La frase ‘Al diablo con sus instituciones’, pronunciada por López Obrador tras las elecciones del 2006, parece retumbar en todo el mundo occidental en el que estas encontraron su origen. Las causas son muchas. En México, el desmantelamiento institucional está prácticamente consumado.
No es el objetivo de este artículo discutir si dichas razones son o no válidas, o hasta donde lo son, sino reflexionar sobre sus consecuencias; particularmente en países que no tienen la última palabra en el ámbito geopolítico o cuyo margen de negociación es, en el mejor de los casos, limitado. Para nuestros países, las consecuencias serán más dramáticas que lo que hoy se ve en nuestra realidad.
Pero hay otra dimensión del deterioro y la destrucción institucional que presenciamos a nivel global. Esta es, el reforzamiento de las élites o, en ciertos casos, el surgimiento de nuevas con la ayuda del poder político o por su cooptación. Entender la lógica de estos cambios permite comprender que quienes los impulsan, son también sus principales beneficiarios. Es tan claro a nivel global como local.
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En el caso de México, la destrucción institucional abarca todo tipo de rubros como la transparencia, el acceso a la información y la protección de datos personales (que de por sí era aún endeble); la competencia económica; los de por sí frágiles sistemas de salud; la de por sí frágil protección ambiental y, por supuesto, el desmantelamiento del poder judicial federal.
Dichos cambios institucionales propician un escenario de aumento de poder económico para quienes ya lo tenían, como es el caso del hombre más rico del país (cuya fortuna se forjó al amparo de monopolios y oligopolios que una vez más serán poco vigilados), y el surgimiento de nuevas élites políticas que reemplazan o se suman a las anteriores para seguir con la máxima de Hank González que aseguraba que ‘un político pobre era un pobre político’.
Se repite, en la dinámica Norte-Sur, que el amasamiento de fortunas está vinculado al cambio tecnológico y que este solo puede darse, aunque busque ocultarse, por la extracción y dominio de recursos naturales. Así, el agua y la minería que nuestros gobiernos concesionan a sus amigos para convertirles en los ricos “del Sur”, facilita el aceleramiento de tecnologías como la inteligencia artificial, la producción de aparatos electrónicos, entre otros, para los “ricos del Norte’. Estas son las élites que, interconectadas, dominan al mundo. Lo hacen a expensas de las poblaciones que, en el mejor de los casos, serán más explotadas; en el peor, innecesarias. Eso es lo que se busca en las dinámicas de producción y acumulación.
Y, aunado a esto, hay otro elemento de la destrucción institucional: el aumento de la vulnerabilidad de los países no hegemónicos tanto hacia el interior, por sus élites incapaces de ver hacia el futuro, y hacia el exterior, con el desmantelamiento de la arquitectura global de derechos humanos que nuestros mismos líderes populistas han incentivado.
Hablando del primero, la llamada 4T ha apostado a un control absoluto del poder político y económico en México, volviéndose blanco muy fácil frente a poderes globales que, a sabiendas de las condiciones de corrupción del país y dueños de los principales canales de comunicación global, podrán ejercer fuertes presiones. Nuestro gobierno, habiendo despreciado los contrapesos internos, quedará a merced de quien así lo decida desde el exterior y con pocas capacidades de negociación para proteger los verdaderos intereses nacionales y populares.
Estamos frente a un mundo con niveles de incertidumbre y cambio que no se habían visto en mucho tiempo y nuestra clase gobernante nos ha puesto en una situación institucional aún más frágil por su falta de visión y por su mezquina ambición.
Hay una esperanza en quienes detentan poder político y económico sin ser dominantes. También hay esperanza en los movimientos que se han forjado por décadas para la defensa democrática a nivel nacional y global. La organización visionaria y solidaria, internacional, resulta urgente. Se necesita valor y propósito para lograrla.
Para la historia, no debemos olvidar anotar cómo coincidirán los nombres de quienes deciden hoy y los de los nuevos ricos mexicanos que surgirán de esta etapa de cambio global.
