GRANDEZA PRECOLOMBINA

De la verdadera grandeza precolombina

Mucho hay de valioso en lo alcanzado por las civilizaciones precolombinas en México, mucho de qué vanagloriarnos sin tener que mitificar sus prácticas o negar lo que en realidad sí ocurrió. | Ricardo de la Peña

Escrito en OPINIÓN el

Cuánta razón tiene el expresidente López Obrador al señalar en su más reciente obra, Grandeza (Planeta, 2025), que una auténtica civilización no puede medirse solo por su capacidad tecnológica, sino por su criterio moral y humanista, aunque obvia decir que eso no soslaya la relevancia de la capacidad tecnológica lograda, sino que sólo la complementa.

Un resumen de la grandeza mitificada

En un capítulo en que trata de la teoría de la evolución, este autor muestra su doble filo: por un lado, la idea de continuidad entre todos los seres vivos, que puede servir para combatir prejuicios jerárquicos; por otro, términos malentendidos como “raza”, que alimentaron la eugenesia, la supremacía racial y, más tarde, los totalitarismos del siglo XX.

El racismo resulta ser luego una construcción ideológica moderna, vinculada al colonialismo europeo, a la esclavitud y, más tarde, al nazismo. Es en este contexto que cobra relevancia examinar el mito del “salvaje” como una construcción cultural europea que sirve para definir, por contraste, la “civilización” occidental, donde se hablan romances o derivados germánicos, pero no se asumen lenguas “bárbaras”.

Así, describe lo que llama el “sublime peregrinar” del Homo sapiens desde el estrecho de Bering hacia el sur del continente, probablemente por las costas del Pacífico, en una correcta cronología hace unos dieciséis mil años (no los tiempos más extensos supuestos por el autor), explicando cómo gracias a la agricultura grupos que antes eran cazadores, recolectores y pescadores pasan a ser constructores de viviendas y grandes ciudades en distintas regiones. Mitifica este proceso como aquel en que no se pretendió la conquista violenta de territorios ajenos, ni se impusieron creencias por la fuerza y que no fue movida por la avaricia. Olvida que fue una incursión inicialmente a territorios vírgenes, ya que luego, cuando había asentamientos, la disputa por los territorios fue violenta y se pretendió establecer el predominio de creencias propias sobre las ajenas.

Recuerda que mucho antes de la Conquista, diversos pueblos habían desarrollado sistemas complejos de organización política, religiosa y cultural: códigos legales, religiones monoteístas y politeístas, filosofías, formas de arte y conocimiento técnico. El autor no idealiza estas civilizaciones, pues subraya que en ellas también hubo esclavitud, violencia, imperialismo y jerarquías rígidas, lo que prefigura las formas modernas de dominación. Al mismo tiempo, prepara el contraste con el mundo mesoamericano, que será presentado en la segunda parte como portador de una civilización propia, no derivada ni inferior.

Se define luego a la Conquista como ocupación violenta de un territorio ajeno, sin derecho ni razón, basada en la fuerza, la esclavitud y la transmisión de enfermedades. Se critica el discurso de “llevar la civilización” y “la fe verdadera” como coartada para el despojo. Es así como pasa a describir el régimen colonial novohispano como un sistema de poder monárquico, clerical y oligárquico, fundamentalmente corrupto y decadente.

El último capítulo cierra el arco argumental: todo el recorrido histórico tiene como objetivo demostrar la resurrección histórica del legado indígena en el México actual, con lo que la preservación de los valores culturales del México prehispánico ha dado al pueblo mexicano identidad, creatividad, fortaleza, humildad y humanismo. Y, claro, al final se enlaza esta grandeza cultural con la experiencia personal del autor en la vida pública y en el gobierno, sugiriendo que las políticas de justicia social, apoyo a los pobres y defensa de la soberanía nacional son, en realidad, una actualización política de esa herencia civilizatoria.

La grandeza de un mito insostenible

La parte que pudiera considerarse como la más polémica del libro es la crítica a la supuesta propaganda que presentó a los mexicas y a otros pueblos mesoamericanos como caníbales y sacrificadores sanguinarios. El autor sostiene que tales imágenes son parte de una “guerra sucia” para justificar la Conquista y la esclavitud, pues los sacrificios humanos y el canibalismo, tal como se han difundido, no existieron en el México prehispánico, y su invención es producto del fanatismo y del interés por legitimar el despojo a los pueblos originarios de este Continente.

Al respecto, cabe señalar que en el recinto sagrado de Tenochtitlan se han encontrado estructuras como el tzompantli (andamios de cráneos) y múltiples restos humanos con marcas de decapitación, extracción de corazón y desmembramiento, compatibles con prácticas sacrificiales descritas en fuentes coloniales. Los estudios del Instituto Nacional de Antropología e Historia sobre el Templo Mayor y sus ofrendas corroboran que el sacrificio humano formaba parte de rituales estatales, más allá de la exageración colonial. De igual suerte, existen restos con marcas de decapitación y desmembramiento, representaciones iconográficas, y sobre todo el célebre Cenote Sagrado de Chichén Itzá, donde estudios bio-arqueológicos y de ADN han demostrado el sacrificio de niños y adolescentes procedentes de distintas regiones.

El tema del canibalismo es más controvertido, pues hay autores que sostienen prácticas de canibalismo ritual a partir de cortes en huesos, patrones de fractura y crónicas, aunque otros consideran que el énfasis colonial en el “caníbal indio” exageró o tergiversó prácticas muy puntuales, o bien confundió ritos simbólicos con ingesta literal de carne.

Así que resulta falso decir que “no existe evidencia” de sacrificios humanos o canibalismo para el caso mexica, y muy difícil sostenerlo para el área maya, por lo que lo riguroso habría sido reconocer que sí hay evidencia de sacrificios, subrayar su dimensión ritual y política, aunque también criticar la manipulación colonial de esas prácticas para justificar la conquista.

Las razones por las que se practicó el canibalismo fueron porque formaba parte de ceremonias religiosas, pues los mexicas creían que el sacrificio humano era necesario para honrar a sus dioses y mantener el equilibrio del universo, por lo que se pensaba que ofrecer la vida de un ser humano, a menudo prisioneros de guerra, podría satisfacer a los dioses, quienes a su vez garantizarían la prosperidad y la continuidad de la vida en la tierra. Los mexicas creían que consumir carne de un enemigo sacrificado se veía como una forma de obtener su fuerza y valentía. Además, el canibalismo también se utilizaba como una forma de mostrar poder y dominación sobre los enemigos. 

La herencia potencial de Grandeza

El problema no está en que el autor de una obra pueda exponer ideas que resulten controvertidas o incluso falsas. El problema es que puedan tomarse como verdad incuestionable que eventualmente nutra los libros escolares sin crítica sobre su veracidad. Si se queda en un discurso autoral, adelante, pero si se quiere llevar al púlpito de lo consagrado como verdadero y con ello se pudiera pretender educar a la infancia, entonces tendríamos un verdadero problema, al deformar el conocimiento científico para sostener creencias que no son más que fórmulas con las que un autoritarismo busca afianzar su sustrato ideológico. Eso sí sería peligroso.

Mucho hay de valioso en lo alcanzado por las civilizaciones precolombinas en México: la escritura, la numeración, la astronomía, la arquitectura, los cultivos; mucho de qué vanagloriarnos y sobre qué sustentar la reafirmación de nuestros orígenes amerindios, sin tener que mitificar sus prácticas o negar lo que en realidad sí ocurrió. Y sin tener que renunciar al reconocimiento de los aportes a la formación de nuestra cultura de lo hispánico, como el idioma, la religión y sus celebraciones, las nuevas formas arquitectónicas, nuevas expresiones del arte y literatura, la muy rica y variada gastronomía, las instituciones y gobierno, las universidades… En fin: sin duda somos el producto de la convivencia de dos fuentes civilizatorias, agraciadamente.

 

Ricardo de la Peña

@ricartur59