#CARTASDESDECANCÚN

Carta a Don Mikel Arriola

En la cual se formula una propuesta para que México acapare la gloria en el Mundial 2026. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMO. SR. LIC. DON MIKEL ANDONI ARRIOLA / PRESIDENTE DE LA FEMEXFUT Y/O PRESIDENTE DE LA LIGA MX

HEEEEEEEEY…. ¡PUTO! 

Gran Señor de las Dos Cachuchas

Antes de que se me arranque a las patadas, permítame aclarar a Su Ilustrísima que la inclusión del llamado grito homofóbico en el encabezado de esta carta no tiene ninguna intención alusiva, ni descriptiva, ni insultativa, ni mucho menos denigrativa hacia su persona, ya que ignoro por completo sus aficiones privadas, sus inclinaciones íntimas y sus devaneos eróticos. Si lo he puesto ahí, con todas sus letras, en tercerísima fila, es porque quiero someter a su consideración una estrategia que, más allá de los resultados en la cancha, convertirá a nuestro México lindo y querido en el auténtico campeón de la inminente Copa Mundial de Futbol 2026

Tras esa primera advertencia, no sin algo de turbación, debo hacer una segunda: yo no sé absolutamente nada de futbol. Desde luego, como cualquier mexicano, de chamaco jugué cascaritas en los recreos del colegio, y entiendo las reglas básicas del deporte, sobre todo aquella que postula que gana el partido quien mete más goles en la portería contraria, un ejercicio que todos sabemos se le dificulta en extremo a nuestra selección nacional. 

Debo añadir que, ya adolescente, fui con la palomilla a bailar samba al Ángel de la Independencia cuando, ha de asumirse que con la discreta intercesión de la Virgen de Guadalupe, la escuadra tricolor consumó el milagro de ganar ¡dos partidos consecutivos! en el mundial México 70: 4-0 a El Salvador, 1-0 a Bélgica. Pronto se fue el gozo al pozo, pues Italia nos vapuleó 4-1 en la siguiente ronda, sin mostrar la menor piedad por el país anfitrión.

Como corresponde a la ignorancia supina que acabo de confesar, Vuestra Sapiencia ya se habrá percatado que cometí el primer desliz, pues la selección nacional nunca ha sido tricolor: el uniforme oficial, me corrige un fanático amigo, siempre ha sido la casaca verde. De hecho, mi informante me hizo recordar que un mordaz cronista deportivo, Manuel Seyde, bautizó aquel equipo como los ‘ratones verdes’, alusión directa al pánico escénico que mostraban en la cancha (y que, para efectos prácticos, se traducía en goleada tras goleada).

A tanta paliza, digo yo, puede acreditarse mi paulatina indiferencia por el deporte de las patadas, que terminó por convertirse en absoluta indiferencia. Una cosa es ser mexicano por nacimiento y padecer sin remedio medio siglo de malos gobiernos, y otra muy diferente es ser masoquista de tiempo completo y flaca memoria, pues eso y no otra cosa son los paisanos que aguantan cada fracaso de la fase clasificatoria, que se desvelan con la increíble cantidad de debates futbolísticos que se transmiten en la madrugada, que se gastan un dineral comprando la camiseta oficial de la selección (se ponen la verde), y que invierten sus magros ahorros para ver caer a nuestros ratoncitos en lugares tan distantes como Ekaterimburgo (Rusia) y (Doha) Qatar. Sin duda son la porra heroica del ya merito, del casi casi, y les importan un pito las golizas en contra, el vergonzoso episodio de los cachirules, el melodrama del partido perdido porque ‘no fue penal’, la opacidad de la Liga MX y las diabluras de la FIFA. Hay que hacer de tripas corazón para vivir con la esperanza celestial de un quinto partido que nunca llega.

No se vale. Yo por eso no voy al futbol, ni lo veo por televisión, ni me importa la Liga MX, ni la Femexfut,  ni la Concacaf, ni la Copa de Oro, ni la Copa América, ni la Libertadores, ni las agonías de la fase clasificatoria para la Copa del Mundo, donde hay que tener vocación de faquir para ver a la selección caer ante una potencia futbolística como El Salvador, un titán como Jamaica, un coloso como Honduras o un gigante como Trinidad y Tobago. La única excepción a la regla, es decir, cuando prendo la televisión y me dispongo a padecer 90 minutos de mal futbol, son los tres o cuatro partidos que juega México en el Mundial, que de forma invariable concluyen con su teatral eliminación. Pero me aguanto: soy patriota y guadalupano, y entiendo que ese es el precio que hay que pagar por pertenecer a la raza de bronce.

Eso es lo que pienso hacer en junio del 2026. Con una resignación digna de mejor causa, me uniré con entusiasmo a los ya merito, echaré porras con los casi casi, y así hasta llegar al inevitable desenlace, aquel que otro cronista deportivo, cuyo nombre no retengo, sentenció en una frase tan lapidaria como exacta: jugaron como nunca, perdieron como siempre.

Dirá Vuestra Optimismo que exagero, pero las estadísticas sostienen tal augurio. De los 60 partidos que ha jugado México en los mundiales, desde Alemania 1974 hasta Qatar 2022, hemos ganado 17, hemos empatado 15, y ¡hemos perdido 28! En goles, que es de lo que se trata el futbol, andamos más o menos igual: 62 a favor, ¡101 en contra! Además de ese pasado poco glorioso, la inmensa mayoría de los cronistas deportivos del país opina que, si bien somos maletas por tradición, hoy por hoy somos más maletas que nunca, y que tenemos una selección llena de incógnitas y de parches, aparte de un técnico tímido y blandengue, que prefiere mil veces negociar un empate que arriesgar una goliza.

Para colmo, muchos comentaristas atribuyen ese desastre a la actuación de Vuestra Ubicuidad al frente de la Liga MX, y ahora, en contradicción de términos, como presidente de la Femexfut, pues alegan que ha privilegiado de mil maneras el interés de los dueños de los equipos, en detrimento de la calidad deportiva. Como ya he dicho, entiendo nada y menos que nada de futbol, así que no me siento en capacidad de opinar si las políticas que defiende (el no descenso, la multipropiedad de equipos, los nueve extranjeros en el equipo titular), han sido benéficas o maléficas para nuestro futbol. Lo que sí puedo comentar es que, en el debate que sostuvo cuando quiso ser jefe de gobierno de la CDMX, allá en el lejano 2018, fue enfático al señalar que en política no cuentan los discursos, sino los resultados.

Como supongo que esa máxima aplica también al futbol, vamos a ver qué resultados nos entrega en el Mundial 2026. Nada más no nos vaya a salir con que el descalabro, si tal hubiese, fue culpa de la 4T, o de la presidente (con A), o de la mala suerte, o del entrenador, o de los jugadores. Menos aceptable aún sería que tengamos una actuación mediocre, y que Vuestra Frescura nos venga con el cuento de que fue un gran éxito, que dadas las circunstancias no se podía esperar nada mejor. Acuérdese de sus propias palabras: lo que cuentan son los resultados.

***

Por andar hablando de lo que no sé, ya distraje a Su Serenísima del propósito inicial de esta carta, que no es otro que convertir a México en ganador máximo del Mundial 2026. Como ya quedó claro que eso no es posible en el campo de juego, he discurrido una estrategia innovadora, asaz imaginativa y sin duda impactante, que consiste en imprimir el sello de la casa no sólo en los partidos que juegue México, o que se jueguen en territorio nacional, sino incluso en aquellos que tengan lugar en Canadá y Estados Unidos.

La propuesta es en extremo simple: hay que convencer a la FIFA, u obligarla de ser necesario, a retirar sus retrógradas restricciones sobre el grito de guerra mexicano, y lograr que al punto autorice la emisión a todo pulmón, a grito pelado y a coro multitudinario de nuestra mayor aportación a la fiesta del futbol, que no es otra que ese magnífico alarido que proferimos cuando el portero contrario despeja un saque de meta, artificio que desconcierta y admira por si gracia y su vulgaridad: heeeeeey, ¡puto!

A tal efecto, se puede defender la causa enarbolando los siguientes argumentos que, como dicen los legistas, son a todas luces irreprochables, indubitables e indiscutibles.

Uno, sólo a una mente enferma se le puede ocurrir que la palabra puto tiene una carga homofóbica. Ni siquiera la Real Academia de la Lengua, bastante mojigata y puritana en sus quehaceres, le confiere esa acepción, pues se limita a señalar que puto es equivalente a prostituto o chapero, esto es, un individuo del sexo masculino que ejerce la prostitución. En cuanto al vocablo homosexual, la gazmoña institución señala como sinónimos las palabras gay, lesbiana, marica, bollera y tortillera, pero nunca el vocablo puto, el cual, como hemos dicho, entra en el terreno de las profesiones, no de las aficiones.

Dos, como Vuestra Estirpe tiene origen español -conclusión a la que llego porque se llama Mikel Andoni (y no Miguel Antonio), y se apellida Arriola (y no en su forma castellana, que sería Arreola)-, tal sucesión de nombres vascos me indica que Usía sabe a la perfección que en España puede ser puto un medio de transporte (el puto auto), un medio de comunicación (el puto teléfono), una institución pública (el puto gobierno), e incluso un estado de ánimo (el puto cabreo). Con idéntica puntería, el género puede cambiar con naturalidad al femenino, con lo cual pondríamos como ejemplos la puta lavadora (cuando se descompone), la puta llave (cuando se pierde), la puta lluvia (cuando moja), y hasta la puta suerte (todo el tiempo), sin que ello implique una referencia denigrativa hacia el bello sexo.

En México, donde hablamos mejor español que en la península, hemos refinado el uso del vocablo y lo utilizamos para todo lo que nos cae mal (el portero contrario), pero también para lo que nos cae bien, pues aquí la puta suerte no es la mala, sino la buena, y podemos saludar a un amigo con la fórmula ‘quihúbole, puto’, sin intención ofensiva, ni resabio homofóbico.

Tres, es imposible traducir el vocablo, condición necesaria por tratarse de un torneo tri-nacional, que involucra a dos países de habla inglesa. En ese idioma se utiliza con liberalidad y con idéntica intención la palabra ‘fucking’, con un espectro igualmente amplio: the fucking phone, the fucking car, the fucking match, the fucking president. Pero es imposible imaginar a un estadio entero gritando: heeeeeeeey, ¡fucking!. Tampoco cuadra la porra si hacemos una traducción literal: heeeeeeeeey, ¡gay! La cosa no hace sentido: esas aberraciones no tienen la contundencia ni la musicalidad del grito mexicano.

Cuatro, México no se sentiría excluido ni humillado si, como todo presagia, es eliminado en los albores de la justa futbolística, si nuestro grito de guerra persiste en los estadios, como un grato recuerdo de nuestra apertura y hospitalidad. En realidad, este es el meollo del asunto: hay que tratar que las 48 naciones asistentes adopten nuestro alarido, como un inocente regalo de México a la guerra amistosa en que se ha convertido el futbol. De esta manera, llegaríamos no solo a cuartos ni a semifinales, sino que tendríamos garantizado un lugar en la final, pues no hay ninguna selección que tenga una porra tan divertida y oportuna.

Vale recordar que en 2030 la Copa del Mundo cumplirá cien años, y para entonces nuestra poética exclamación puede haber alcanzado dimensión universal. ¡Qué más da si clasificamos! ¡Qué nos importa el quinto partido! En todos los estadios del mundo resonará la porra mexicana y nuestro país será en automático la presencia ganadora en el torneo, tal vez no en la cancha, pero muy de seguro en las tribunas.

Solo una aberración puede perturbar este futuro luminoso: que la FIFA, obtusa como es, se niegue a reconocer el carácter festivo e inocuo del grito nacional. En tal caso, habría que tomar medidas más drásticas. La primera que se me ocurre es instruir a la afición para que el grito se oiga fuerte y claro desde el partido inaugural. Si de todas maneras nos van a echar para afuera, más vale que sea por rebeldes, y no por maletas. Una expulsión así, incluso, nos daría la calidad de víctimas, pues está claro que el heeeeeeeey ¡puto! es una expresión de la idiosincrasia nacional, y a nadie se le debe castigar por propalar a los cuatro vientos su cultura.

Otra opción, en la cual podrían ayudar mucho los paisanos migrantes, es que la porra resuene en todos los partidos, y no nada más en los de México. Tendría que ser muy caradura la FIFA para sancionar a México porque el grito fue proferido, digamos, en el partido entre Marruecos y Haití, o entre Costa de Marfil y Curazao. En ese caso, el grito debe proferirse en forma indistinta cuando despeje un portero o cuando lo haga el otro, para que quede claro su carácter universal y ecuménico.

En fin, fórmulas hay muchas y Vuestro Ingenio puede escoger la que mejor le acomode. Lo único importante es que se dedique a este tema en cuerpo y alma, y se olvide del ridículo plan de preparar a la selección en dos meses, como lo declaró en Washington, porque en sesenta días no va a poder hacer lo que no hemos hecho en sesenta años. Basta de discursos: lo que cuentan son los resultados.

***

Antes de despedirme, quisiera formular a Su Señoría una pregunta no indiscreta, pero sí un tanto atrevida. En nada vulnera su respuesta al plan de acción que le he sugerido, pero sí me pica la curiosidad y me inquieta el ánimo que se resuelva esta cuestión, que le juro y le perjuro no será materia de ulteriores comentarios, de perversos cotilleos o de chismografía barata.

La pregunta a secas: ¿cómo anda su relación con la presidenta (con A) de México, Doña Claudia? Me animo a plantear esa incógnita porque, en las declaraciones de prensa que sustentó tras la fiesta de Washington, Vuestra Franqueza no parecía del todo franco al señalar, por una parte, que sentía un gran orgullo de que la Jefa de la Nación hubiese encabezado esa ceremonia en representación de nuestro país, pero, por la otra, se vio muy mal al apuntar, con cierto aire de suficiencia, que serían otras instancias, y no la Federación que encabeza, las que promoverían su asistencia al partido inaugural del Mundial 2026.

¡¿Eskiusmi?!

Entiendo que Vuestra Impericia tuvo sus diferencias con la actual mera-mera, con quién compitió en el 2018 por la Jefatura de Gobierno de la CDMX, y me han confiado que se le pasó la mano en el debate, pues no sólo la acusó de encabezar el ‘cártel de los narco-delegados’, sino que le reprochó que no se hubiera hecho el anti-doping (para demostrar que no consume drogas), y la acusó de ser la responsable directa de la tragedia del colegio Rébsamen, en la cual perdieron la vida 27 personas, rematando esa imputación con una frase temeraria: ‘tú deberías estar en la cárcel’.

¡Chanfle!

No sé si en los siete años transcurridos desde entonces Vuestra Imprudencia haya tenido tiempo o interés en suavizar el agravio, atribuyéndolo al fragor de las batallas políticas, o si después de tanto tiempo se siente capaz de sostener sus dichos, hoy que las circunstancias han encumbrado a su oponente. Lo que sí sé, porque fue público y notorio, es que Doña Claudia no lo saludó en Washington, desaire que sólo un ingenuo puede atribuir a la probada incompetencia de la cancillería.

¡Órale!

No le quiero quitar más tiempo. Aparte de la bronca política, tiene Vuestra Picardía los días contados, de aquí al Mundial (o quizás antes), para parchar a la selección nacional, con la mira puesta en lo imposible: hacer un papel decoroso. Fíjese, pues, en la mejor de las alternativas posibles: convenza a la FIFA de que apruebe la porra mexicana. Y si tiene éxito en esa labor patriótica, cuente desde el primer partido con el apoyo incondicional, el alarido ensordecedor y la garganta aventurera de

Fernando Martí 

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