#ANÁLISISDELANOTICIA

Globalización, del sueño integrador al caos global

La globalización, lejos de consolidar un orden estable, abrió la puerta a nuevas rivalidades y a un reacomodo de fuerzas. | Cristopher Ballinas

Escrito en OPINIÓN el

Hace cuatro décadas la narrativa dominante en los foros internacionales y regionales se centraba en la integración mundial. El éxito relativo de la naciente Unión Europea, junto con la proliferación de bloques económicos y acuerdos comerciales, alimentaba la idea de que el siglo XXI estaría marcado por una integración comercial, política y social sin precedentes. Se hablaba de regionalización y globalización como el camino inevitable de la humanidad, y todo parecía confirmar que el futuro sería un mundo cada vez más interconectado.

En los últimos lustros esa narrativa, inflada con datos e ideas utópicas, se ha resquebrajado frente a la realidad y a fuerzas políticas contrarias a la integración, en algunos casos impulsadas por los mismos que antes la promovían. El optimismo globalizador se sustentaba en una visión parcial, ya que la globalización era concebida principalmente como un proyecto económico. Su propósito era facilitar la expansión de las grandes corporaciones más allá de sus fronteras mediante la estandarización de regulaciones y la reducción de aranceles, lo que se conocía como libre comercio.

La estandarización de normas vino acompañada de transformaciones institucionales rápidas. Se buscaba dispersar el poder político mediante organismos técnicos afines al libre mercado, legitimados bajo la bandera de la “democratización”. La narrativa invisibilizó a los sectores más vulnerables —trabajadores, campesinos y comunidades locales— que quedaron marginados de los beneficios prometidos. El impacto se reflejó en las economías nacionales con pérdida de empleos, debilitamiento de las soberanías y aumento de desigualdades. Lo que se presentó como modernización y apertura terminó generando tensiones internas y externas. 

La globalización, lejos de consolidar un orden estable, abrió la puerta a nuevas rivalidades y a un reacomodo de fuerzas. La dispersión del poder en instituciones regionales e internacionales debilitó además la capacidad de los Estados para decidir sobre sus propios destinos. El resultado fue un mundo multipolar en el que diversas potencias compiten no sólo en lo económico y comercial sino también en lo político, social e ideológico. Aunque se presentaba como una fórmula de beneficios universales, en la práctica favoreció principalmente a las élites empresariales y financieras, únicas con la capacidad de aprovecharlo.

Paradójicamente, muchas de las fuerzas que impulsaron la integración hoy sostienen una narrativa opuesta, mientras que quienes antes advertían sobre los peligros de la globalización ahora la defienden con firmeza. Los primeros subrayan sus efectos negativos, entre ellos el debilitamiento de las soberanías y el incremento de las desigualdades; pero sobre todo afectando sus intereses y ganancias políticas.

Por ello, la globalización, que en sus orígenes se presentó como cooperación y prosperidad compartida, se ha convertido en un campo de disputa estratégica. Lo económico ya no es un fin en sí mismo, sino un instrumento subordinado a objetivos mayores como la preservación del poder y la hegemonía. Para sus detractores el mundo aparece caótico y heterogéneo, resultado de múltiples polos que pugnan por la dominancia. En ese contexto se reclama un orden más estable y bien gobernado, lo que ha derivado en críticas hacia instituciones regionales e internacionales, vistas como burocráticas y contrarias a los intereses nacionales.

La diplomacia, antes sutil y cuidadosa, ha sido desplazada. Bajo esa lógica se justifican impuestos, reindustrialización y aranceles, así como ofensivas contra instituciones internacionales, todo ello con el argumento de garantizar un orden mundial en paz que permita la prosperidad. Para algunos ya no se trata de expansionismo, sino de seguridad nacional. Las arenas económicas han dejado de ocupar el centro del debate y se han transformado en herramientas para ejecutar acciones políticas y geopolíticas orientadas a reforzar el poder nacional y asegurar un dominio regional e internacional.

En cinco décadas las narrativas y los polos ideológicos han cambiado de bando más de una vez. Ese vaivén explica el reacomodo de fuerzas internacionales y nacionales, así como la alternancia de gobiernos, sobre todo en regiones sometidas a las decisiones de las grandes potencias, como América Latina. La globalización dejó de ser un ideal de integración y cooperación y se transformó en un terreno de confrontación en el que cada nación busca asegurar su supervivencia y fortalecer su influencia.

No sorprende que esta confrontación se acreciente y lo internacional sea un escenario cada vez más marcado por fragmentación, rivalidad e inseguridad. Los intercambios se vuelven más cruentos y descarados con justificaciones nacionalistas y de seguridad nacional. La causa es clara, no hemos sido capaces de construir un orden más equilibrado y justo para todos.

Cristopher Ballinas

@crisballinas