A los gobiernos, como a las personas, se les conoce mejor frente a la adversidad. Gobernar sin contratiempos, con el poder concentrado en un movimiento y partido, hace que los desafíos de dirigir un país sean más manejables. Esto se amplifica cuando la oposición carece de liderazgos visibles, creíbles y con respaldo social.
No es que México sea un terreno sencillo: delincuencia organizada, cárteles de la droga, barones del dinero (legal e ilegal), caciques regionales, intereses partidistas, problemas medioambientales, pobreza, desaparecidos y homicidios son sólo algunos de los retos que enfrenta. Pero cuando a esto se suma tener como vecino a Donald Trump, los problemas se multiplican.
Apenas regresó a la Casa Blanca y el nuevo presidente de Estados Unidos lanzó su anunciada embestida: emergencia en la frontera sur, promesas de deportaciones masivas, amenazas de aranceles y la designación de cárteles mexicanos como terroristas. Ni el Golfo de México ni el movimiento por la diversidad han escapado de la vorágine del republicano.
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Estas son las cartas que le tocan al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. La pregunta ahora es: ¿de qué están hechos?
Pedir el voto implica mucho más que prometer un futuro basado en propuestas de campaña. Es también pedir confianza para enfrentar, con firmeza, las amenazas internas y externas que desafían lo que somos como nación. Hasta ahora, la presidenta había gobernado sin contrapesos serios, definiendo a su manera los términos de la agenda nacional.
Ahora, deberá gobernar los próximos cuatro años con un vecino complicado, sabiendo que dos terceras partes de su administración estarán marcadas por la habilidad de enfrentar a un presidente dispuesto a amenazar, chantajear e imponer su agenda, sin importar el costo. En este tiempo también deberá lidiar con una reingeniería del Estado tras las reformas constitucionales, una posible renegociación del tratado de libre comercio, elecciones federales intermedias y la renovación de más de la mitad de las gubernaturas.
Seamos claros: el principal contrapeso de esta administración no estará en México, sino en el extranjero, y se llama Donald Trump. La manera en que se aborden esta realidad y los rediseños en política migratoria, seguridad y promoción industrial definirá el legado de la primera mujer presidenta del país.
La presidenta tiene múltiples alternativas, y seguramente optará por una mezcla de estrategias. En algunos casos, cooperación; en otros, confrontación; y en algunos más, aceptación. Lo importante será si demuestra la cabeza fría y la inteligencia que ha prometido como brújula de su mandato.
Quizá, en 2029, podamos sentirnos orgullosos de haber defendido la República frente a estos difíciles augurios. O tal vez lleguemos con un sabor amargo por haber confundido tempestades con brisas, o por subestimar el impacto de la bravuconería. Solo entonces sabremos de qué estuvo hecho este gobierno.