México y los países de América Latina enfrentan un reto más a los que de por sí tiene la región: la incorporación de personas migrantes deportadas de Estados Unidos a la vida social y económica nacional. Muchas de ellas llevan décadas en Estados Unidos, han hecho sus vidas y familias fuera, y estarán regresando con el dolor y el trauma de sueños, recursos y esfuerzos perdidos. Esto, sin contar el costo del trato discriminatorio e indigno de autoridades y ciudadanía de aquél país e, incluso, de otras personas latinoamericanas o migrantes de otras regiones.
La migración es un tema que, como muchos otros en estos tiempos, genera una enorme polarización. Es muy difícil tener un diálogo respetuoso, honesto y mesurado.
En primer lugar, sostengo que la migración no debería ser criminalizada sino vista y atendida como un fenómeno social de naturaleza global, histórica e imparable. Los flujos migratorios humanos, como los de otras especies, existen desde siempre. Sus razones son múltiples y complejas, voluntarias e impuestas. Nada de lo que haga un solo gobierno por la fuerza, habrá de detenerla. Por eso, la cooperación y la solidaridad internacionales son las mejores vías para dar respuesta, por el bien de las personas, de los países de origen, y también de los receptores de la migración. Los datos están ahí para comprobarlo.
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Al mismo tiempo, es necesario y honesto reconocer que en la expulsión de personas, nuestros gobiernos latinoamericanos también han sido responsables. La corrupción, la falta de compromiso con la igualdad y el bienestar, la inseguridad, la falta de oportunidades, la adopción de modelos económicos que han convertido a países inmensamente ricos en inmensamente desiguales, y el saqueo que no solo se debe a la extracción extranjera sino al saqueo interno del que se han beneficiado las élites locales, aunados al sistema geopolítico y económico global, son parte de las razones que explican los flujos migratorios. Ahora, además, hay que añadir el cambio climático.
En ese sentido, nuestras exigencias como pueblos latinoamericanos deben dirigirse al exterior y al interior. Por un lado, el pleno respeto a la dignidad de las personas migrantes, aún si su situación es indocumentada. Por ejemplo, el reconocimiento y la plena garantía de protección del patrimonio que hayan construido en Estados Unidos y en los países que adopten políticas similares; el reconocimiento de las aportaciones que hayan hecho al sistema fiscal aún sin gozar de plenos derechos, los reconocimientos de grados educativos o certificaciones y capacitaciones que hayan podido tener, entre otros.
El gobierno mexicano no sólo debe atender la emergencia, debe asegurarse de que no se cometan más arbitrariedades que les lleven a perder lo generado, poco o mucho, con el fruto de su esfuerzo. Para ello, alianzas con despachos internacionales en México y Estados Unidos, pueden ser claves.
Por otro lado, no podemos dejar de pensar en las acciones honestas, firmes y estratégicas de nuestros propios gobiernos. En el caso de México, las remesas de las personas migrantes llevan años siendo los principales ingresos de México, muchas veces por encima del petróleo y el turismo. Estamos hablando de la economía 15 del mundo que se sostiene, en buena medida, de ingresos que dependen del trabajo incansable de su gente en el exterior. Esto, sin que los gobiernos hayan actuado en consecuencia para potenciar ese valor en beneficio de las personas migrantes, sus familias y el país en su conjunto.
Las remesas, a pesar de programas gubernamentales como en su momento el 3x1, solo han servido para sustituir el mal trabajo de autoridades en el bienestar de las comunidades. Quienes han migrado se han convertido en quienes con su trabajo cubren las ausencias del Estado: servicios, vivienda, salud, educación, etc.
Es tiempo de que eso cambie. El gobierno de México está obligado a construir una estrategia junto con las personas migrantes, repatriadas y no.
Parte del problema que enfrentamos son los estereotipos de las personas que migran. Es verdad que muchas de ellas lo hacen por necesidad económica, falta de oportunidades, extrema pobreza, y por violencia. Sin embargo, quienes migran son mucho más que eso. Son personas inmensamente resilientes, trabajadoras, que desde el momento en que deciden migrar forjan habilidades que no se aprenden en una escuela o en un trabajo de oficina. Son personas que aprenden a resolver problemas en los que muchas veces se juegan la vida, la integridad o el bienestar de sus familias. Que aprenden a “hacer de todo” y que, por ello, muchas veces se vuelven emprendedoras de micro, pequeños, medianos y hasta grandes negocios. Las personas migrantes han aprendido a comunicarse en otro idioma, no por haber estudiado en escuela bilingüe, sino por las ganas y la necesidad de salir adelante. Son quienes aprenden a hacer redes para cuidarse y protegerse entre ellas en tiempos de dificultad.
Todo esto y mucho más, es lo que hay que ver en quienes vuelven. Hay que recibirles con compasión pero jamás con lástima. Recibirles con la idea de incorporar su visión en las soluciones sostenibles que se requieren y que han visto en otros lugares, para que puedan construir una vida digna en su tierra. Hay que darles soporte emocional para transitar las situaciones que atraviesan, y ayudarles a generar redes.
El gobierno de la presidenta Claudia Sheinmbaum tiene la gran oportunidad de co-crear algo distinto con la comunidad migrante repatriada y con la comunidad migrante que sigue y seguirá en Estados Unidos, en Canadá y el resto del mundo.
Qué bueno que las empresas, como lo anunciaron recientemente, tomen acciones para emplear a las personas migrantes que están siendo deportadas, pero muy mal harían y haríamos como país en verlo como un favor, esto es un deber y es lo menos que puede hacer el país para apoyar a quienes desde lejos sostienen la economía nacional.
Esta puede ser una oportunidad para entender que, quienes regresan, tienen mucho que aportar y pueden convertirse en generadores de nuevas oportunidades. Por décadas hemos repetido que Estados Unidos se ha hecho gracias a las personas migrantes, ¿por qué ignorar nosotros ese valor?