#CARTASDESDECANCÚN

Carta al Canciller Juan Ramón de la Fuente

Donde se propone que lo que necesita Donald Trump para moderar sus ataques es un tratamiento psiquiátrico. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

fEXCMO. SR. DR. JUAN RAMÓN DE LA FUENTE FANTASMAL CANCILLER DEL SEGUNDO PISO

Muy Desaparecido y Escurridizo Diplomático:

Con las muy escasas neuronas que aún tengo en funciones, en las últimas semanas he logrado percibir, quizás a consecuencia de una alucinación o de un trastorno psiquiátrico, que México se encuentra en crisis con el país más poderoso del mundo y que un señor llamado Donald Jay Trump nos amenaza un día sí y otro también con cerrar la frontera, concluir su kilométrico muro, deportar a millones de mexicanos, declarar terroristas a nuestros delincuentes, poner aranceles a nuestros productos, borrar el nombre de México de nuestros mares, en fin, una andanada machacona de amagos imaginarios y de vejaciones reales, que para nada se corresponden a lo que cabría esperar de un buen vecino, y menos aún de un supuesto amigo. 

Esa conducta bravucona e insolente, en boca del comandante en jefe del ejército mejor armado del globo, no solo nos mantiene al borde de un ataque de pánico, sino que también nos lleva a preguntar, al estilo del Chapulín Colorado, quién podrá defendernos. Y parte de tal desasosiego proviene de la cancillería a su cargo, que no llama a consultas a su embajador, no emite notas de protesta, no usa herramientas diplomáticas para condenar tanto exceso, no apela a los tratados de cooperación y amistad, no exige una conducta apegada al derecho internacional y, para colmo, su titular, o sea Vuestra Gracia, no acude a las mañaneras del pueblo para explicarnos cómo nos vamos a librar de ese nutrido fuego amigo.

Aunque ignoro las razones, me hago cargo de que su lugar en ese ejercicio cotidiano lo ocupa, de manera inexplicable, su antiguo jefe en la corte diplomática, el infante Marcelo, en papel indiscutido de favorito de la corte. Mas debo agregar que cada vez que Maese Ebrard aparece en funciones de vocero, el pánico alcanza niveles de espanto mayúsculo y pavor superlativo, pues me figuro que estoy escuchando a un empleado del Departamento de Estado, y no al ministro de Economía de nuestro reino.

Esta última semana, hágame Usía el favor, tuvo la ocurrencia de afirmar que la orden de imponer aranceles al aluminio y al acero era “una mala idea”, porque ellos nos venden más de lo que nos compran y, en consecuencia, tal medida los perjudica (y, de manera lógica, favorece a México). ¡¡¡¿¿¿Cómo???!!! Si el todólogo de la 4T pregona que es mala idea lo que nos beneficia, hay que asumir que, con esa lógica, no dudará en calificar como “una buena idea” lo que nos lastime.

Napoleón, aquel genio militar que tanto se parece a Míster Trump en sus afanes de doblegar al mundo, solía emplear una sentencia que viene mucho al caso: no distraigas a tu enemigo cuando se esté equivocando. Exactamente lo contrario de la estrategia Ebrard: advertir al grandulón de sus yerros y pedirle que los suprima, que no se siga dando balazos en el pie.

Lo peor es que parece haber convencido con esa desatinada óptica a su jefa directa, la presidenta con A, Doña Claudia, quien en la misma sesión declaró que el nuevo impuesto “no tiene sentido”. Con todo el respeto que me merece, voy a disentir de la Jefa de la Nación: tiene todo el sentido del mundo, porque lo que Trump pretende no es ganar o perder unos pesos y centavos, sino ponernos de rodillas. Como buen jugador de póker, sabe que tiene muchas más fichas que México, que puede perder y arriesgar unas cuantas o unas muchas, que puede blofear a placer, que puede doblar-triplicar-quintuplicar la apuesta, y que en cualquiera de las facetas de ese duelo, el económico, el diplomático, el militar, y quizás el más importante, el psicológico, los momios están totalmente a su favor.

Desde mi atalaya tropical, según alcanzo a columbrar, lo que pretende el hombre del copete amarillo es mantenernos en el filo de la navaja, intimidarnos de manera sistemática, espantarnos con su músculo financiero, violar con desparpajo sus promesas de amor, romper a la semana las pausas de un mes, hostigarnos con sobrevuelos en el Mar de Cortés, asustarnos con la finta de bombardear los laboratorios de fentanilo y las guaridas de los narcos, con lo cual no pretende otra cosa que ponernos de rodillas, asegurar que no discutiremos sus indicaciones, garantizar que haremos con resignación cada cosa que pida, aplastarnos hasta que seamos incapaces de protestar, y hasta de rezongar.

Su Excelencia dirá que estoy delirando pero, a la luz de las últimas reacciones del gobierno de México, parece que Míster Trump lo logró. Ya estamos de rodillas…

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A riesgo de ser imprudente, debo decir que es una lástima que Vuestra Gallardía opere en las sombras, cuando es preciso que figure como comandante en jefe del desasosiego nacional, pues se trata de una fricción, o un desacuerdo, o un conflicto con un país extranjero y, al menos en teoría, de acuerdo con el protocolo vigente, Voacé tiene como encargo el despacho de las Relaciones Exteriores. Además, no creo que Su Excelencia se sienta nada cómodo en la segunda fila, cuando es fama pública que tiene un superlativo concepto de sí mismo.

Si me permite ir más allá de tan obvios argumentos, sospecho y sostengo que no hay en la cancillería, ni en todo el gabinete, ni en cualquier rango del Supremo Gobierno, alguien mejor dotado que Vuestra Egolatría para lidiar con el incómodo huésped de la Casa Blanca, o dicho sin tanta floritura, un profesional mejor preparado para entender sus exabruptos y sus berrinches. Y no me estoy refiriendo a su paso por la rectoría de la Universidad Nacional, ni a su experiencia como secretario de Salud, ni siquiera a su encargo como embajador ante las Naciones Unidas, sino a una capacidad adquirida en sus mocedades, que hoy podría ser de excepcional valor para la nación: Vuestra Señoría es psiquiatra de profesión.

Como tal, Su Gracia de seguro está al tanto de los síntomas que es preciso advertir, y también de los remedios que conviene aplicar, en caso de ser agredido por un individuo que sufre desajustes cerebrales. Y que conste que no lo digo yo, en mi calidad de mexicano indefenso y resentido, sino lo consigna un manifiesto firmado por tres mil de sus colegas del otro lado del río, todos pertenecientes a la Asociación Psiquiátrica Americana, que aseguran que el marido de Melania sufre al menos seis perturbaciones en la cabeza, a saber: trastorno narcisista de la personalidad, trastorno antisocial de la personalidad, trastorno paranoide de la personalidad, y en menor medida, trastorno histriónico de la personalidad, trastorno límite de la personalidad y trastorno delirante de la personalidad. 

Tanto desorden en su materia gris ha dado origen a una práctica política, el trumpismo, que de acuerdo al investigador Vicente Caballo postula los siguientes principios: uno, expulsar y desterrar a grupos de personas que son vistos como amenazas, incluyendo migrantes y minorías religiosas; dos, degradar, ridiculizar y menospreciar a los rivales y a los críticos; y tres, fomentar el culto al hombre poderoso, que apela con frecuencia al miedo y a la ira, promete solucionar nuestros problemas, reinventa la historia, se preocupa poco de la verdad, no se disculpa nunca, no admite errores, no ve la necesidad de persuadir, subordina a las mujeres, desdeña a las instituciones públicas y a los tribunales, atropella por sistema a otras naciones y excusa la violencia política de sus partidarios. 

¿Le suena conocido? Pues qué mejor que un psiquiatra para diagnosticar tanto desarreglo y recetar el calmante indicado, pues aquí lo que se requiere es un tratamiento clínico de alta escuela: dejar hablar y hablar, esgrimir un pretexto tras otro, ser paciente con el paciente (hasta la desesperación). No hay que dejar un caso de este calibre en manos inexpertas, que pueden asumir que se trata de un loco normal. Por el contrario, con todas sus manías, es un loco excepcional: líder nato, seductor de multitudes, orador hipnótico, un imperialista que tiene claras las ideas y un desalmado dispuesto a todo. Un desquiciado, quizás, pero de momento el hombre más poderoso del planeta.

Como Su Gravedad es experto en defectos del carácter, hay otro rasgo de Trump que le quiero comentar: nunca se ríe. Tiene un sentido del humor siniestro, perverso, demoledor, muy efectivo para ridiculizar, para poner apodos, para sacar de quicio. Pero él, ya me dirá Usía si es otro trastorno, aunque con frecuencia se muestra burlón, aunque disfruta con sus muecas sarcásticas y sus sonrisas despectivas, no se ríe. Ni en los buscadores de Internet se pueden encontrar videos en donde suelte una franca y saludable carcajada.

Llegado a este punto, solo tengo una palabra para rematar esta petición: ¡éntrele! Entiendo que se trata de una intervención riesgosa pero, dicho sea en buen mexicano, espero que no le saque. De qué sirve que se haya sacado puro diez en la escuela, de qué sirve que tenga fama pública de psiquiatra fino y caro, de qué sirve que se haya especializado en la Clínica Mayo, de qué sirve que haya presidido la Academia Nacional de Medicina, de qué sirven los setenta y tantos artículos que ha publicado en revistas académicas, si a la hora en que la Patria lo necesita, Vuestra Cautela prefiere operar en lo oscurito.

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En sus propias mocedades, cuando apenas rondaba los cuarenta y ni de lejos soñaba con vivir en la Casa Blanca, Míster Trump escribió un libro de negocios, que se intitula El arte de la negociación (The art of the deal). No seré prolijo en la descripción de su contenido, pues estoy seguro que Vuestra Erudición ya lo leyó, pero ese texto contiene algunas claves que podrían ser de alguna utilidad en las actuales circunstancias.

Trump describe cómo acorrala a sus oponentes, como los desconcierta exigiendo y mintiendo, cómo les promete y no les cumple, cómo los presiona y los exprime, y muy importante, cómo mantiene muchas bolas en el aire (balls in the air, dice), para negociar varios temas a la vez y sacar en cada trato la máxima ventaja. Aunque el texto se refiere al negocio de los bienes raíces, la especialidad que lo hizo multimillonario, no hay que ser adivino para suponer que las mismas tácticas le permitieron progresar en la política y escalar hasta la cumbre.

En uno de los capítulos, Trump habla con desdén de quienes no resisten la presión y se rinden a las primeras de cambio. A este macho alfa, le gusta encontrar resistencia y aplomo, siente respeto por quienes se muestran firmes y decididos. Y por ahí dice, textualmente: “La peor cosa que puedes hacer en una negociación es mostrar desesperación por cerrar el trato. Eso hace que tu oponente huela la sangre, ¡y entonces estás muerto!”

Estoy seguro de que el canadiense Justin Trudeau se saltó ese capítulo, pues acudió corriendo a Mar-A-Lago, solo para ser humillado por el magnate. Otro tanto hizo el israelita Benjamín Netanyahu, quien se tuvo que tragar el disparatado plan de Trump de quedarse con la franja de Gaza para convertirla en un destino turístico (expulsando para siempre a dos millones de palestinos, la parte que sí le gusto al líder sionista). Por el mismo camino anda el ucraniano Vladimir Zelensky, quien ya le dio autoridad a Trump para sentar a Rusia en la mesa de negociaciones, dispuesto a intercambiar territorios por la paz. Y qué decir del guatemalteco Jimmy Morales, que ante las amenazas de aranceles aceptó convertirse en tercer país seguro.

Mas no todos han cedido a las primeras de cambio: Dinamarca rechazó con firmeza la pretensión de Trump de comprar Groenlandia, y la pequeña Panamá desmintió la afirmación de que los barcos estadounidenses cruzarían el canal sin pagar peaje. Y ni qué decir de la entereza de las ciudades santuario, de Los Ángeles a Nueva York, de Seattle a Atlanta, que están llevando a juicio las órdenes ejecutivas para proteger a los migrantes, aún a sabiendas de que sufrirán recortes en los fondos federales y otras represalias.

La pregunta que queda pendiente, y que me permito formular a Vuestra Molicie, es si México debe persistir en su postura complaciente, que ya toleró que la Casa Blanca nos acuse de ser un gobierno asociado al narcotráfico, que ya justificó los vuelos de  aviones espías sobre territorio sensible, que ya disculpó la imposición de aranceles durante el mes de pausa, que ya cedió al enviar a diez mil guardias nacionales a la línea fronteriza a cambio de nada, y que ya declaró que la buena relación con Estados Unidos es obligatoria (¡!). A pesar de tanto achicamiento, le pido me diga si aún hay chance de revertir esa incómoda y genuflexa posición, y demostrar algo de coraje y gallardía.

Con esa duda en el alma y un incómodo nudo en la garganta, ante el atropello que sufre en forma reiterada nuestro México lindo y querido, reitero mi petición de que ponga al servicio de la nación sus celebradas destrezas médicas y, en calidad de psiquiatra de cabecera de la nación, atienda sin dilación esta emergencia clínica, reduciendo en lo posible las secuelas del mal y, de paso, atenuando las manías paranoicas.

Fernando Martí

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