Mientras en México hay legisladores promoviendo que el gobierno tenga más televisión, radio, prensa y hasta agencias de noticias (como la que AMLO desapareció), en el mundo se desarrolla un debate sobre el futuro de las redes sociales.
El debate está entre dos fuerzas. Una, que está presente fundamentalmente en Europa, que dice que dejar el campo abierto a esas empresas ha sido una mala idea; que la autorregulación no ha sido efectiva y que han lucrado con nuestra privacidad y datos hasta hacerse inmensamente ricas sin mayor responsabilidad social.
En esta línea, por ejemplo, se inscribe el debate francés contra TikTok que busca que transparente con qué criterios opera su algoritmo para decidir qué le muestra o no a los usuarios; o el reciente logro para que Facebook tenga un modelo en que limita el acceso a la información personal aunque eso implica que pierdan la capacidad de vender anuncios más personalizados.
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Frente a estos esfuerzos que buscan que las compañías rindan cuentas, destaca el papel de EU -en especial de Donald Trump- que esta semana una vez más salió a defender a X, empresa de su amigo (de nuevo) Elon Musk quien debe pagar una multa de 140 millones de dólares por el manejo de su plataforma en Europa.
Esta batalla se sigue dando todos los días desde diversas trincheras. Por un lado, por quienes ponen límites al acceso de los adolescentes a las redes sociales -como recién ocurrió en Dinamarca- mientras otros empujan que el modelo de adicción de las redes sociales, se extienda ahora al uso de la Inteligencia Artificial, una amenaza muy seria que no debería ser subestimada.
Todo esto mientras en México no hay ojos para esos temas, salvo cuando se trata de defender a la presidenta Sheinbaum de un deepfake, un video creado con IA para promover una estafa, que en ese caso mereció una defensa del coordinador de Morena en el senado (aunque ese tipo de videos circulen desde enero de este año).
Nuestro país no puede ni debe seguir siendo ajeno a esos debates. Desde la academia, el periodismo, las autoridades y la propia sociedad civil debe crecer la discusión sobre cómo llegamos al punto de consumo e influencia actual, y sobre cuál es el futuro que queremos para el uso de esas plataformas.
En las primeras dos décadas de desarrollo de esta tecnología hemos estado ausentes. Ya va siendo hora de que entremos en serio a la discusión de estos temas.
