#COMPÁS

Ucrania y la danza geopolítica

A medida que se clarifican los canales de comunicación entre Moscú y Washington, se hace cada vez más evidente que la guerra en Ucrania no es un mero duelo de valores, sino una disputa de poder. | Rubén Beltrán G. y Alejandra López de Alba G.

Escrito en OPINIÓN el

La guerra en Ucrania suele presentarse como un choque frontal entre valores e ideologías irreconciliables: democracia contra autoritarismo, Este contra Oeste. Sin embargo, basta observar con detenimiento la dinámica de los acontecimientos para concluir que, en esencia, lo que está en juego son los intereses estratégicos de las grandes potencias. Esta perspectiva realista ayuda a entender por qué el conflicto persiste y por qué las negociaciones tardan en iniciarse.

A primera vista, el panorama se encuentra oscurecido por la confusión y los posicionamientos preliminares de las partes. Aunque se trata de un conflicto de gran alcance, las negociaciones aún no han comenzado de manera formal y ni siquiera se ha decidido la configuración de la mesa ni el formato para un posible diálogo. Mientras tanto, declaraciones y movimientos diplomáticos dispersos refuerzan la idea de un supuesto choque de civilizaciones.

Existen reportes de que, hasta ahora, solo Rusia y Estados Unidos han mantenido conversaciones sobre puntos específicos, aunque se anticipa la inclusión de otros actores más pronto que tarde. Se considera factible que las negociaciones incluyan a varias naciones europeas, con una representación de la Unión Europea, Estados Unidos y alguna forma de representación de la OTAN, además de Rusia y Ucrania. Tampoco puede descartarse la intervención de mediadores como Arabia Saudita, Turquía o, en última instancia, China.

En la medida en que se avance hacia un cese al fuego, existe la posibilidad de contar con una mesa donde participen las partes en guerra, Ucrania y Rusia, ya sea de forma directa o recurriendo a mediadores. Un entendimiento de este tipo conduciría a una suspensión temporal de las hostilidades, pero no necesariamente a un tratado de paz integral. Para una solución de fondo, se requeriría una negociación paralela o previa entre Rusia y determinados países europeos; Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido desempeñarían la voz central, mientras que la Unión Europea y la OTAN asumirían roles de asesoría y coordinación. Esta dinámica se explicaría por la relevancia de los intereses de seguridad de Ucrania y de los países con mayor riesgo por su vecindad geográfica con Rusia, como Polonia, los Estados bálticos y Moldavia.

Rusia invasora: realismo geopolítico

Conforme avanza el conflicto, se hace evidente que el realismo geopolítico será la fuerza predominante en la definición del desenlace, sobre todo porque las potencias involucradas persiguen soluciones que salvaguarden sus intereses fundamentales. Aunque sobre el terreno el enfrentamiento militar involucra de forma directa a Rusia y a Ucrania, participan más de cuarenta naciones de manera directa o indirecta, lo que amplía el tablero de disputa.

Este conflicto no surgió de improviso: emana de diferencias acumuladas durante más de tres décadas y evidencia el fracaso de la arquitectura de seguridad pos-Guerra Fría. A lo largo de estos años, Ucrania ha quedado como víctima de un sistema que, tras el colapso de la Unión Soviética, no fue capaz de reformular ni respetar los límites de influencia de las grandes potencias.

Los intereses profundos de las potencias

En este tablero global, Estados Unidos ha mostrado un pragmatismo que deja al descubierto dos grandes motivaciones:

1. Debilitar el vínculo entre Rusia y China, aun con la conciencia de que Moscú defiende intereses propios.

2. Obtener ventajas tangibles en acceso al Ártico y a recursos naturales.

Al igual que la dupla Nixon-Kissinger de hace 53 años buscó acercarse a China para alejarla de la Unión Soviética, el  “Gambito de Riad” se interpreta como un intento de Estados Unidos de aproximarse a Rusia para contrarrestar el viraje de Moscú hacia Beijing, considerado el verdadero adversario global de Washington. El costo de esta estrategia recaería en Ucrania, y el beneficio para la Casa Blanca se concentraría en un programa de cooperación con Rusia en el Ártico, sumado al acceso privilegiado que ya posee gracias a la posición geográfica de Alaska. El interés se extiende a una postura dominante en Groenlandia, cuyo control otorgaría mayor incidencia en el Ártico y dificultaría la influencia de China en ese territorio. Esta lógica, para algunos, guarda similitudes con la contención de China en otros escenarios estratégicos, como Panamá.

La fatiga de Washington respecto al frente europeo, y su atención dirigida a otras regiones, sugiere que su compromiso con Europa no es ilimitado. Esto explica la reacción del presidente Zelensky, a quien durante años se le aseguró que, con el apoyo militar y financiero occidental, sería posible derrotar a Rusia y negociar la paz en términos favorables para Ucrania. Sin embargo, el tiempo y las presiones externas muestran que, de concretarse un acuerdo, podría distar de las expectativas del pueblo ucraniano.

Incluso se ha considerado el despliegue de fuerzas de mantenimiento de la paz, como los llamados Cascos Azules, para dar estabilidad a un eventual acuerdo. En 2015 se optó por un arreglo que congeló el conflicto sin erradicar sus causas, y la repetición de este patrón no está descartada.

Soluciones parciales y consecuencias

La experiencia indica que las fórmulas que congelan las hostilidades no suelen proveer una paz definitiva, sino que pueden anticipar un nuevo brote de violencia. Cuando no se logra una victoria militar clara, la parte más vulnerable –en este caso Ucrania– experimenta una profunda sensación de injusticia.

Un cese de hostilidades debería ir acompañado de un plan generoso de ayuda y reconstrucción por parte de Occidente. De manera especulativa, podría sugerirse un acceso acelerado de Ucrania a la Unión Europea, pero tanto esta vía como la entrada en la OTAN se antojan complicadas en el actual contexto de realismo imperante.

En este punto, cobran relevancia los activos rusos congelados por las sanciones occidentales. Se estima que hay alrededor de 300 mil millones de dólares inmovilizados en bancos de Occidente, de ellos, unos 200 mil millones depositados en Euroclear. Hasta ahora, la medida adoptada por los gobiernos europeos consiste en destinar los intereses anuales (cerca de 5 mil millones) al apoyo de Ucrania. El principal no ha sido utilizado, pues legalmente supone un precedente riesgoso para la estabilidad financiera internacional.

Dado el tiempo que ha transcurrido desde que esos fondos fueron congelados y el tiempo que llevaría litigar su recuperación, existe la posibilidad de que Rusia, en un ejercicio pragmático que incluiría un análisis costo beneficio, pudiera abandonar los esfuerzos de  recuperación de estos fondos para, en una  primera instancia, evitar litigios inciertos e impedir a que estos recursos se puedan tratar de “etiquetar” como reparaciones de guerra para el beneficio de Ucrania.  Esa hipótesis se vincula con la idea que ha circulado de una eventual “compra” de los territorios ocupados. Debe señalarse que hay un alto grado de escepticismo sobre la viabilidad de tal medida. Tampoco parece viable la especulación de que Rusia podría considerar retener o ceder partes del Donbas (Donetsk y Lugansk), así como Zaporiyia y Jersón, lo que reabriría para Ucrania el corredor del litoral sur del Mar de Azov. Otra alternativa contempla una reforma constitucional ucraniana, parecida a la prevista en los Acuerdos de Minsk II de 2015, que otorgaría independencia a esos territorios. Prácticamente todos los analistas coinciden en que dado que esos territorios se encuentran actualmente ocupados casi en su totalidad y que de acuerdo a la Constitución rusa fueron incorporados al territorio de la Federación de Rusia en 2022, de la misma manera que en 2014, Crimea y Sebastopol pasaron a formar parte de las entidades federativas rusas

Así, la “cesión” definitiva de los fondos congelados implicaría para Rusia un sacrificio financiero cercano al 50% de sus reservas internacionales, que rondan los 634 mil millones de dólares (cifras de septiembre de 2024). Este volumen representa el nivel histórico más alto de reservas rusas, aunque el promedio de tres décadas se ubica en torno a 315 millones. Para Rusia, el análisis costo-beneficio mencionado anteriormente, podría mejorar si el desembolso que significaría esa “compra” viniera acompañado de un calendario de desmantelamiento sustancial de las sanciones occidentales.

El desgaste de todas las partes es ya muy evidente, al igual que lo es la fatiga de quienes han brindado recursos y acogido a los refugiados ucranianos. Por ello, la paz que ahora se perfila responde a una reconfiguración de las zonas de influencia más allá de Europa, más que a la aspiración de justicia que anhela el pueblo ucraniano.

En retrospectiva, algunos observadores recuerdan la propuesta rusa de finales de 2021 para negociar un nuevo marco de seguridad en Europa, desestimada entonces por Washington. También se insiste en que, desde el inicio, el conflicto no solo se trataba sobre Ucrania, sino sobre la expansión de la OTAN y a los límites que pueden tolerar las potencias en sus respectivas áreas de influencia.

Un cambio de panorama en cuestión de días

La Conferencia de Seguridad de Múnich (14-16 de febrero), las reuniones en Riad (18 de febrero) y en París han mostrado nuevos signos de agotamiento y un interés por explorar salidas negociadas. El desenlace, sin embargo, sigue siendo incierto y depende no solo de la voluntad de los actores principales, sino de la correlación de fuerzas que se configure en los próximos meses.

Si Ucrania resulta la parte que “baila” en esta ecuación será consecuencia de la danza geopolítica impuesta por intereses de potencias que aplican un realismo implacable. En el mejor de los escenarios, la asistencia internacional permitirá a Ucrania recuperarse. En el peor, se formalizará otro acuerdo cosmético, con riesgo de reavivar el conflicto a mediano plazo.

¿Un choque ideológico o una pugna de poder?

A medida que se clarifican los canales de comunicación entre Moscú y Washington, se hace cada vez más evidente que la guerra no es un mero duelo de valores, sino una disputa de poder donde cada parte exige un lugar en la mesa donde se toman las grandes decisiones globales. Reconocer esta realidad no disminuye la tragedia de Ucrania; simplemente revela que en el ajedrez internacional pesan más los cálculos estratégicos que los discursos morales.

El objetivo principal de las potencias no consiste en la victoria final de la democracia sobre el autoritarismo, sino en salvaguardar y expandir su esfera de influencia, incluso si esto conduce a soluciones parciales que dejan a Ucrania “bailando”. Cuando los conflictos responden a intereses de grandes potencias, la narrativa ideológica tiende a quedar rebasada por la lógica cruda de la negociación de poder.

La victoria del realismo

El pragmatismo de los países en pugna –enfocado en la geografía, la seguridad, los recursos energéticos, las tierras raras y la búsqueda de hegemonía– se impone en el tablero internacional. El Ártico, el petróleo, el gas y la estabilidad en sus zonas adyacentes ilustran el striptease de las potencias, frente a la obsolescencia y muerte del espíritu de Yalta.

Rubén Beltrán G. y Alejandra López de Alba G

@RubenBeltranG