DESPEDIDAS

Las despedidas sutiles

Supongo que la verdadera amistad implica respetar lo que a uno le es solicitado, difícil despedida con mi amigo que recién falleció entre lo que fue y lo que es; lo que pudo haber sido y nunca se sabrá. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

Hace una semana falleció un amigo. Nos conocimos hace más de diez años en la Ciudad de México. Compartíamos tantas cosas en común que, más que hacer un nuevo amigo, parecía haberme reencontrado con alguien de una vida pasada.

Tuvimos una cercanía de esas raras que llegan en la vida: largas pláticas, consejos mutuos, viajes, amistades comunes. Todo eso nos unió.

Pero las buenas amistades también son imperfectas y tienen sus picos y valles. Esos episodios cumplen una función: dar espacio para que cada quien, según su circunstancia, haga lo que tenga que hacer. Si la amistad es verdadera, la sustancia prevalecerá, y no importa si pasan diez días o diez años, el reencuentro siempre traerá gozo.

Estas pausas no siempre provienen del enojo. A veces, simplemente la distancia física rompe la cotidianidad o una de las partes atraviesa un proceso personal. Otras veces, sí, los valles surgen de una ruptura temporal en los entendimientos.

Pero cuando esos episodios terminan o sanan, nos regresan al lugar común construido por la amistad. Por eso es tan natural reencontrarse con alguien después de mucho tiempo y sentir que nada ha cambiado desde la última conversación.

Desafortunadamente, el día en que mi amigo falleció, nos encontrábamos en una pausa que llevaba cerca de seis meses. No hubo enojos ni malentendidos, solo una difícil comprensión del momento que atravesaba nuestra amistad.

La última vez que hablamos se mostró insatisfecho con la calidad de la gente que lo rodeaba y con las pretensiones ocultas que, suponía, movían las relaciones humanas. Hacía años que se había vuelto muy espiritual y, aunque siempre respeté sus creencias, tomé distancia de su manera de ver la vida.

Conocí algunos eventos que perturbaron su tranquilidad emocional, como él conoció los míos durante más de una década. Compartimos lo que quisimos y hablamos lo que pudimos. En nuestra última charla, me dijo que quería desaparecer a otro país sin avisar a nadie. No era la primera vez que lo mencionaba; ya se había ido antes y, con el tiempo, reapareció. Así que lo tomé como una despedida momentánea, confiando en que nos volveríamos a ver.

Esa ocasión nunca llegó. Se fue de este mundo de manera tan súbita que no hubo oportunidad de decirnos adiós.

Es inevitable sentir remordimiento por esos seis meses de ausencia. Quizás un verdadero amigo habría insistido en buscarlo, ignorando su deseo de soledad. Pero, supongo, la verdadera amistad también implica respetar lo que a uno le es solicitado. Difícil despedida entre lo que fue y lo que es; entre lo que pudo haber sido y nunca se sabrá.

Quizás busco solo un poco de tranquilidad egoísta. Quizás sobrestimo lo que uno puede hacer y magnifica la posibilidad de haber estado presente: tal vez pude haber hecho algo distinto, o tal vez pude haberme despedido con mayor cariño.

Pero como ya no hay nada de eso, solo queda la despedida sutil. Espero que, dondequiera que esté, haya encontrado la paz que tanto buscó.

Carlos Gastélum

@c_gastelum