esencial es abatir la triada que constituye nuestro principal problema: inequidad y pobreza; insuficiencia cuantitativa y cualitativa del empleo y la baja competitividad. Estos no se resolverán mediante la atracción y premio a la cada vez más incierta inversión extranjera directa, incluso suponiendo que llegue en abundancia. Bien por el empleo formal y bien remunerado, pero no ha sido suficiente en el pasado y menos lo será en el futuro inmediato.

Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo en 2024 se crearon apenas algo más de 174 mil empleos; el menor ritmo de creación de empleos de la última década. Las proyecciones de crecimiento para el 2025 son bajas, de apenas alrededor del 1.5 por ciento. Una previsión que empeora cuando son precisamente los sectores de la manufactura más globalizados los que se encuentran bajo mayor amenaza. Según la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) los aranceles comentados ponen en peligro millones de empleos. Frente a eso los 50 mil empleos que ofrece la iniciativa privada para repatriados es una cifra patética.

 No hay que descuidar lo ya construido, manufactura y empleo, por insuficientes; pero si hay que dirigir la mirada hacia otro lado. No hay que abandonar la prioridad del alivio a la pobreza; pero si dejar atrás la estrategia de aliviar la pobreza mediante el abaratamiento de las importaciones y en detrimento de la producción interna.

Abatir la pobreza y generar empleos requiere recuperar las capacidades productivas de los sectores excluidos de la globalización haciendo que las transferencias de los programas sociales se orienten a la compra de productos nacionales, en vez de importados.

El mecanismo de operación sería canalizar esa demanda social a la red de tiendas del bienestar; una substancial ampliación de la red de tiendas Diconsa anunciada por la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. El proyecto es que en esas tiendas se vendan alimentos básicos, lo que podría  ampliarse a bienes de consumo como calzado, vestido, alimentos procesados y una gran variedad de productos generados en México, en empresas familiares y microempresas locales y regionales.

Las capacidades de producción en buena medida ya existen; sólo que están inactivadas porque perdieron competitividad ante el abaratamiento del dólar, las practicas del gran comercio y otros elementos. Pero ese problema se supera si las transferencias sociales se convierten en demanda efectiva redirigida a al comercio social. Lo que implica apelar a la solidaridad y la organización productiva y comercial de los grupos sociales y los sectores productivos excluidos de la globalización.

Abatir la pobreza generando producción y empleos entre los ahora marginados puede ser no sólo compatible, sino congruente con una estrategia de fortalecimiento del mercado interno que contribuya a contener la inflación y fortalezca a la economía en su conjunto. Si en vez de lenta agonía Trump nos arroja a una crisis abrupta habrá que hacerlo todavía más rápido.

 

Jorge Faljo

@JorgeFaljo