El tema de este fin de semana en muchas tertulias es cuál será la película ganadora de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas u Oscar. Mas aún, si se toma en cuenta toda la polémica existente alrededor de algunas de las películas nominadas y de todas las apreciaciones alrededor de cada una de las participantes debido a su diversidad temática y de enfoques.
La mayor atención está centrada en la categoría de mejor película, donde hay una decena de filmes a considerar, con múltiples argumentos, desde la posibilidad de rejuvenecer por algún lapso de tiempo a un cuerpo humano, épicas de ciencia ficción, pasando por dos musicales, la biografía de un arquitecto que marcaría la época moderna o la de uno de los creadores de un ritmo que cambiaría al mundo, las complicaciones al interior de la Iglesia católica en sus más altas cúpulas, una época de dictadura en Brasil o las vulnerabilidades de una joven dedicada al trabajo sexual.
Pero, hay otros rubros a los que no se pone tanta atención, como es el de la animación, que, implica la aplicación de apuestas tecnológicas para contar una historia a través del lenguaje cinematográfico en los que los actores no sean seres humanos, sino representaciones a través de dibujos, figuras de plastilina u otras técnicas.
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De este conjunto de técnicas se han obtenido joyas cinematográficas como el trabajo de Rithy Panh, “La imagen ausente” (2013), en el que por medio de figuras de barro narra pasajes de su infancia, colmado de escenas de violencia perpetrados por los jemeres rojos de Cambodia o el de Jan Svankmajer, quien “dotaba de vida” en sus películas a muñecas antiguas, figuras de barro, entre otros materiales, tratando de recrear aquello aprendido en el teatro de marionetas checo.
Aunque lo más conocido son las producciones de los estudios de animación por computadora, dominantes en las carteleras, nacientes con el siglo actual, y que han tenido gran acogida entre el público. Su auge ha sido tal que, en los premios de la Academia se creó la categoría de mejor película animada en 2001, pues anteriormente, sólo se habían entregado algunos premios especiales a películas de dibujos animados del más famoso estudio de este rubro o a la historia de los juguetes tras bambalinas, cuando quienes juegan con ellos, no están presentes.
Este año, desde una propuesta de la ficción, en “Robot salvaje”, se explora la hipótesis de la incorporación de un robot a una comunidad de gansos, después de que este cayera por accidente en una isla deshabitada, explorándose el ser diferente en un entorno para el que no estaba diseñado, como es la naturaleza, la puesta en duda de la utilidad de la tecnología más avanzada disponible en ambientes donde no hay necesidad de la misma.
Por otro lado, “Flow”, de Letonia, la historia de un gato negro, cuya supervivencia depende de su capacidad para interactuar con otras especies, al igual que las de esas otras especies, ajena a los diálogos de fábula con los que se suele incorporar a otros seres vivos a las películas, mediante el seguimiento a su viaje a través de inmensos canales derivados del aumento de la temperatura en el planeta, sin contacto con el ser humano.
Dos hermanos quedan huérfanos a muy corta edad, ambos con peculiaridades, en ruptura con las normas de la sociedad, amantes del silencio, de la convivencia entre ellos y con gustos muy afines, sufren otra separación después de que el sistema de atención a la infancia australiano los otorga en adopción. Quedando en duda la eficiencia y la conveniencia del mismo, pues pueden aparecer huellas de maltrato infantil, abuso, problemas de salud mental y emocional, entre otros.
“Memorias de un caracol”, de Australia, vuelve a abordar el tema de las infancias y adolescencias huérfanas, y al igual que en su momento, otra película animada, “La vida de Calabacín”, de manufactura francesa, cuestiona los modelos actuales de intervención, sobre todo, por la mirada adultocéntrica de los mismos.
La asociación entre animaciones y público infantil ya no es válida, es un binomio incompatible, pues, los trabajos de animación no están pensados para ser consumidos por poblaciones infantiles o adolescentes sino por toda la sociedad. Las técnicas han cambiado, desde el regreso a aspectos más clásicos, hasta avances tecnológicos inauditos, sin embargo, la creatividad permea en estas propuestas cinematográficas, actualmente, muy centradas en problemáticas de incumbencia general.
De ahí que se aborden problemas como la interacción de la tecnología automatizada y con inteligencia artificial con la naturaleza y otros seres vivos, las relaciones entre los seres vivos sin intervención humana en medio del desastre climático y problemas de salud emocional y mental y resiliencia entre quienes enfrentan contextos adversos como la orfandad. Todos ellos, muy vigentes, y abordados de forma seria e intensa en las películas galardonadas para los premios de la Academia en la categoría de animación.